2 de la madrugada. Como cada noche, incapaz de conciliar el sueño. Tu realidad se resume a las obligaciones del día a día y no puedes evitar preguntarte si merece la pena, pena de creer que estás desaprovechando tú vida. Te das cuenta de que llegas al punto al que te juraste a ti mismo hace tanto tiempo que no llegarías y, si ocurriera, destruirías a ese ser cotidiano, aburrido, preocupado e inconscientemente.
Autodestrucción de vuestra vida, tiempo corriente y moliente que malgastáis tratando de dar caza a los tuits de vuestros “dioses”. Mensajes eternos sin sentimiento alguno cuyo fin termina en “visto”. Incontables y eternas horas en pantallas frías que os devuelven la mirada y os recuerdan con el dedo central que con o sin vosotros, el tiempo corre y se agota. Os empeñáis de forma insana y cabezota en agarraros a esa espiral descendente de ira y dolor, sin daros cuenta de que a la par asciende todo lo contrario. Echarse las manos a la cabeza es decir poco. Mientras tanto, el mundo gira.
Partimos de la base establecida por la sociedad que nos dice “esto está bien, esto está mal”, sin parar a preguntarnos a nosotros mismos quién habrá sido el iluminado que estableció la regla de oro que no podemos o no debemos desobedecer. Lo triste, llamémoslo así, es que las ovejas nunca se revelan al pastor y a su vara. En cambio, existe otro animal al que “ellos” llaman lobos. Y digo lobos por no decir otro calificativo con el que hace escaso tiempo empezaron a tacharnos. Lobo es el inconformista. Lobo es el que protege la manada aun sabiendo con total certeza que perderá la batalla. Lobo es el que elige algo diferente. Lobo es aquel incapaz de conciliar el sueño a las 2 de la madrugada.