LIBROS ABIERTOS (II). VOTO DE SILENCIO.

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 Son muchas las cosas que tengo que decir, que contar, al igual que son muchas las cosas de las que tengo que arrepentirme, muchas las palabras dichas sin tenerlas que haber dicho, y otras muchas en las que me he quedado corto.

Foto. Feliciano Morales para plazabierta.com

Sea como sea, es cierto que por la boca muere el  pez, pero también lo es que la boca sirve para ingerir alimentos y en los mamíferos, junto a la nariz, para respirar el aire que oxigena nuestro cuerpo, por ello, tal vez, puesto que el que tiene boca se equivoca y porque el silencio oxigena nuestra mente,  de vez en cuando hago voto de silencio, sólo por el tiempo suficiente como para purificar mi espíritu a través de la contemplación, no con el fin de control o manipulación, porque nunca me han ido los que las matan callando, porque al final matan y, tampoco, como un modo de espiar mis culpas, porque no creo en la culpa, sólo, como he dicho en otras ocasiones,  cuando por reincidencia se tiene el ánimo o intención de dañar o es fruto de una conducta negligente con un resultado dañoso.

Me equivoco todos los días y varias veces, porque mi imperfección raya la perfección de lo imperfecto, vamos, porque no soy más que un ser humano, y como tal, llamado a tropezar, no sólo dos veces con la  misma piedra, sino setenta veces siete, o más; por ello no me importa pedir el mismo número de veces perdón así como perdonar en la misma proporción a quienes con sus errores, con culpa o sin ella, tienen la decencia de disculparse por el daño que pueden inferir, no refugiándose en el silencio de su soberbia dominados por el ego que les lleva a aparentar ser hombres o mujeres de pro, personas de bien y horadas, cuando no son más que una fachada blanqueada con cal. Silencio destructivo, peor a veces que la palabra contra la que cabe siempre una réplica. Silencio con una gran dosis de chantaje emocional o, simplemente, indiferencia o falta de empatía desde la atalaya de la soberbia o superioridad moral, tan frecuente en nuestro tiempo, donde continuamente nos revestimos una y otra vez, de una imagen pública más que humana.

Hace unos días, refiriéndome a la transparencia en las relaciones humanas, así como a los peligros y ventajas que representa ser como un libro abierto en nuestra trascendencia social, como actitud desde la honestidad con uno mismo y con los demás; sin embargo, con ciertas personas se corre el peligro del abuso a través de la manipulación de nuestras debilidades, así como con aquellos que quedándose sólo  con el prólogo o leyendo entre líneas el libro de nuestra vida creen llegar a conocerte con la osadía de juzgarte, cuando la mayoría de las veces ni nosotros mismos no conocemos,  siendo en mi caso uno de los motivos del silencio intercalado con el ruido de la vida en mi transitar por este mundo; conocerme un poco más y aprender de mis errores.

Un silencio reflexivo, un silencio para aligerar mis alforjas de lo superfluo, liberando mi alma de las viscosidades de las relaciones humanas dañinas o tóxicas, por desgracia siempre acechándonos.Pero también un silencio reparador con el coraje de estar presente en el mundo para hablar con las palabras  del alma,.  hasta llegar sentir compasión hacia  quienes se creen pertenecer a la estirpe de los iluminados, de la verdad absoluta, o al club VIP de los ilustrados que ejercen el silencio no como un camino hacia la luz que ayude a los demás, sino como una herramienta fustigadora o como modo de ejercer su poder, lo que les convierte al final en unos seres desgraciados, arrastrados hacia la consideración por los demás, viviendo en un mundo ficticio de apariencia a base de colgarse medallas que compran en el sucio mercado de una aparente moralidad. Seres que sólo utilizan la luz para iluminarse a ellos mismos.

El silencio es útil para el alma, para la mente, pero también  como medio para  poder sobrevivir frente a quienes pretende utilizar nuestras debilidades en su beneficio, como herramienta de control o dominio, porque una cosa es ser transparente y otra tener la verborrea de alimentar el ego de curiosos manipuladores, inquisidores de vidas ajenas. Frente a ellos sólo cabe la prudencia y la templanza para no responder a la provocación de su silencio fustigador y de desprecio, silencio también cobarde cuando descubres sus malas artes, desapareciendo como serpientes que se arrastran por el suelo.

Así es el silencio. Un silencio sereno con el que sólo pueden convivir quienes están en paz, un silencio fértil de la conciencia, o un silencio lleno de ansiedad que lo padecen las almas atormentadas de autocomplacencia.

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