Quiero escribir y no puedo, porque de lo que quiero hablaros me inunda de emociones prevaleciendo una sobre todas, un dolor inmenso, una indignación muy difícil de contener.
Me faltan las palabras, porque un nudo en la garganta paraliza mis manos, y mi mente no da abasto para encauzar de una manera ordenada y comprensible lo que estoy sintiendo.
Son muchos años de imágenes sangrientas, de una queja ensordecida por los gritos tras la devastación de ciudades por bombas cargadas de odio, de fanatismo de religiones absurdas, de deidades que justifican, según sus fieles siervos, este deshumanizado comportamiento de destrucción bajo la premisa de revoluciones santas que hace de quienes participan en ellas dignos merecedores de no se cuentas vírgenes en el paraíso.
Quizá, hasta mi comportamiento no sea el adecuado, porque, aunque no me pueda acostumbrar a tantas imágenes de horror, todavía están un poco lejos, y lo que un día es un sollozo al día siguiente se transforma por una moral acomodaticia para no tener que salir de esa zona de confort en la que todos nos movemos; quizá porque el dolor es tan grande que es mejor volver la vista hacia otro lado.
Vivimos en un mundo en el que todo vale, donde la esquizofrenia del ser humano hace que lo que hoy recriminamos al día siguiente lo justificamos bajo falsos ideales. Tan pronto nos oponemos a la guerra como la justificamos porque hay que terminar con los malos, y ¿quienes son peores lo que disparan o los que les venden las armas haciendo de la muerte y la destrucción un mercadeo?.
No puede verlos como se les agota el aire, como sus músculos se paralizan por los efectos de esas armas químicas contra objetivos civiles, contra niños cuyo único pecado es haber nacido en ese lugar donde el odio es una consecuencia de la existencia de un dios que viene salvar el mundo, siendo tanto dolor el prefacio de un Armagedón que terminará con el mundo de los infieles.
«Vivimos en un mundo en el que todo vale, donde la esquizofrenia del ser humano hace que lo que hoy recriminamos al día siguiente lo justificamos bajo falsos ideales.»
¿Cuándo será la próxima vez?, ¿esta tarde?, ¿mañana?, ¿dentro de una semana o de unas horas?, quien sabe. La solución es muy fácil para el resto de mortales que vivimos alejados del campo de batalla, sólo bastará con apagar el televisor, no sin despotricar antes contra las cadenas de televisión por poner tan trágicas imágenes a la hora en que placenteramente llenamos nuestro buche; sin ser conscientes de que quizá mañana esa muerte puede llamar a nuestras puertas disfrazada de diferentes maneras: desde un conductor suicida que enviste todo lo que se le ponga por delante o mediante la deflagración de bombas en la hora punta de una estación de metro, de un aeropuerto o dentro de una iglesia. Cualquier sitio donde haya muchas personas vale.
Tal vez, nos estemos volviendo inmunes al dolor, a la injusticia, a la muerte, y que mejor que nadie nos lo recuerde para no perder esa mueca de media sonrisa idiota frente el dolor de quienes, siendo aún unos ángeles hoy han perdido su vida.
NOTA DE REDACCIÓN: advertimos que las imágenes que se muestran a continuación pueden herir vuestra sensibilidad.
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