LO SIMPLE

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Mientras el mundo se desmoronaba, Néstor, el motivado dependiente de la tienda de calzado «Perla del Norte», se deshacía en elogios acerca de la sandalia que tenía entre sus manos:

«Mire, señorita Mise, con estos sandalines, será usted la quitaesencia de la boda; le aseguro que, como hay un Dios, usted se llevará más miradas que la novia, y si quiere se lo certifico ante un Notario.»

Y Misericordia del Río, «Mise» para la confianza, ni siquiera se fijaba en las suaves tiras de piel flor que se ceñirían en sus tobillos si compraba aquella monería de calzado; ella sólo tenía ojos para Néstor, el perfecto vendedor de almas.

En su imaginación, lo pintaba desnudo, gastando unos mocasines de Boxcalf color coñac y luciendo a los cuatro puntos cardinales, una erección propia de Príapo.

¡Cuántas veces Mise rogó misericordia a todos los santos por que aquella irracional calentura cesase! ¡Por que ese irrefrenable ardor que sentía en algo más que en sus ánimos, fuese sofocado sofocado por el eido soñado de aquel pene con nombre, Néstor!

«Entonces, qué, doña Mise ¿Se las lleva? Por ser usted, me lío la manta a la cabeza y le hago un quince por ciento de descuento ¿Qué me dice? Se le quedarían en ciento cuarenta y cinco…»

Pero Mise no respondió, se limitó a ponerse de pie, acercase a un espejo grande, de esos que nunca debieron fabricarse y proyectar su figura en el azogue, esperando un rebote que hablara por ella, que, finalmente, llegó, subrayando en rojo cada palabra y cada fotón que ilusionado, entraba amoratado de frenesí en la retina de Néstor.

Es verdad, el mundo quebraba en dos la realidad que Júpiter había estado tanto tiempo guardando, pero en la habitación cuatrocientos veintisiete del número diez de la calle del General Pardiñas, una  mujer y un maniquí calzado con unos mocasines de color coñac, ideaban la manera de hacer del vacío, ese lugar en el que todo lo extraño tiene acogida

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