Es evidente y necesario que las personas dispongan de un rato de ocio y esparcimiento a lo largo del día, no todo va a ser trabajar, claro, quienes puedan y tengan la suerte de tener empleo, pero que además que éste no suponga una esclavitud, bien por imposición de ciertos empresarios explotadores que además pagan mal, tarde e incluso nunca, o bien porque los haya quienes sean adictos al trabajo para ver un cero más en su cuenta corriente, porque poco disfrutarán de la vida si todo el día están sumidos en su trabajo. Por ello, es de entender que la televisión forme parte de nuestros ratos libre, con la moderación necesaria para poder desarrollar otras tareas, hobbies, artes, lectura o práctica de algún deporte al aire libre, ya que el enganche a este medio, cuando los diferentes canales, excepto unos cuantos que se pueden contarse con los dedos de una mano, son una basura elevada al cuadrado o, tal vez a un exponencial mayor.
Tal es el caso de un programa que tiene uno de los niveles de audiencia más altos dentro y fuera de nuestras fronteras como el de Gran Hermano (Vip o no Vip), sobre todo el que se emite en España, lo cual evidencia el nivel cultural del que goza nuestra sociedad. Es cierto que, cada uno ve lo que quiere y pasa el tiempo como le de la realísima gana, pero también lo es la incógnita de cómo un grupo de personas haciendo y diciendo idioteces pueda arrastrar a tanta gente, máxime cuando además su protagonismo se basa en el insulto y en criticar conductas ajenas de los demás miembros encerrados en un plató de televisión que llaman casa; incógnita que si despejamos pueden dar dos resultados, el primero, que no hay nada mejor que ver -que sí lo hay-, y el segundo, la poca motivación de los telespectadores hacia programas con determinada calidad, bien sea porque su cerebro no da para más o porque se siente identificados con los monigotes protagonistas de tal esperpento televisivo.
Para que nadie se de por ofendido, aunque es de esperar que quienes ven el programa en cuestión ya lo estén, por monigote debe entenderse cualquier tipo de figura grotesca, con perfecto encaje en los “Grandes Hermanos” cuyas aspiraciones más inmediatas, si las tienen, es vivir del cuento de la televisión, sin importarles vender su propia vida, quizá a un precio no tan alto si pensamos en las consecuencias de exhibir su intimidad, aunque algunas veces se tapen con un edredón, para hacer eso que se ha venido llamando “edredoning” que no es otra cosas que pegarse el lote con otro miembro, dejando a la imaginación del espectador en que puede consistir tal lote que, como, además, somos todos muy bien pensados no nos quedaremos en una conducta recatada.
No se trata de una hacer una critica puritana, porque cada uno con su vida hace lo que quiere, y mata el tiempo tan preciado como le da la gana; aunque, tal vez, sin medir las consecuencias de sus actos. Se trata de demostrar el escaso sentido del honor y de la dignidad que tienen los protagonistas de este programa, además del nivel cultural que demuestran con sus expresiones histriónicas, ofensivas e incluso dando alguna patada que otra al diccionario, excepto algunos que, desgraciadamente, no son los que suelen ganar el reality, sino todo lo contrario, los más groseros.
«No se trata de una hacer una critica puritana, porque cada uno con su vida hace lo que quiere, aunque, tal vez, sin medir las consecuencias de sus actos, no.»
Para criticar hay que ver lo que se critica, pero sólo es suficiente dos o tres emisiones para que, quienes criticamos este programa podemos fundamentar nuestra crítica, siendo la primera manifestación la vergüenza ajena ante el patetismo de una convivencia de personas que les da lo mismo hacer el ganso que exponer su vida sin ningún tipo de reparo, todo ello con la única finalidad de hacerse famosos en los medios, hacer caja sin ningún tipo de prejuicio en otro programa hermano del mismo nivel como es Sálvame, dirigido por el mismo presentador, o similares y, en algunos casos, rehabilitar su carrera profesional en tiempo de vacas flojas en la televisión.
Estarán de acuerdo que, con este panorama, el resultado de la ecuación no puede ser otro más que la adicción a este tipo de programas es una manifestación de que la audiencia no exige ningún tipo de nivel a la televisión, tragándose cualquier cosa, tal vez porque su cabecita sea la misma que la de los monigotes a los que vitorean y aplauden.
Pero, que le vamos a hacer, parece que al público de esta cadena de televisión le gusta más ver las miserias ajenas que la propias.
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