A veces es difícil expresar lo que se siente, la perplejidad, el dolor, un cierto toque de ansiedad, que emanan de una mirada a lo que te rodea. Rabia, ira, odio. Al fin y al cabo son sentimientos humanos, reacciones complejas que nos son propias aunque seguramente pertenecen al lado más oscuro de nosotros mismos.
Nadie puede declararse inocente, creo que nadie, de haber sentido en algún momento esas terribles sensaciones, de sentirse inmerso en una marea que te arrastra y te deja incapacitado para la razón, para el diálogo, para cualquier sentimiento o voluntad constructivos.
La tragedia, siéndolo el simple hecho de sentirlos, es cuando explorando el origen y las posibles motivaciones uno encuentra en ellos manipulación, falta absoluta de rigor, intereses no confesados que sirven a terceros o, muy a menudo, simplemente soberbia, envidia, miedo o ambición, sea esta de bienes o de acaparar a otros en la relación.
Parece ser muy fácil, y es terrible, para cierto tipo de personas, de forma estudiada en unos casos y de forma intuitiva en otros, crear sentimientos de rencor hacia otras en busca de un beneficio propio, simplemente, o en busca de un perjuicio ajeno. Parece ser muy fácil, y es ignominioso, el uso de esa capacidad para crear dolor a su alrededor sin que nadie los señale directamente. Sin que, en muchos de los casos, ni siquiera ellos mismos sean capaces de señalarse.
Lo vemos a diario en la política. Los nacionalismos, las ideologías frentistas, las fracciones de la sociedad en segmentos, en clases, en buenos y malos, en amigos y enemigos, donde solo debería haber internacionalismo, búsqueda de una mejor sociedad, rivales o discrepantes que no olvidan al otro mientras buscan lo propio, son claros ejemplos.
Parece ser muy fácil, y es terrible, para cierto tipo de personas, de forma estudiada en unos casos y de forma intuitiva en otros, crear sentimientos de rencor hacia otras en busca de un beneficio propio, simplemente, o en busca de un perjuicio ajeno. Parece ser muy fácil, y es ignominioso, el uso de esa capacidad para crear dolor a su alrededor sin que nadie los señale directamente. Sin que, en muchos de los casos, ni siquiera ellos mismos sean capaces de señalarse.
Pero, desgraciadamente, también lo vemos en cualquier otro ámbito humano. En la empresa, en la familia, en los grupos de “amigos”, o en cualquier otro en torno asociativo que los hombres ponen en marcha.
Los casos de acoso, esos casos que tanto tiempo fueron ignorados, así como los casos de adoctrinamiento y, o, sectarismo no son más que la punta del iceberg de situaciones cotidianas que infectan la sociedad en cualquiera de sus facetas. No todos los casos se ajustan a los patrones o son evidentes, no todos los casos implican una violencia física o psicológica obvias, no todos los casos son flagrantes. No, no todos, y en esos menos evidentes muchas veces las personas alrededor son tan culpables como quienes general la situación. Por falta de observación unas veces. Por disculpa simpática otras. Por falta de interés real la mayoría.
En muchos casos el acoso del que hablo es una labor lenta, de goteo, casi imperceptible que va aislando a las víctimas del entorno en el que el “victimador”, perdóneseme el palabro pero creo que es descriptivo y favorable, puede sentirse más inseguro, o más desplazado, o menos valorado, o cualquier otra situación que le provoque la necesidad de crear un ambiente que lo aísle del entorno que no puede manejar, o que desea destruir en los casos más extremos.
Un gran inconveniente es llamarle acoso, que es una palabra que evoca violencia, o agresividad, o unos comportamientos predeterminados que no se ajustan a la realidad. Yo le llamaría dominancia. Esa capacidad de imponerse sobre otra persona débil, débil en la relación que no necesariamente en los demás ámbitos de su vida, que hace que en la mayoría de las situaciones ni el dominado ni su entorno sean capaces de darse cuenta de lo que sucede, lleva a esos sentimientos de odio, de rencor, de ira, de intolerancia y de incapacidad de diálogo con las otras personas, con el entorno al que se desea aislar.
Hay leyes contra el acoso. Hay leyes contra la dominancia impuesta de forma evidente o violenta, pero no hay ninguna ley que nos proteja, ni a los dominados ni a los que lo sufren como terceros, contra la dominancia más cotidiana y menos evidente.
Los nacionalismos de cualquier tipo son dominancias evidentes, son conflictos que crean rencor en base a unas razones que de forma perfectamente meditada buscan el enfrentamiento entre dos partes de una sociedad. También lo suelen ser los llamamientos ideológicos que buscan argumentos que permitan dividir a la sociedad entre los “míos” y los demás.
Pero también suelen ser dominancias aquellos conflictos familiares en los que la ruptura se produce más por una labor soterrada por parte de la persona ajena a la familia, entiéndase ajena como no consanguínea, que hace que las diferencias se agranden y se hagan insalvables en vez de hacer esa labor sorda y beneficiosa que consigue que se salven las barreras que las relaciones familiares a veces levantan.
He dado dos ejemplos. Podría dar más. Podría dar nombres, fechas, situaciones. Cualquiera podría mirando su entorno o su propia experiencia, pero no se trata de eso, no. No se trata de eso. Se trata de denunciar, se trata de comprender, se trata de que en muchos de esos casos ayudar es más complicado, pero mucho más humanitario. Se trata de no mirar para otro lado y pensar: ese es su problema, yo en eso no me meto, o cualquiera de esos otros mantras que nos permiten mirar para otro lado, que tantas oportunidades dan al mal y al dolor. Busquemos situaciones de rabia, de odio, de frentismo a nuestro alrededor y busquemos la dominancia que hay, casi indefectiblemente, en su origen. La ambición, la soberbia, la envidia o el miedo que hay al final de la búsqueda. Si conseguimos, aunque sea de forma casi casual, leve, que esa dominancia se suavice, o desaparezca, habremos ayudado a una persona infeliz, a un dominado, pero, y aunque pueda parecer increíble, posiblemente también habremos ayudado, en los casos de actitud inconsciente, al dominador.
No hay ningún conflicto humano, ninguno, que no pueda resolverse de forma amigable, amistosa. Tal vez cordial sería una exageración. Pero siempre será imposible si existe alguna dominancia, algún dominador que las enrede. Las guerras, las luchas fratricidas, los conflictos laborales, los enfrentamientos sociales o cualquier otro tipo de conflicto que busque preponderancia, poder o razón absoluta solo son dominancias ocultas.
Por un mundo sin dominancias, por un mundo en fraternidad.