LO QUE NO SE DICE NO OCURRE…

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Él no sabe que es ella hasta que la última gota rebasa el puño. Intenta recogerla con la otra mano, pero no llega a tiempo, queda colgando formando una estalactita en el teléfono móvil. Limpia su avatar de un manotazo como si así borrara lo que acaba de ocurrir, la imagen del atardecer en la playa que rellena el círculo, ahora parece un bibelot en invierno relleno de nieve.

«Joder», murmura, y mientras restriega el cristal con la mano que le queda libre, la otra, la derecha, comienza a venirle grande, se vacía de carne, de líquido que cae como una cascada sobre el empeine y la plaqueta del baño. En el suelo no se nota tanto porque es del mismo tono que las baldosas, color engrudo. Termina el placer y el pánico se escurre por la pendiente final del último orgasmo.

Se mete en la ducha, cree que si se restriega bien va a hacer que nada haya ocurrido. Piensa, también, si ella se habrá dado cuenta de que él es él a pesar de todos los datos falsos. Con cada zarpazo de esponja por su cuerpo se pregunta por qué y cómo. Si tiene en su ubicación que vive en Ibiza y es oriundo de un pueblo de Castilla y apenas conoce el mar, si no tiene más rostro que la puesta de sol robada de Internet; en la biografía: «amante de la poesía y el arte» y quien le conoce sabe que su lectura no va más allá de ojear el Marca por las mañanas mientras está sentado en el baño.

Ahora se arrepiente de todo. De haber hecho caso a Pablo, de escucharle hablar del morbo de las redes sociales, del sexo sin cara y sin compromiso. ¿Por qué?, vuelve a preguntarse y restriega con más fuerza todavía sus genitales, quiere que el pene se le caiga al suelo, ese, el culpable de todo, siempre ese, pronombre demostrativo de persona y no de cosa, porque, al fin y al cabo, es donde guarda su cerebro.

Se abrió una cuenta y obedeció a su amigo, «jamás enseñes la cara ni des tu nombre verdadero, no cuentes nada que tenga que ver con la realidad. Esto está lleno de mujeres necesitadas de cariño, dáselo, pero con condiciones. Alguna se enamorará de ti, es en ese momento cuando tienes que salir corriendo. Por eso, es muy importante que jamás des ningún dato con el que te puedan localizar, y sobre todo, que ningún polvo dure más de tres pajas. Ya sabes cómo son estas cosas, algunas mujeres se enganchan». Y no, él no lo sabía porque siempre había estado con su Mati, o casi siempre, que no es todo el tiempo, pero es el que importa.

Llegó la crisis, la de los cincuenta, comenzó a ver la tripa descollando cada día un poco más, y a su mujer, de la misma quinta, alejándose cada noche entre resoplidos y cambios de humor, así decidió dar un nuevo comienzo a eso que ya empezaba a terminar, la vida.

Cierra el grifo de la ducha y se apoya contra la pared, el pelo más ralo aún por la humedad, con claros donde antes había sombras, y los brazos peludos encima de la cabeza protegiéndole de sus propios pensamientos.

Llega la noche con una obertura silenciosa, ella dice que no va a cenar nada, que está cansada porque el calor no la deja dormir. Él no contesta, le da la espalda y se marcha a la cocina, a tomar algo, aunque no sabe qué tomar salvo distancia.

Dan las doce como un toque de queda y decide que no puede retrasar más el momento de ir a la cama.

«Quizá no me haya reconocido, lo mismo no me recuerda desnudo, hace tanto tiempo que no nos rozamos».

 

Ella ya está acostada, mirando hacia la pared, si le ve la cara notará que está despierta por el temblor involuntario del ojo izquierdo. Visiona una y otra vez  los últimos meses como si estuviera rebobinando una película. Comienza por esa misma tarde, repasa cada día hasta llegar a su primer sobre iluminado, le resultó tan agradable volver a gustar. Reconoció que podía mantener una conversación con otro adulto además de con los que la relacionaban los libros de familia, también descubrió que sabía seducir y hasta provocar. «Tengo las ideas claras» pensó «esto es solo un juego sin importancia».

Se debería diagnosticar la ludopatía hacia el amor, el deseo o únicamente hacia la compañía. Esos hombres no piden pescado para cenar ni dejan el lavabo lleno de pelos. Esos hombres no saben nada del calor infernal que sacude su cuerpo y no se alejan de ella cuando el sudor lo empapa todo.

«No mando fotos» dijo la primera vez, «solo en ropa interior» dijo la segunda, «bueno, pero sin cara, la cara no» respondió cuando la convenció él en la última.

Los dos rompieron su promesa al unísono y lanzaron al espacio virtual su torso desnudo, desvestido hasta medio muslo, como dos venus de Milo se presentaron y se despidieron sin decir ni «mu».

Pero… ¿quién iba a pensar que le iba a encontrar ahí? A él, a su Paco.

«Quizá no me haya reconocido, lo mismo no me recuerda desnuda, hace tanto tiempo que no nos rozamos».

 

 

 

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Carolina Saavedra
«Sueño para escribir y escribo para seguir soñando» dice Carolina Saavedra, escritora madrileña. Así lo cuenta y lo escribe, para que se cumpla. Con Cuentos de Ulises mudo, sirenas varadas y otros mares, cierra lo que ella define como «trilogía del amor y la devastación». Esa triada la completan su segunda novela Cuando Nevers invadió Hiroshima, editada en 2022 y Palabras para no borrarte, un pequeño diccionario poético publicado a finales de 2020. Antes de ese trío, en diciembre de 2019, nació su primer libro, Eva de paso. Ella se define como una cuentista que a veces escribe de más y las historias cortas le crecen sin que pueda evitarlo, convirtiéndose en novelas. Pero en su opinión: «lo importante se encuentra en el detalle mínimo, ese de donde brotan todas las palabras».

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