Hablar de amistad no es una tarea fácil sino recurrimos a los acostumbrados tópicos y frases hechas como “un amigo es un tesoro”, “los amigos son la familia que se escoge”, “una persona sin amigos es como un libro que nadie lee”, etc, etc, etc. Palabras bonitas que si no van acompañadas de hechos no es más que simple palabrería.
El origen etimológico de la palabra amistad, aunque no ha podido ser determinado con exactitud, hay quienes afirman que proviene del latín “amicus”, que a su vez derivó en “amore”, es decir amar. Pero, ¿realmente amamos a nuestros amigos?.
Es fácil decir, yo quiero a mis amigos, es fácil llevarse bien con ellos cuando ambos están en la misma sintonía o cuando todo va sobre ruedas en relación a la amistad. Sin embargo, no resulta tan fácil cuando las cosas se complican, cuando nuestro amigo nos critica, nos advierte que hay cosas que mejorar para mantener los lazos de unión entre ambos o, simplemente cuando al amigo no le van las cosas bien, cuando empieza a tener problemas de cualquier índole, cuando es objeto de crítica por los demás, cuando es juzgado por una conducta o actitud equivocada, o no. Este es el momento en el que realmente debemos estar a la altura de la circunstancias, cuando el amigo se convierte, o eso nos parece a nosotros, en una carga, en alguien al que hay que apoyar cuando los demás le dan la espalda o cuando las cosas en su vida no van, ni como el quisiera, ni como nosotros desearíamos. Seguro que todos hemos dejado alguna amistad por el camino, o varias, a veces porque ha sido imposible mantener a flote esa relación que, en su momento pensábamos que iba a ser para toda la vida, pero que la falta de sintonía, quizá porque no ha habido la intención que la hubiese ante la exigencia de intentar comprender al otro o sólo porque era imposible mantenerla ante posturas antagonistas que socavaban nuestros principios. También, porque alguien se haya podido meter por medio minando maliciosa o inconscientemente los lazos de unión con nuestro amigo, o porque hemos tenido que elegir apoyar a un tercero ante el agravio de nuestro amigo.
Motivos, muchos hay para que la amistad se rompa, pero seguro que también los hay para intentar salvar una relación que, en principio consideramos abocada a fracaso, por egoísmo, por soberbia, o por aquello que, “yo primero y luego los demás”.
Desde luego que hay amigos que resultan tóxicos cuando una desgracia les acompaña como una carga de la que no logran desprenderse, o porque no saben. Que tiran de nosotros constantemente ante problemas cuya solución le corresponde a ellos, a veces con une egocentrismo desmesurado que les hace convertirse en el protagonista de cualquier circunstancia, buena o mala, amigos éstos a los que posiblemente haya que intentar redirigirlos o simplemente dejarlos descansar, en standby, hasta que su toxicidad desparezca o encuentre sosiego en un especialista o en otros amigos menos desgastados y con mas mano para indicarle el camino , pero sin dejarlos en la cuneta, porque como en el matrimonio, cuando alguien tiene un amigo lo debe tener para lo bueno y para lo malo, para la salud y para la enfermedad y, porqué no, hasta que la muerte nos separe.
Es decir, el salvavidas de la amistad es la lealtad, el no esconderse cuando el amigo nos necesita, cuando necesita nuestro apoyo, nuestro amor, el confort de nuestro abrazo, el saber que estamos ahí, sin necesidad de hacer aspavientos, sin retórica, sin dar publicidad a nadie, siendo compasivos, siendo guerrero frente a terceros que lo agravian o lo persiguen, con causa o sin ella, pero sobre todo, no desapareciendo cuando pueden convertirse en el ojo del huracán por el motivo que sea, sin entrar a juzgar, sin esconderse frente el agravio con o de terceros por el miedo que a nosotros también nos señalen
Dedicado a mis amigos, pocos pero buenos….