LOS FOLLONEROS DE LAS REDES SOCIALES

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Nada más ha faltado la convocatoria de nuevas elecciones generales para el próximo 10 de noviembre, para comprobar que la tensión ha subido en las Redes Sociales. Si ya, de por sí, la cosa estaba revuelta, ante la falta de acuerdo para gobernar el país, las flechas ahora se han convertido en incendiarias, con insultos, amenazas, descalificaciones, siempre en manos de iluminados totalitaristas incapaces de escuchar a su adversario político y, menos aún, de debatir de forma razonada.

 

Esto hace que hasta el día anterior a la celebración de las elecciones tengamos que soportar los exaltados mítines y debates de unos y otros y, lo que es peor, al insoportable vecino o vecina, compañera o compañero de trabajo, amigo o amiga, cuñado o cuñada, o cualquier otra situación en la que se acerque a ti una persona, que no te de la baturra sobre sus preferencias políticas.

Y, por supuesto que hay que hablar de política, aunque a mi cada día me aburre más, pero  antes deberíamos hablar del correcto comportamiento político, del nuestro y de quienes se presentan para ser nuestros representantes en las Cortes Generales, porque sino el diálogo, más que ser de besugos, será de idiotas intolerantes o de raquíticos mentales.

Es lógico que cada cual cuente la feria según le vaya en ella, pero lo más correcto cuando se pretende dialogar desde la razón es situarnos en un terreno neutral, no por prudencia, que también, sino con la intención de saber o descubrir a nuestro contrincantes político, no avasallándole, entrando en un “coqueteo” , permitidme la expresión, o bien desde una postura más sibilina tirando anzuelos para ver si aquel pica, y que nos servirá cuanto menos para centrar o fijar el tema de conversación y por donde pueden ir sus derroteros.

En segundo lugar, es más útil que sea nuestro interlocutor el que tome inicialmente la palabra exponiendo el tema desde su perspectiva. Dejémolse hablar cómodamente, como máximo asintamos con la cabeza, nunca neguemos, pues esto supondría una muestra de disconformidad que podría interrumpir su discurso o sentirse agredido; y si vemos que su reflexión se alarga, aprovechar el momento más adecuado para interrumpir y exponer la nuestra, aquella que nos ha dado tiempo a pensar durante su speech.

Si creemos que aquel no ha sido del todo sincero en su exposición, lo mejor en nuestra primera intervención es buscar puntos de encuentro, al objeto de que se relaje y vaya confiando más en nosotros. 

Siguiendo a Aristóteles“el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”.

En una conversación, nadie quiere callar, pues callar se percibe siempre como un fracaso, como una sumisión y aceptación de los argumentos, o de la actitud, del otro, pero no es así como acabamos de ver.

No hace falta en el dialogo, tampoco en una discusión, entrar en el terreno de la descalificación del adversario por lo que es o representa, sino por lo que dice. Los insultos, las etiquetas, los adjetivos en general, incluso la definición peyorativa del adversario, es una falacia que define por si sola a quien la utiliza.

Por eso, “a tiempos revueltos…”, es probable que los folloneros de las Redes Sociales sean los pescadores que saquen la ganancia, bien electoral para los que están puestos ahí con ese fin, o para reforzar su enanismo mental, en el mejor de los casos, sintiéndose los mejores salvapatrias, los más sociales, los más solidarios, con ideologías totalitarias y excluyentes. Sin embargo, están perdiendo una oportunidad valiosísima para conocer, incluso aprender de quien no piensa igual, de poner sosiego y razón en un mundo de tarados y de borregos sin causa, o con ella. Escuchemos, intentemos comprender al adversario, tener en cuenta sus experiencias -si hemos podido conocerlas-, y disintamos con el sosiego de quien controla la situación por tener argumentos suficientes y fundados para ello. Incluso, aunque nos ataquen, no nos sintamos atacados, es la mejor forma de desarmarlos.

Es cierto que, en el fragor de una discusión, las vísceras se imponen al cerebro, pero sino queremos quedar como unos auténticos “bocachanclas” o, peor aún, como un exaltado falaz, el insulto no tiene cabida. Antes de esto es mejor abandonar el foro en el que nos encontremos que entrar en discusión o en un “tú más” con un perfecto idiota carente de argumentos.

Tampoco es que la imagen que recibimos de nuestros representantes políticos sea la adecuada para un debate de altura, convirtiendo los platos de televisión y auditorios donde debaten con sus adversarios o dan sus mítines, en espectáculos bochornosos de descalificación al contrario -no me atrevo a hablar de circo mediático por respeto a este sector tan maltratado-. Y, dado que siguen en sus trece, sin ningún atisbo de que la cosa vaya a cambiar, y todo porque carecemos de políticos de altura, empecemos por cambiar nosotros. Así se cambia el mundo, empezando por nosotros mismos, siendo útil, además de importante, si queremos llegar a acuerdos que a todos nos beneficie, la corrección en nuestro comportamiento político.

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