Una característica común de todo lo humano es la tendencia a adaptar el entorno a sí mismo, en vez de, lo más razonable, adaptarse él al entorno. Y esta característica no es solo física, es también, o es sobre todo, intelectual. Busquemos en la rama del conocimiento que busquemos esa impronta pequeña, efímera, inmediata, se hace fácilmente visible.
Cuando estudiamos la historia observamos que existe una división en edades que tienen dos características muy humanas, la aceleración y la ausencia de futuro. Las edades son cada vez más cortas según se acercan al momento presente. Si la prehistoria dura cientos de miles de años, la edad antigua apenas dura unos miles, la media unos cientos, la moderna trescientos y la contemporánea que está por ver.
La contemporánea, o sea la de nuestros tiempos. ¿Y la futura? ¿No será contemporánea de los que la viven? ¿Y cómo tendrán que llamarle? Este disparate denominativo, este tapón histórico, ya debería haberse resuelto. De hecho estudiosos como el catedrático Francesc Hernández Maciá ya proponían en el 2011 una solución a esta indefinición.
Yo propondría, desde la más absoluta humildad, que esta época del antropoceno se denominara edad de las naciones, como hecho más destacable en el devenir de la humanidad desde la Revolución Francesa, hasta estos momentos en los que apunta un cambio de paradigma que supondría incluso un cambio de era. El antropoceno debería de dar paso al tecnoceno, la era de la tecnología, y deberíamos marcar su inicio a mediados del siglo XX, momento en el que el la creación de un cuerpo tecnológico, el avance del conocimiento y la evolución de las técnicas establecen las bases para el tirón vivencial de las siguientes décadas.
Pero reconociendo que, desde mi condición humana, mi pensamiento solo puede referirse a mi escala, lo que sí me parece evidente es que este cambio de era, de paradigma, de posición del hombre respecto a su entorno y a su posibilidad de evolución, me preocupa en tanto en cuanto esos cambios afectan a la forma en la que afectará al hombre, a mí en mis descendientes. Me preocupa el devenir político de un hecho científico, el aprovechamiento social de unas tecnologías que, según quién las use, resultarán balsámicas o definitivamente letales para el género humano.
Desde el momento actual, desde ese murete temporal al que nos asomamos para entrever un futuro que no parece pertenecernos, solo podemos tener atisbos de lo que podrá ser, de lo que puede llegar a ser, y deseos de lo que nos gustaría que fuera. Solo podemos imaginarnos utopías y distopías que parecen estar al alcance de lo que el presente apunta.
Pero tanto las utopías como las distopías tiene un lugar común, el sesgo ideológico de quién las concibe. Y en ese sesgo ideológico muchas veces, en el afán de lograr el mundo perfecto, se olvidan de que los medios, la puesta en práctica de esas utopías, las convierten de facto en distopías difíciles de asumir.
Yo no sabría cómo poner en marcha una utopía intelectual, y no sería capaz de asumir éticamente la distopía funcional que pudiera producir, pero eso no me incapacita para compartir mi visión, mis visiones, de las utopías y distopías que en estos tiempos parecen luchas por hacerse un hueco en el futuro, para erigirse en el proyecto de futuro con más posibilidades, en muchos casos a costa del dolor y la injusticia en el presente.
En un presente que se debate, entre dos grandes bloque de visiones: la visión centralista y la visión libertaria, la visión corporativa y la visión ruralista, que en su intento de apoderarse del futuro se desgarran y desangran a la raza humana.
Y mi única visión de presente, la que me ha tocado vivir, es la decadencia de los valores, la descomposición sangrante de las fronteras, la apropiación de lo común por lo privado, el genocidio de los no alineados, la degradación avara del entorno, el empobrecimiento de las clases medias y profesionales que podrían volcar el sentido del futuro, la globalización únicamente económica, y el uso feroz del secreto y del miedo, de la ignorancia y la amenaza.
Esta visión, que algunos optimistas podrán considerar pesimista, que algunos alineados considerarán alienante, que algunos comprometidos considerarán peligrosa, es solo un planteamiento de futuro. La edad contemporánea ha de dar paso a una edad aún más contemporánea, y eso, como será, como no será, es la lucha que los que creemos en que el futuro también es nuestro, aunque sea por interpuestos, debemos plantear desde el puesto de combate que la vida nos haya facilitado.
Por eso, por convicción y compromiso, fuera de todo círculo de poder o decisión, escribo estas letras, este planteamiento que pretendo continuar con una breve exposición de las dos posibilidades del futuro: el de todos y el de unos pocos para todos. El de la democracia y el de otras “cracias” votables de nula representatividad.