LAS MISERIAS HUMANAS (X): Los forofos

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#EnCasaconPLAZABIERTA

Image by Jarkko Mänty from Pixabay

A veces, sobre todo si son términos de uso popular, me gusta asomarme al DRAE y comprobar hasta qué punto su cotidiana utilización lo haya podido ir separando de su significado original, el continuado  desgaste y esa entre ambigüedad y retorcimiento al que determinados estamentos públicos, y publicados, han decidido que tienen derecho para variar, vaciar y metamorfosear las palabras. Determinadas palabras.

No es el caso de esta, no es el caso de forofos. El significado se muestra íntegro y, en todo caso, admito que tal vez necesite alguna actualización. Bueno, para que andarnos con zarandajas, necesita imperativamente una actualización, una ampliación.

Dice el DRAE respecto a forofo:

  1. Persona a la que le gusta mucho una actividad determinada o la practica con pasión.
  2. Persona que anima con pasión y entusiasmo a su equipo o deportista favorito.

Exacto, pero corto. No habla nada de muchas de las características del forofo, de esa personalidad transformada cuando le tocan lo suyo que roza la irracionalidad, y cuando digo que la roza me refiero a su incapacidad de abandonarla.

El forofo, para empezar, divide el mundo en dos, los suyos y los otros, y esa frontera es tan irreductible, tan impermeable, que cualquiera que no comparte su espacio es automáticamente uno de los otros, y esos otros son todos iguales porque son distintos a él. El forofo tiene un alto sentido gremial, he estado a punto de decir cabañil, pero gremial es más riguroso, y repite cánticos, consignas y chascarrillos, cuanto más hirientes con los ajenos más ruidosamente celebrados por la manada, he estado a punto de decir rebaño, pero manada es más riguroso.  Su entrega a la causa es tal que ignora la autocrítica, o dice ignorarla en defensa propia, y es capaz en su seguidismo de sostener una cosa y la contraria, según el interés de su aplicación, sin percibir ninguna contradicción en ello. Cualquier posibilidad de culpa, de percepción de contradicción, de atisbo de impropiedad, es inmediatamente volcada sobre los otros. Los otros siempre son los culpables por acción o por omisión y su culpa justifica cualquier posibilidad de la porpia.

Claro, efectivamente, estoy hablando de política ideológica, de esa carencia que comentaba en el DRAE, estoy hablando de una situación demencial en la que un tercio de los ciudadanos de  este país busca desesperadamente, sin rubor, sin disimulo, la anulación intelectual de los otros dos tercios. De momento anulación intelectual. Alguien se ha inventado el bonito cuento de la izquierda y la derecha para justificarlo todo, y lo ha vendido de tal forma que el tercio de los que se dicen de derechas considera que los otros dos tercios son de izquierdas, y el tercio de los que se autoproclaman de izquierdas consideran a todos los demás de derechas. Implacablemente, sin concesiones a la humanidad, a la racionalidad o a una invocada, al tiempo que indeseada, fraternidad.

Hemos llegado a una sociedad donde lo importante no es lo que se piense, ni siquiera lo que se haga o lo que se diga, lo importante es aquello en lo que no se coincide con alguno de los círculos impenetrables  que se han descrito, lo que coloca automáticamente a cualquier crítico entre los otros, los de fuera del círculo, los enemigos. Es decir, no importa el pensamiento, si no el grado de coincidencia con los pensamientos ajenos que, de forma inmediata, califican y etiquetan. Tampoco es importante un posicionamiento global, si no que el juicio se produce permanentemente, por cada  manifestación realizada. Y es tan así, que en una misma conversación el discrepante puede ser etiquetado como de unos, a continuación como de otros, o, en el colmo del disparate, como del bando contrario por ambos bandos en una misma frase o idea.

Solo en un entorno como el que se describe se puede concebir una de las mayores infamias contra el sentido, y el sentir, democrático. Una infamia como la que se produjo ayer en el parlamento español. Solo desde la perspectiva de no tener que dar cuantas de mentiras, engaños y falacias, en la seguridad de que los forofos asociados justificarán cualquier acción realizada que llame a cerrar filas frente al enemigo exterior, puede un gobierno perpetrar tal cúmulo de felonías sin miedo a consecuencias.

Que en una misma votación se engañe sin rubor a varios de los que te apoyan y a los propios socios de gobierno es de tal desfachatez, de tal soberbia, de tal desprecio hacia lo que es un mínimo sentido democrático, que solo en un mundo de forofos, en un mundo en el que los valores han perdido todo poso en favor de una concepción excluyente y frentista, en un mundo en el que una parte se considera con tal superioridad que busca la anulación del resto, puede asumirse una situación como la dada sin que se produzca una dimisión inmediata de los responsables, un clamor popular y la exigencia de la asunción de responsabilidades.

¿Qué es lo que va a suceder? Nada. En un mundo de forofos todo está permitido, incluso el trilerismo político, basta con mencionar a los otros, y a su maldad intrínseca, para que cualquier desmán de los propios esté sobradamente justificado, es más, sea celebrado como una muestra de lo que hay que hacer para apartar a los que no estén de acuerdo, para tamizar una sociedad y que solo queden los buenos, por supuesto los propios.

Es proverbial la capacidad de auto justificación que poseemos los humanos, pero es apenas un breve apunte sobre la dimensión de esa capacidad en el mundo de los forofos, en un mundo de absolutos irracionales, verdades  inamovibles y axiomas inatacables. Un mundo enfermizamente dividido, interesadamente fraccionado, patética y artificialmente enfrentado, entre fascistas de bigotillo y gafas de sol y comunistas de zamarra Mao y visera con estrella roja. Un mundo plano y sometido, incapaz de sobreponerse a unos intereses en los que los forofos no pasan de instrumento desechable, de fuerza de choque conseguida por una leva ideológica.

Y que dios, que nada tiene que ver con esta historia salvo para usar su nombre a favor o en contra, nos pille confesados.

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