“La muerte es el comienzo de la inmortalidad.”
Maximilian Robespierre
Esta frase nos induce a pensar que morir no es el final de todo.
De manera habitual se suele relacionar la vida después de la muerte, existencia post-mortem, ultratumba, vida en el «más allá» o vida eterna con la doctrina de las distintas religiones del mundo, así los musulmanes y los cristianos piensan que, después de la muerte, las almas van al cielo o al infierno. Los hinduistas creen en la reencarnación y para los budistas la muerte no es más que un tránsito. La vida eterna en tales casos se hace depender de una creencia y esperanza personal en la existencia de un ser superior (un dios o varios dioses), aquello que los educados dentro del cristianismo denominan “la fe” como una virtud teologal que consiste en creer sin más en la palabra de Dios y en la doctrina de la Iglesia.
Como siempre, con el mayor respeto a las creencias de cada cual, a algunos nos resulta imposible o, al menos difícil, sostener una creencia por el mero hecho que unas escrituras sagradas así lo establezcan, máxime cuando la promesa de la vida eterna se ha convertido para las religiones en un negocio muy rentable en base al pecado y a su perdón como pase directo al paraíso.
Para algunos, nuestra incredulidad como la de Santo Tomás en el cristianismo, hace que necesitemos ver para creer, como se refleja en el episodio del Evangelio de Juan donde el apóstol Tomás niega la Resurrección de Cristo, mientras no viera y tocase personalmente las heridas infligidas a Jesús en la cruz.
También, suele ser habitual que muchas personas rehúyan la realidad de la muerte como falta de su aceptación. Miedo…, temor…, ansiedad…, son quizás las respuestas más frecuentes ante la pregunta: ¿qué suscita la muerte?. En realidad, el único miedo a la muerte propiamente dicha sería el miedo a la extinción, a la aniquilación, a separarse definitivamente de quienes se ama, al menos es éste el temor básico.
Sin embargo, no es necesario ser practicante de ninguna religión para sostener que la vida no se extingue con la muerte. La teoría cuántica con aportaciones de Einstein como la relatividad, la interdependencia de las partes, el continuum espacio-tiempo, los conceptos de energía-masa, y de la fuerza de gravedad como atracción mutua de todas las masas, ha permitido desarrollar algunas propiedades como los saltos cuánticos, en los que el objeto deja de estar aquí manifestándose en otra parte, ejerciendo una acción a distancia sobre su par gemelo.
Todos conocemos la Ley de Lavisier, según la cual “la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”. Pues bien, nadie puede negar que el ser humano aparte de ser materia es energía, de hecho una de las formas mediante la cual el cerebro expresa su función es a través de la actividad eléctrica que puede detectarse con un electroencefalograma (EEG), actividad cerebral que es la que da las instrucciones para que las diferentes partes de nuestro cuerpo funcionen; por consiguiente tras la muerte, la energía continúa, aunque transformada, habida cuenta que nada tiene sentido de forma aislada, todo está afectado por lo demás, de manera que el observador influye sobre lo observado, propiciando que la percepción de la muerte sólo es una realidad en el aquí y en el ahora, pero no en el tiempo infinito.
Existen numerosos progresos científicos que sirven de orientación para demostrar una interdependencia de todo el universo como son la teoría del caos, los agujeros negros, las partículas y anti-partículas, la masa del protón y del neutrón, los quarks como las partículas más pequeñas que se conocen, las fuerzas de la gravedad y electromagnética, la formación del carbono, entre otras. Todas ellas vienen a demostrar que toda materia es energía, y tiende a la auto-organización y a la auto-regeneración; el caos es la forma propia de ser, de evolucionar; no estamos en un cosmos, sino en una cosmogénesis, es decir ante una secuencia de eventos involucrados en el desarrollo del universo
Los seres humanos formamos parte del universo de manera que la muerte sólo transforma el tipo de materia y energía que somos. La descomposición del cuerpo hace que la materia que somos se transformae mediante conversiones biológicas surgiendo los microorganismos que desempeñan un papel destacado en los cambios geoquímicos y la fertilidad del suelo; propiciando igualmente la muerte, un cambio energético que se reduce a una cantidad mínima de energía denominada quantum, absorbida, propagada o emitida por la materia que, por la misma lógica de la génesis del universo partiendo de la energía, se transformará de nuevo en materia.
Por otra parte, la realidad no existe si no se está mirando, de ahí que la muerte sólo exista para el observador. Como dijo Albert Einstein: “la realidad es meramente una ilusión, aunque una muy persistente”, lo que quiere decir que nuestro yo real seguirá existiendo en otros universos paralelos. Por tanto preguntar que hay después de la muerte no tiene sentido, ya que el tiempo no es algo lineal y jamás podremos preguntarnos si estuvimos muertos, porque para nosotros, los observadores, sólo hay existencia.
La realidad es que vivimos una única vida en múltiples realidades paralelas al mismo tiempo que componen el cosmos, por lo tanto sólo la muerte es una realidad para los observadores en uno de esos universos paralelos. En resumen formamos parte de una existencia infinita no sólo por la transformación de la energía en materia sino por nuestra existencia en múltiples realidades.
Fuentes que quizá les puedan interesar:
La mecánica cuántica ha de transformar la religiosidad, según Diarmuid O’Murchu
https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-233104
https://www.20minutos.es/noticia/3694572/0/existen-universos-paralelos/
Nos olvidamos de los Rayos Cósmicos los cuales penetran planchas de plomo de 6 metros de grosor, también absorben. En Orsay Paris se hacen visitas guiadas en las cuales se pueden ver y escuchar sus sonidos.
Respecto a la muerte cuántica, incluso a la existencia de los fantasmas como un estado cuántico de los seres, es interesante leer la parte final de un libro de Lin Cixiu, «La Esfera Luminosa». Lin Cixiu, al igual que antes Asimov, o Michel Crichton, es un novelista capaz de incluir en sus tramas teorías científicas de actualidad, lo que lo convierte en una suerte de divulgador con capacidad narrativa.