En la vasta panoplia de comportamientos humanos, la soberbia y el moralismo se entrelazan en una danza de juicios y condenas reflejo de las taras personales de quienes los hacen más que de los defectos de a quienes señalan, al final todos estamos hechos de la misma pasta y, por lo tanto con los mismos defectos de fábrica.
En esta sociedad plagada de “ideo-listos” que acomplan ideologías de distinto color a su alta misión construir un mundo donde pensar diferente es sinónimo de antipatriotismo, que nos obliga a navegar a unos cuantos que intentamos pensar por nosotros mismos, entre opiniones polarizadas y constantes juicios desde una superioridad moral de individuos que se autoproclaman salvadores de la patria, unos desde posiciones tradicionales y otros desde modernidades antisistémicas, ambos subidos a un pedestal desde el cual lanzan juicios sobre los demás, como Zeus sobre los mortales lanzaba sus rayos, obviando la complejidad de la existencia humana
Moralistas soberbios que desde su presunto activismo virtuoso de política de mesa camilla suelen creer en su propia superioridad moral y en la justicia absoluta de sus causas, despreciando las perspectivas y expriencias de quienes no acatan sus puntos de vista, como un arma de destrucción masiva de constante fraccionamiento social, creando divisiones en lugar de puentes de entendemiento y colaboración, pero sobre todo, ahogando el diálogo con sus vociferas proclamas en un mar de desdén y condescendencia.
No dudan en etiquetar y categorizar a las personas según su propia visión del mundo, desde estándares morales de condena donde la comprensión y la empatía no tienen cabida al considerar inferiores e incorrectas la divergencia de quienes les muestran que la diversidad de pensamiento enriquece el diálogo, crucial para lograr el progreso y cohesión social. Es importante reconocer que la soberbia moral no es exclusiva de ningún grupo demográfico o ideológico en particular. Se puede encontrar tanto en los círculos conservadores como progresistas, religiosos como seculares. Lo que une a estos individuos es su convicción inflexible de poseer la verdad moral absoluta, lo que les impide ver más allá de sus propios prejuicios y privilegios.
En la era de las redes sociales y la inmediatez de la comunicación digital los moralistas soberbios muchos de ellos fanáticos de mesiánicos políticos o de religiones con dioses que dividen, han encontrado un megáfono sin precedentes para proclamar sus juicios y condenas al mundo, llegando incluso a ahogar la libertad de pensamiento en una línea de difamación pública para silenciar a aquellos que no se ajustan a los estándares de su aparente rectitud moral, no sólo fomentando la división y el odio, sino que también inhibiendo el libre intercambio de ideas y el crecimiento personal, desde su corrosiva moral, cual autistas incapaces de reconocer la complejidad inherente a los problemas éticos, morales y sociales.
Dicen que la palabra es el mejor arma para contrarrestar a estos obtusos moralistas, fomentando el diálogo abierto y respetuoso con el objeto de construir puentes entre personas de diferentes trasfondos y convicciones, ahora bien, cuidado con no caer en sus mismos errores y de convertirnos en uno más de ellos, obviando que el punto de partida debe ser el de examinar nuestras propias creencias y prejuicios, nestras actitudes frente al diálogo, haciendo autocrítica con el fin de no caer en la trampa del dogmatismo y la intolerancia, porque sino fomentamos el espíritu de humildad intelectual y la disposición a cuestionar neustras propias convicciones, poco nos diferenciará de ellos.
Para contrarrestar la infeccion virulenta de los moralistas soberbios es fundamental fomentar una cultura del respeto mutuo y la humildad intelectual. Esto implica reconocer la complejidad inherente de los problemas éticos y morales, así como la diversidad de experiencias y perspectivas que dan forma a nuestras creencias. El diálogo abierto y respetuoso, basado en la empatía y la comprensión es esencial para ello.
Valga entonces, como recordatorio molesto, que la soberbia moral suele convertirse en una de las muchas manifestaciones de la condición humana, y que nadie somos inmunes a caer en las tentanción de la arrogancia moral o del juicio precipitado.
Magnífico artículo, tanto en la forma como en el fondo.
Desde luego, como bien ejemplificas con la expresión “moralistas soberbios” y con la imagen distorsionada del peón que se mira en el espejo, nos creemos en el derecho de señalar lo ajeno sin contrastar lo propio.
He disfrutado leyéndolo.