“Una prensa cínica, mercenaria y demagógica producirá un pueblo cínico, mercenario y demagógico.”
Joseph Pulitzer
He oído en los últimos tiempos llamarnos demagogos a quienes nos hemos hecho eco de los estragos del maldito SARS-CoV-2 causante de la enfermedad COVID-19, con casi un millón y medio de fallecidos en todo el mundo y más de 64 millones de contagiados, si bien más de 40 millones han superado la enfermedad, sin que existan cifras ciertas de aquellas que habiéndola pasado sufren secuelas con síntomas cardiacos y neurológicos, así como otros problemas frustrantes y debilitantes con gran influencia en el día a día.
Como sucede con la mayoría de actuaciones humanas, es decir, aquellas que parten del ser humano con cierta racionalidad, o lo que es lo mismo, pensando y evaluando su actuación, tienen su origen en una intención o determinación de la voluntad hacia un fin. En definitiva, es la intención con la que se hacen determinadas publicaciones las que deberían permitir juzgar a quien las hace.
Nadie puede negar la insana intención de muchos medios de comunicación, entre ellos los de carácter periodístico, de regocijarse en el sentimiento ajeno a través de sensacionalismo que presentan las noticias destacando sus aspectos más llamativos, más morbosos y chirriantes, aunque sean secundarios, con el fin de provocar asombro o escándalo, o bien infundiendo miedo, con el único fin de atraer más lectores y seguidores hurgando en su fibra sensible.
El dominio del público a través de las pasiones, como pueden ser en pares la ira y tranquilidad, amistad y enemistad, temor y confianza, pesar e indignación, envidia y emulación, que se ponen de manifiesto en La Retórica de Aristóteles, donde se enumera también la vergüenza y la amabilidad, de las que no indica las contrarias, buscan la relación entre pasión y placer, sin que para él las pasiones sean malas en sí mismas, sino que, al contrario, pueden ser buenas siempre que se hallen dirigidas por la razón y contenidas en un justo término medio, alejado de todo extremo, sea por exceso o por defecto. Y en este proceso juegan un papel importante las virtudes:
“No se dice que somos buenos o malos por el hecho de experimentar tales estados afectivos (….) las disposiciones, en fin nos sitúan respecto de los estados afectivos en una posición feliz o desgraciada: por ejemplo, respecto a la ira, si uno se deja llevar demasiado por ella o demasiado poco, nos hallamos en mala disposición, si nos dejamos llevar por ella moderadamente, estamos en buena disposición, lo mismo cabe decir de los demás casos.”
Valga la referencia hecha al Filósofo, para poner de manifiesto que, ante cualquier tipo de información hay una respuesta emocional que será aceptable si se está interpelando e involucrando al receptor de aquellas, de manera que, la clave está en la respuesta empática de aquel, como participación efectiva en una realidad ajena y no de dominio, como es el caso de las noticias relacionadas con la Covid-19, infundiendo miedo.
Es por ello que, demagogo es quien pretende manipular la opinión de las personas con la finalidad de guiarlas hacia una dirección en particular que, aunque su referencia original dentro de la política tiene como finalidad alcanzar el poder político, en el caso de los medios informativos o periodísticos, es alcanzar cotas altas de audiencia dentro de una línea editorial con cierto olor o, mejor dicho, tufillo ideológico, del que carece este medio que lleva por bandera ser una “redacción independiente”.
Como no he podido sustraerme a una respuesta en primera persona a quienes acusan a determinados medios y a quienes en ellos escriben de demagogos, por la publicación de ciertos artículos o fotos que ponen de manifiesto los graves estragos de esta interminable pandemia provocada por el SARS-CoV-2, con la intención de sensibilizar a ciertos sectores de la sociedad que se creen inmunes a sus efectos o, peor aún, negándola a pesar de la evidencia de los resultados, queriéndolos incluso comparar a los de una simple gripe que, se estima a nivel mundial en unas 650.000 personas fallecidas, menos de la mitad de los finados por la covid y en un plazo superior y sin el mismo colapso de las UCIS, pero además, de hacerlo sin datos específicos de los sectores de la población afectados, franja de edad o por países; quizá como reacción al poder político acostumbrado a sacar rentabilidad del dolor ajeno.
En cualquier caso, lo estúpido es negar la realidad o recurrir a la falacia ad numerum con cifras o comparativas estadísticas de enfermedades distintas en cuanto a los efectos y secuelas a largo plazo; al igual que resulta falaz la actuación de aquellos medios que recurren a sofismas populistas con la intención de manipular o dirigir, buscando efectos rentabilizadores de poder y no de concienciar, sobre todo jugando con esa emoción tan difícil de controlar en estos momentos como es el miedo, en muchos casos haciéndose eco de fakes sobre el tema, sólo para vender un producto ideológico.
No todos somos iguales y, por tanto, no todos podemos ser juzgados por igual.