LADRONES DE APEGOS

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He vuelto a ver la película La invasión de los ladrones de cuerpos (1956), de Don Siegel. Tras una ausencia de quince días, el doctor Miles Bennell regresa a Santa Mira -ciudad ficticia del estado de California- y encuentra un ambiente enrarecido: menudean comportamientos alterados de personas que no saben explicar con claridad lo que les ocurre. Hay un creciente desasosiego y espanto al interpretar una identidad falsificada entre los más allegados (‘no es mi madre’, ‘no es mi tío’, ‘no es mi nuera’…): porque ha desaparecido de ellos la emoción que les caracterizaba, y ni la palabra, ni el gesto, ni el sentimiento son iguales. Se establece así una obsesiva preocupación, lo que será calificado como una epidemia de histeria colectiva, una extraña neurosis contagiosa que se va extendiendo de forma imparable. Ya no es posible confiar en nadie. Impera el espanto y la angustia de la soledad y la indefensión. Unas semillas vagando por el espacio echan raíces en el campo de un granjero, unas vainas que se reproducen a sí mismas con el parecido de personas del lugar. Cuando éstas duermen, la presencia de estas vainas absorbe sus sesos y toma posesión de sus cerebros, consumándose una suplantación. Ahora vivirán sin problemas y sin poder elegir: “el amor no es necesario, ni amar ni ser amado. No es algo terrible”, dice uno de los convertidos para integrar una nueva secta.

Imagen película ladrones de cuerpos

Esta película de ciencia ficción se estrenó al final de ‘la caza de brujas’ del senador McCarthy -obsesionado con una conspiración comunista- y su Comité de Actividades Antiestadounidenses.

Yo no quiero seguir hablando de ladrones de cuerpos o de almas, sino de ladrones de apegos. Me preocupa el real trastorno de apego que perdura, un sentimiento de inseguridad que se manifiesta desde la adolescencia y que no se diagnostica hasta después de los 18 años. Me inspiro en el libro generalista Cómo tratar con personalidades difíciles (Arpa), de los psiquiatras Christophe André y François Lelord, quienes, creen que curar a través de la palabra puede ayudar a muchos seres humanos. Dan dos criterios para reconocer a una persona difícil en tu entorno: el vertical, de estabilidad temporal, ‘¿presenta los mismos rasgos desde que lo conoces?’. Y el horizontal, de estabilidad relacional, ‘¿presenta los mismos comportamientos con otras personas y en otros planos de su vida?’. Para tratarlas del mejor modo posible, recomiendan no pretender un cambio drástico, pero expresarles a su vez tus límites; mediante críticas precisas -nunca consideraciones moralizantes-, y, por supuesto, sin entrar en su juego y sin compadecerse.

Hay muchos tipos de personalidades difíciles, y se suelen superponer. No se debe ignorar que hay circunstancias traumáticas que ponen a prueba nuestros nervios, y pueden llegar a despertarnos un comportamiento sádico. Se etiqueta con excesiva ligereza de ‘psicópata’, pero se estima que sólo se corresponde con un 2% de los varones y un 1% de las mujeres; en el caso de los hombres encarcelados la proporción oscila en una horquilla que va del 15 al 25%. Los psicópatas de ‘éxito’ destacan por su encanto, se sobrevaloran y desdeñan las reglas establecidas, tienen frialdad emocional y facilidad para mentir. Los narcisistas, por su parte, conceden muy escasa importancia a los demás y no dudan en apropiarse de las ideas de su equipo y atribuirse todo el éxito. ¿Conocen ustedes a alguien así? No faltan ejemplos en el terreno político, empresarial o deportivo.

Conviene protegerse de los tipos autoritarios, irritables, ansiosos y controladores. Pero también de los depresivos que enfocan el lado sombrío de todo. Incluso dentro de la familia, algunos cortan las alas a los suyos abusando del viejo temor infantil a ser rechazado: “Me han educado bajo la idea de que no merecía ser feliz”; “mis padres me han transmitido su propia forma de ver las cosas: no somos gran cosa y más vale que los otros no se den cuenta… Todos esos años transcurridos con esto en la cabeza, ¿es que acaso se puede modificar?”. Son expresiones que cabe tener presente para arreglar e iluminar nuestra existencia. No es oportuno idealizar o devaluar a nadie de forma exagerada, tampoco desarrollar una hostilidad absoluta y una desconfianza sin remedio. Hay personalidades ‘evitativas’ a quienes la menor crítica les hace sentir el peligro de ser rechazado y son extremadamente sensibles a los juicios negativos de los demás. Les domina el temor a resultar torpes y ridículos. André y Lelord se preguntan cuántos habrán sido desanimados, desperdiciados o vegetan hoy en un puesto inferior a sus capacidades.

Para acabar, vuelvo a los ladrones de apegos y al contagioso abuso sobre ciudadanos menospreciados y tratados como inferiores, también con violencia invisible. Está en nuestras manos no consentir que se avergüence a nadie por sus apegos, ni empujarlos a renunciar u ocultar su identidad. Por lo menos, en no hacernos cómplices.

 

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