Visto lo visto no hay ningún político que me satisfaga, ni plenamente, ni en pequeñas dosis; pero esto no viene de ahora, consecuencia de la mala gestión del conflicto de Cataluña, sino que se remonta a mucho tiempo atrás, tanto que tengo que traslade en el tiempo a la época de Felipe González y su gran engaño a los que confiábamos que el acceso al gobierno del PSOE, iba a suponer un punto de inflexión en la política hacia un modelo donde los más débiles dentro del sistema serían los más protegidos frente al abuso del modelo capitalista en el que inevitablemente se sustenta la economía mundial. Pero, la realidad fue bien distinta, no sólo en el tema económico, sino también en la aparente ideología que un partido que se autodenomina socialista debía moverse, valga como ejemplo la salida de la OTAN, prometida en aquella campaña electoral que precedió a lo que la gran mayoría consideró el empoderamiento de la clase obrera.
Mentiras que, agravadas durante las sucesivas reelecciones de quien empezó vistiendo con una chaqueta de pana terminó vistiéndose con las mismas telas con las que se visten quienes viven en el olimpo, poniendo puentes de plata a banqueros y grandes empresarios, y de madera carcomida para quienes les habían dado el voto, no tardando en asomar una corrupción tan virulenta como la actual con causa en el “perpetuamiento” en el poder de políticos para los que el interés personal estaba por encima del bien común, y que, ocho años después tras la alternancia con su partenaire a la derecha, volvió con el gran talante de Zapatero a premiar a los fuertes frente a los débiles, con políticas que bautizadas como social democracia que hizo que muchos situasen a su predecesor, Aznar, a la izquierda del PSOE.
PP y PSOE, dos caras de una misma moneda, donde no existe cara y cruz, sino insignias diferentes con pretensiones similares, donde quienes deberíamos detentar la soberanía solamente somos escuchados cada cuatro años, después de habernos mentido no solamente en las legislaturas que preceden a los comicios, sino también en las campañas electorales con promesas que todavía logran convencer a muchos incautos; aunque cada vez, debido a la fragmentación de izquierdas y derechas desilusionadas, han fomentado la aparición en escena de nuevos partidos, en algunos casos como marca blanca de los situados a la derecha, y con posicionamiento más radicalizados en los que se sitúan en el lado contrario.
“PP y PSOE, dos caras de una misma moneda, donde no existe cara y cruz, sino insignias diferentes con pretensiones similares,”
Un arco iris de colores que, si bien parecían dar una nueva apariencia en las ágoras del poder legislativo, nos ha llevado a algunos, entre los cuales me incluyo, no sólo a creer que la mediocridad es la tónica general en la política de este país, sino que el engaño sigue siendo el eje de la actuación de quienes hemos elegido como nuestros representantes.
La radicalización de cierta izquierda ha convertido a muchos ciudadanos en adoctrinados cuya única causa es la lucha por la ruptura de un sistema, no desde dentro como prometieron algunos de sus líderes, levantando alfombras de palacios y despachos para que saliera la mierda que durante años allí se había ocultado, así como abriendo ventanas para que saliera el olor pestilente que su putrefacción había originado; pero sin una marcada política que nos haga intuir la luz al final de túnel, sino todo lo contrario, debido a la improvisación y alejamiento del sistema asambleario en el que dijeron que sustentarían sus políticas como empoderamiento de los ciudadanos, convirtiéndose al final en meras figuras decorativas, donde la verticalidad en su organización y poder de decisión les ha convertido en un partido más de los de siempre; con la única diferencia de que han pasado a librarse las batallas en las calles en vez de en las Cortes Generales y parlamentos autonómicos. Batallas en las que, una excelente puesta en escena, hace creer a muchos que la fuerza vale más que la palabra, y el insulto más que la razón, y cuya consecuencia inmediata esta siendo el ascenso en intención de voto de los satélites del PP, como C´s, y quien sabe dada la tendencia ascendente en Europa de la extrema derecha, quién sabe si de Vox.
Y, al final, sucede lo que sucede: a mar revuelto, ganancia de pescadores, y quien más consiga llevar el agua de este totum revolutum en que se ha convertido la política a su molino, mayor rentabilidad política sacará, mientras los ciudadanos seguiremos chupando un palo sentados, como dice Serrat en una de sus canciones, encima de una calabaza.