Se pueden pintar olas rojas sobre un lienzo a las que alumbra un sol poniente. Se pueden pintar prados azules sobre un lienzo a los que alumbra el sol naciente. Se pueden pintar sobre un lienzo trazos de luz y trazos de sombra. Se pueden crear colores y esparcirlos con mucho arte sobre un lienzo. Pero las flores de un lienzo y el aire de un lienzo no huelen, el sol de un lienzo no calienta, las olas de un lienzo no me mecen. Los corazones cerrados por la llave de la lógica no sienten. Rasgar los lienzos de la razón y dejar pasar la luz de la verdad, es oler las verdaderas flores.
En lo natural respiro, sola me acompaño, no oigo y escucho, me paro escalando la cumbre. El vacío lo llena todo de infinita posibilidad. Las almas se comunican mudas, las palabras no valen cuando habla la verdad. El mundo no conoce el lenguaje de la vida que se esconde a los ojos que miran sin ver.
Canta la canción de tu alma, tu canción verdadera, descubre quién eres y amate, centra tu energía en hacer crecer la fuerza de tu voluntad creadora. No pintes cuadros muertos, no escribas versos medidos, no leas mentes sin corazón, no confundas la verdad con los razonamientos que se encorsetan entre “aprioris”. Ve más allá de la razón. Abre los ojos a la aventura de lo profundo. Sumérgete en el abismo, lo más hondo que puedas. No temas a la Nada que contiene al Todo. Y nunca te rindas cuando busques llenar tu vacío. Llega un día y te das cuenta de que eres un continente rodeado de oscuridad y lleno de luz; sólo una estrella errante que busca su galaxia.
Guardamos instantes de vida verdadera en los anales de la memoria ¡Plántate ante las puertas que se grafían con esos instantes y ábrelas! Recorre todas las estancias y recuerda, paso a paso, qué te pasó. Configúrate de nuevo en ese ser que vivió aquel instante, huele los aromas, mira los colores, siente los sonidos, acaricia lo acariciado y vibra en esa sinfonía eterna del instante que en la memoria del “tiempo” no se pierde nunca, adéntrate en él, no tengas miedo. Nada que se haya vivido se ha perdido. Todo permanece accesible en esa memoria, grabado a fuego sobre material imperecedero.
Esta vida, otras vidas y sus instantes nunca desaparecerán. Es nuestra eternidad; una memoria hecha de instantes, celosamente guardados tras de las puertas de acceso. Para abrir la cerradura de esas puertas necesitamos una llave que ha de forjarse en oro. El orfebre lo hará, pero necesita del alquimista. No recordamos que somos orfebres y alquimistas. Por eso, aunque busquemos la puerta y nos plantemos delante no habrá acceso sin la llave.
Yo pinto en mi imaginación esos instantes,
pero no puedo vivirlos ahora tal como fueron.
No tengo la habilidad de oler las flores de esos lienzos…
son lienzos muertos, enmarcados en plomo de gris de cielo.
Pero no me rindo, sé que me ayuda el “tiempo”,
ese que se me escapa cuando lo pienso.
Sólo me queda una proclama, es algo que, pocas, pero intensas veces, he vivido. Me refiero a un instante en el que estás total y absolutamente segura/o de que el presente ha sido pasado y de que recorriendo el inmediato futuro vas constatando haberlo vivido. Sí, ese “déjà vu”…La neurociencia lo explica, ya lo sé; pero no me satisface la explicación según mi experiencia y la experiencia, ya se sabe, es la verdadera madre de la ciencia.
Hace mucho tiempo que tengo fe en lo que siento y cuestiono lo que pienso; eso es:
Porque he pasado por la noche oscura de San Juan con mi cruz, no hablo desde la loca de la casa teresiana, no son mis neuronas las que escriben este texto, sino la sangre roja y caliente que bombea mi corazón y, con Unamuno contra Descartes, concluyo: no pienso porque existo, siento porque soy.