Estoy intentando discernir entre los muchos males que acechan a la humanidad, llegando a la conclusión, al menos con mi razonamiento, pero deseoso de conocer el tuyo, que si tuviese que resumirlos y colocarlos lo haría en el siguiente orden: la ignorancia, después la hipocresía y, por último la ambición desmedida.
Hace unos días una frase me hizo entender la peor cara de la ignorancia, decía algo así, como: “corrige al sabio y serás más sabio, corrige al ignorante y lo harás tu enemigo”, lo que se traduce que el ignorante es desconfiado porque no puede consolidar su entendimiento de cuanto le rodea nada más que en generalidades, clichés aprendidos que le llevan a una osadía sin límites, convirtiendo su escaso razonamiento en falacias ad-numerum, donde lo que pretenden mostrar como verdad no se sustenta en la razón sino en el hecho de que un número muy alto de personas la sostengan.
Son incapaces de discernir la amplia gama de grises que hay entre el blanco y el negro y, precisamente, por esa incapacidad corren el riesgo de convertirse enemigos sociales por su intolerancia al que piensa diferente, por falta de argumentos sólidos, pero sobre todo, porque carece, de la capacidad de argumentar dentro del orden lógico del razonamiento que potencia nuestra actividad especulativa consistente en formular una tesis, su antítesis y la síntesis de su argumento.
Intolerancia que, al final, se traduce en fanatismos ideológicos y religiosos basándose en un dogmatismo impuesto, con confrontaciones violentas y anulación del interlocutor, en un sentido tan amplio que ha llevado el exterminio de comunidades enteras, a guerras violentas, a cruzadas de salvación de los justos y condena de los injustos, con base en una justicia cuya ley por injusta los convierte en tiranos.
En definitiva, un mundo ignorante está condenado al precipicio de su propia destrucción.
Pero, cuidado también con los hipócritas porque dan una versión de ellos mismos que no se corresponden con lo que realmente son. Hablan con grandes ademanes y elocuencia, convertidos en doctores de la verdad de la que hablan y en base a la que juzga, pero que piensan de diferente manera. No son coherentes porque convierten lo que dicen en normas de acción y conducta cuya causa son ellos mismos, satisfacer su ego personal y social.
Como dijo el hijo de un carpintero que murió en una cruz, son sepulcros blanqueados, relucientes por fuera, pero llenos de podredumbre repugnante y vomitiva en su interior.
Dicen una cosa pero hacen otra, imponiendo mandamientos que transforman en leyes tan difíciles de cumplir que ni ellos mismos las cumplen. Son los corruptos del sistema, “fakes” vivientes que buscan el beneplácito del pueblo para luego manipularlo.
Y que decir de la ambición, esa actitud que una gran mayoría presentamos como el motor del progreso y de la humanidad pero que encerramos herméticamente en cajas fuertes para nuestro beneficio personal, sin más proyección social que su propia imagen y consideración. Incapaces de comprender que el saber por mucho que se cultive individualmente es un bien social que debe revertir en la comunidad si pretendemos realmente su progreso.
Todos, en mayor o menor media, somos portadores de estos tres males, culpables de su propagación, que pervierten a la humanidad hasta la exacración de ese templo que es el mundo en el que habitamos, construyendo sociedades sin valores y principios, donde el progreso social sólo se concibe en pro del bienestar personal y no el del de la colectividad, donde no existe el equilibrio justo que debe existir entra la propiedad, el capital y el trabajo, donde los dirigente deben ser elegidos por los gobernados periódicamente entre los que reunan las aptitudes y cualidades suficientes para mantener como inalienables esa ley suprema procedentes del derecho natural donde todos los seres humanos tengamos las mismas oportunidades, los mismos derechos y el deber recíproco, cada uno dentro de su capacidad, para construir unos pilares firmes y sólidos que sostengan la asociación humana y que nos permitan progresar como personas y como sociedad.
No se trata de una entelequia, sino de un camino que debe recorrerse con valentía y esfuerzo, a nivel individual y social, porque sólo el mal que nos esta llevando al caos puede combatirse de la manera ideal que todos sentimos en nuestro ser más íntimo, quizá escondida en ese lado oscuro de la mente o del alma como reacción o modo de supervivencia frente al ataque que la ignorancia, la hipocresia y la ambición desmedida ha convertido a los hombres en alimañas, con un individualismo agresivo incapaz de impulsar el bien de la humanidad sino su destrucción.
Yo tampoco altero ese orden:
– Ignorancia.- Sobre todo porque ignoramos que “de nada sirve ganar el mundo entero…”
– Hipocresía.- Nuestra careta es la falta de amor a nosotros mismos, que revierte en los demás.
– Ambición.- Tratamos de suplir con lo material nuestras carencias afectivas.
Son tres grandes “pecados capitales” que quedarán resueltos el día que el derecho positivo sea un reflejo del DERECHO NATURAL.
Como siempre, Maestro, has dado en la clave de la reflexión. Magnifico artículo.
Muchas gracias.