LOS HERMANDAD DE LA PALABRA

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Me acaba de llamar, para interesarse por mí, Eduardo Bueno Sebastián, un extraordinario abogado palentino con quien me unen vínculos no sólo jurídicos y de amistad, sino de amor profundo por la literatura. Eduardo es un gran lector y siempre nos ha unido eso. Salir del juzgado o de los juicios e irnos juntos a regalarnos un libro de viejo. Me cuenta que estaba en el parque con el perro pero que había comprado un poemario de Machado por dos euros, y que estaba satisfecho. ¡Qué más se puede pedir! —me ha espetado–. Ambos sabemos que la literatura nos ha salvado la vida y ambos sabemos que se la salva a muchas personas. Leer, tal vez morir, pero morir a la vida vulgar y elevarse al mundo del espíritu. Esa es la cosa.

Los hermanos de la palabra se extienden por la Tierra conocida, algunos están muertos, otros son invisibles, a algunos no los conoceré nunca, otros comparten la vida conmigo, y todos en conjunto formamos una especie dentro de la especie humana. Somos una subespecie. No sólo sabemos leer o escribir. Somos aquellos para los que la letra escrita es nuestra sangre, la que nos inmuniza contra la inmundicia. Amo a mis hermanos, a los hermanos de la palabra.

 

Puedo nombrar a muchos. A Eugenia García Pérez, la última y por tanto la primera, la bien nacida, que es una lectora traviesa y empedernida del taller de la librería Imperio, de Valencia, abducida también por la pintura. Y, por seguir por los últimos, a la poeta (poetisa) castellonense Arantxa Esteban y su “Me define el agua”, a María José Sangorrín, dulcísima poeta de la tertulia Poetas Sin Sofá de Castellón, autora de Lágrimas de Mar, a la que también pertenecen, además de Arantxa, Soledad Benages, extraordinaria voz de la poesía castellonense, Ximo Gonzalez, sonetista clásico al que se le une el handicap de la ceguera, Elisa Cueto Somohano, miextraordinaria amiga, Juana Soto, Swami, Julio Alcalá, Enric Alicart, Ángeles Fernández, o, entre muchos otros,  mi querido poeta hondureño Toni Cálix, el búho sabio (Poemas ingenuos), a quien me unen lazos muy entrañables.

Fui iniciado en la hermandad de la palabra en Palencia. Tras escribir mucho en prensa y publicar poesía, participar en definitiva de la vida intelectual de la ciudad y no quedar ya más remedio que honrarme con la compañía de personas tan intensas literaria y espiritualmente como José María Fernández Nieto, farmacéutico castellano viejo, el poeta de trastienda de farmacia más importante del país después de León Felipe, que tuvo en su tertulia a un bisoño Octavio Paz —¡ese no hubiera venido con el Nobel, Guillermo!, me decía jocoso y humilde—, su hija Sari Fernandez Perandones, poetisa heredera del decano de la poesía palentina, Carmen Casado Linarejos, mi prologuista preferida, catedrática emérita de literatura del instituto Jorge Manrique, Carlos Prieto Molledo, mi entrañable Carlos, que me dedicó en su día un poema dirigido a mi persona, nada más excesivo, Marcelino García Velasco, Alba de Luna, novelista y gran amiga y madre de pintor, Elpidio Ruiz, el cura de Vertavillo, autor de poesía sensual y erótica, quien, el muy indescriptible, me tiraba agua a la cámara con el hisopo, todo aposta naturalmente, en la romería de la virgen de Hontoria, Julio César Izquierdo, autor de libros sobre el mundo rural y sobre la vida profana y esotérica, pregonero vocacional, Arturo, socorristade de piscina, historiador y actor y director de teatro, son tantos que puedo extenderme a otras latitudes, como Javier Otaola, masón, abogado y escritor de Vitoria, David Aliaga Muñoz, promesa de la literatura en lengua hispana, Ana Peral, anestesista y articulista, Ignacio Méndez Trelles, escritor editor, Rubén Legidos, editor igualmente, mis compañeros editores y también escritores de Plaza Abierta, Mar Campillo, Feliciano Morales y Rafael Lopez Villar, o Raquel Lanseros, poetisa excelente o Carlos Aganzo, poeta español traducido al indi, quien me decía que en India hay Santa Teresas y muchos San Juan De la Cruz a patadas, nuestro Rubén Marzá, hermano joven y muy interesante, incipiente en su proceso, y ya luego, al final, Lorca, Paz, Hemingway, Cervantes, Shakespeare, Quevedo, Homero, Ortega, Unamuno, Rabindranath  Tagore  y etcétera, etcétera, etcétera hasta la eternidad.

Mis hermanos me han salvado la vida. Somos humanos pero pertenecemos a una hermandad invisible porque la gente rara  vez se fija en ella. Solemos reunirnos  y darnos culto, pero buscamos la soledad del mundo para hallarnos con nosotros mismos y sentir el placer de la literatura, por ejemplo en un parque, como hoy Eduardo, unido, nada más y nada menos, que con el hermano Antonio Machado,… ¿qué le contaría?

 

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