¿Cómo percibimos la belleza? Subjetivamente, de forma casi instintiva calificamos algo como BELLO o agradable o como FEO o desagradable.
Este juicio es espontaneo y primario y depende muchas veces del propio individuo, población, nivel cultural…etc.
El concepto clásico de belleza se establece como una cualidad de una persona, animal o cosa capaz de provocar en quien los contempla o los escucha un placer sensorial, intelectual o espiritual.
Es decir, lo BELLO provoca un estímulo sensorial agradable, placentero y puede ser receptivo de ello cualquiera de nuestros cinco sentidos. Esto es, la vista (un paisaje, el mar, un cuadro…), el oído (la música), el olfato (una flor, por ejemplo), el gusto (Una comida o un determinado vino…) o el propio tacto (por ejemplo, un masaje).
Sin embargo, existen fuentes de belleza que son universales y otras fuentes que provocan estímulos sensoriales positivos solo en determinadas culturas, poblaciones o épocas.
La ESTÉTICA es la rama de la filosofía que estudia la belleza. Para Aristóteles es bello lo que es valioso por sí mismo y a la vez nos agrada, lo que es apreciado por sí mismo (no por su utilidad) y nos proporciona placer o admiración. Esta definición, por tanto, comprende la belleza estética pero no se limita a ella.
Platón equipara la belleza a la verdad y la bondad, sin elevarla por encima de ellas. En un diálogo de Hipias, el filósofo tomó en consideración cinco definiciones de lo bello: lo conveniente, lo útil, lo que sirve para lo bueno, lo que da placer a vista y oídos y la grata utilidad.
Posiblemente a día de hoy, una de las teorías más aceptadas respecto a este tema es la propuesta por el relativismo, que dice que las cosas son bellas o feas según el fin que persigan.
Hace unos días, caminando por la calle me quedé ensimismado observando un muro de piedra con una flor roja que estaba como naciendo del propio muro. Esta visión me produjo un profundo bienestar. Me sentí tranquilo y sereno, casi diría que fue un destello de felicidad. Al cabo de un rato reflexioné sobre este episodio y asumí con alegría que había recibido un ataque de belleza al que entonces denominé emboscada de belleza. Es decir, son hechos que de forma espontanea y sin buscar, te provocan una sensación plena de bienestar.
Desde ese día, y de forma totalmente consciente voy buscando esas emboscadas de belleza, inesperadas, intensas y adictivas.
Las emboscadas se suceden con cierta frecuencia en nuestro día a día y afectan a nuestros cinco sentidos. En el caso del muro fue la vista pero a los pocos días, escuché en el coche de forma totalmente casual, la canción interpretada por Bobby Goldsboro “Honey” y a pesar de ser una canción de hace cincuenta años, la percibí con la misma sensación que cuando observé el muro con la flor. Se produjo entonces otra nueva emboscada de belleza que, al igual que la anterior, me dejé invadir por la sensación de bienestar que envuelve a un momento de felicidad.
La tercera ocasión en que he experimentado esta experiencia, que intento relatar y trasmitir, ha sido recientemente cuando me encontré de forma completamente casual a un amigo al que no veía desde hacía algún tiempo. Este amigo, nada mas verme, me expresó una gratificante sonrisa y, sobre todo, me dio un fuerte abrazo, que, por supuesto, correspondí. En esta ocasión, el estímulo sensorial fue el tacto y la consecuencia fue una nueva emboscada de belleza.
Madurando y reflexionando sobre estas agresiones placenteras de la percepción de lo bello he podido interpretar alguna de mis obras más antiguas y también de mi obra más reciente.
Hace ya algún tiempo desarrollé la serie “paredes rotas” en la cual reflejaba una pared con una serie de imperfecciones provocadas por el tiempo o por una acción externa. No era una serie figurativa, pretendía que el espectador observara una estructura superficialmente abstracta pero con un motivo figurativo. En esta serie utilicé una técnica mixta con mezclas de distintos materiales con lo cual, el cuadro tenía una apariencia un tanto peculiar. Sin duda, si no me hubiera llamado la atención este tipo de paredes seguramente habría pasado de largo por el muro con la flor emergente. En mi inconsciente estaba la puerta abierta a los estímulos provocados por los muros y las paredes.
Analizando todo este tema de los muros y las paredes y las emboscadas de la belleza, no es pura casualidad que una de mis últimas series se llame precisamente paredes. Serie inacabada todavía pero que contiene tres obras denominadas paredes con rostro I, II y III. Esta serie es lo más parecido a la imagen del muro con la flor. Representa una pared con una estructura y textura determinada, realizada con técnica mixta con materiales ajenos al convencionalismo al uso y que dan una apariencia casi escultórica de la propia pared. Esta pared, en algún caso, expone un rostro algo difuminado como dando a entender que a la propia pared le avergüenza exponerlo. En otro cuadro, sin embargo, el rostro no se oculta disolviéndolo sino con una banda que solo deja ver el tercio inferior de la cara.
Al final, lo que intento trasmitir es la posibilidad que tenemos a nuestro alcance de percibir la emboscadas de la belleza y, no solo experimentar el placer que nos provocan, sino también, que de alguna forma ejerzan un influjo positivo en nuestro quehacer diario.