Hace unos días leía un razonamiento, no sé si se trata de una cita atribuible a alguien, aspecto que no me he preocupado en averiguar, que decía, más o menos que, el librepensamiento no es solo cuestionar la autoridad -valga también, como reacción a cualquier imposición dogmática, venga de donde venga-, es también tener la valentía para cuestionar nuestras propias creencias y actitudes.
Y, es verdad, el afán desmedido con el que protegemos nuestras propias convicciones, creyéndonos en posesión de la tan manida verdad absoluta, bloquea el necesario relativismo de la razón que nos conduciría a una visión más aperturista, al menos, diferente y quizá tan válida como la nuestra; lo que supone en esencia una quiebra del auténtico libre pensamiento del que muchos presumen y del que carecen, en su constante cuestionamiento del mundo exterior y no del propio.
En definitiva, nos lleva a mantenernos a flote de una pobre existencia marcada por la soledad absoluta de sobradas y engreídas razones personales, sin querer ver o tener en cuenta las de los demás, intentando camuflar nuestra soberbia, la mayoría de las veces desde el victimismo de sentirnos atacados, arremetiendo contra el mundo desde una paroina enfermiza frente a la cual sólo cabe la compasión por el sufrimiento que de ello se desprende.
Decimos que se abstengan profetas, gurús, sabelotodo, dogmáticos, pero nos comportamos igual que ellos, tratando de imponer nuestra razón como la única válida, no sólo con la osadía que supone negar la contraria, con el consiguiente bloqueo de nuestra propia razón frente a esas otras aportaciones diferentes que van más allá de la percepción personal de las cosas, irremediablemente marcada por las propias creencias, experiencias y educación recibida, con la tendencia a estereotipar y categorizar todo; con razones tan absolutas que no dejan lugar para aceptar la opinión contraria, que elevamos a la categorías de dogmas. Sí, dogmas, porque cuando criticamos lo hacemos desde la certeza de que somos los elegidos por no se sabe que sabiduría suprema que se alberga en el supremo templo de la verdad de nuestra razón. Que osadía la nuestra.
Además, el hecho de no cuestionar nuestros propios pensamientos, nuestras propias razones, incluso emociones, además de una peligrosa soberbia encierra el miedo a descubrir que podemos estar equivocados porque supondría dar nuestro brazo a torcer frente a otras razones que despreciamos desde el convencimiento que no está tan bien fundamentadas como la nuestra, o basadas en fuentes peores o menos válidas sin ni siquiera conocerlas y molestarnos en hacerlo y, peor aún, que su razón es inferior a la nuestra, convirtiendo al final el debate en una lucha de egos y en un insulto a la inteligencia y sentimiento ajeno.
Pero, lo malo, no es que castremos nuestro potencial de conocimiento, sino que, lo más absurdo, es impedir nuestro crecimiento personal desechando argumentos que no sólo pueden servir para complementar los nuestros, sino para incorporar al debate otros puntos de vista diferentes que lo enriquezcan, o sacar a flote una verdad más completa que la nuestra basada en ideas preconcebidas, en categorizaciones de un todo que es relativo, o en prejuicios, frustraciones, actitudes egoístas, y en miedos infundados. Porque al final no todo es razón, el espíritu, nuestro espíritu, está conformado por una multitud de elementos que no se pueden percibir con los sentidos normales de una realidad material sino sólo desde los ojos del corazón en comunión con la razón.
Como dice la frase del alquimismo humano: “Visita Interiora Terrae Rectificando Invenies Occultum Lapidem”, “visita el interior de la tierra y rectificando encontrarás la piedra oculta”, o lo que es lo mismo, viajemos a lo más profundo de nuestro ser y cuestionando nuestros propios egos al final encontraremos una verdad más poderosa que la simple razón, con sentimiento de estar en una unión permanente y abierta con nuestros semejantes para conseguir una existencia más limpia, más luminosa y espiritual que de sentido a nuestra vida.
Me encanta este artículo; es una gran reflexión sobre el tamiz de autoevaluación de las propias ideas.