No soy buena conversadora, no sé dibujar, pintar, moldear o esculpir, no puedo hacer las cosas deprisa, me resulta difícil decir lo que quiero, prefiero escribirlo. Escogí la profesión justa. Lo mejor de ser escritora es que se trabaja en privado y al ritmo que se quiere. (Ágatha Christie)
La estancia en las Islas Canarias resultó una cura de salud para la novelista. Superó el sufrimiento, se atemperó y su vitalidad y ánimo salieron renovados. Y, aun vacía de inspiración, logró culminar El misterio del tren azul y consolidarse como escritora profesional.
En 1928 Ágatha acompañó a Rosalind al internado al comienzo de curso. Estarían sin poder verse durante el trimestre hasta navidades. Caminaba inmersa en sus pensamientos cuando su mirada se fijó en los viajes que ofrecía la agencia de Thomas Cook y, guiada por su intuitiva necesidad, entró en la sucursal. Al salir llevaba en el bolso los billetes para Jamaica e Indias Occidentales, unos pasajes que cambiaría la víspera por otro destino, Bagdad.
Acomodada en un compartimento del Orient Express, acompañada tan solo de su equipaje y la inseparable máquina de escribir, daba comienzo a una aventura sin fecha de caducidad. Sería el viaje que le abriría las puertas hacia un misterio, aquel que la seduciría el resto de sus días, el de la historia de la Humanidad. Desde Damasco se dirigió a Bagdad. En el trayecto hasta la excavación de Ur realizó un breve descanso en el fuerte Rutbah, donde pudo contemplar emocionada el espectacular amanecer sobre las dunas doradas del desierto. Leonard Woolley y su autoritaria e intransigente esposa, Katharine, dirigían la excavación arqueológica.
La curiosidad de Ágatha se vio satisfecha por el matrimonio Woolley y su entusiasmo recompensado por Maurice Vickers, el guía anglo-indio le descubrió la espiritual belleza de las mezquitas, multitud de callejuelas salpicadas de alfarerías, de zocos, e impresionantes jardines de Bagdad. Las semanas transcurrieron y la intrépida escritora hubo de partir a su hogar.
Aquellas navidades estuvieron marcadas por un doble virus. Rosalind contrajo el sarampión y Ágatha fue ingresada en el hospital con fuertes fiebres, delirios, e intensos dolores en una pierna. Madre e hija pasaron la convalecencia en Ashfield. Una vez recuperadas, Rosalind regresó al colegio y Ágatha tomó el Orient Express en dirección al tell de Ur, aunque lo ignoraba iba a encontrarse con su destino. Fue cuando conoció al joven y brillante arqueólogo Max Mallowan.
Max tenía 25 años, era algo reservado, amaba su profesión, dominaba el árabe y se mostraba amable con la gente. La acompañó a ciudades que deseaba conocer. Recorrieron Kerbala y la ciudad santa de Nayaf. Ágatha absorbió las abundantes lecciones arqueológicas. De vuelta al yacimiento un asfixiante calor les obligó a detenerse bajo la sombra de unas palmeras de un oasis. Las cristalinas aguas invitaban a darse un chapuzón y la escritora lamentó no llevar un bañador en el equipaje. Max, sin turbarse, la instó a sustituirlo por otras prendas. Ágatha se atavió con una camiseta y un par de bragas, y sin complejos se zambulló en el agua.
Al intentar reanudar la marcha el coche no arrancó, ella lo encajó con filosofía y se dispuso a sestear mientras llegaba una ayuda. No imaginaba que el hombre que tan calladamente la observaba empezaba a encontrarla extraordinaria. Días después del incidente visitaron Delfos. En Atenas recibió varios telegramas de su hermana Madge. Rosalind había enfermado de neumonía y estaba en el hospital, aunque mejoraba. Ágatha quiso regresar de inmediato y tuvo la mala fortuna de torcerse un tobillo. Max adelantó su viaje para acompañarla. Semejantes atenciones del género masculino la desconcertaron, no estaba acostumbrada.
El amor de una madre por un hijo no se puede comparar con ninguna otra cosa en el mundo. No conoce ley ni piedad, se atreve a todo y aplasta cuanto se le opone. (Ágatha Christie)
Al llegar supo que Rosalind había recibido el alta y estaba en casa de Madge. Nuevamente se instalaron en Ashfield, y mientras cuidaba de su convaleciente hijita, retomaba la escritura, historias de misteriosos y sórdidos crímenes. Max trabajaba con Woolley en el Museo Británico. Acudió como invitado a Ashfield y su relación empezó a cristalizar bajo la beneplácita mirada de Rosalind. En septiembre de 1930 Ágatha Christie y Max Mallowan contrajeron matrimonio en la iglesia de Santa Columba, en un tranquilo y alejado pueblecito de Edimburgo.
Cásate con un arqueólogo y cuanto más vieja te hagas, más encantadora te encontrará (Ágatha Christie)
Ese mismo año Charles Laughton interpretaría el personaje de Poirot en El asesinato de Roger Ackroyd. En aquel otoño surgió Miss Marple, debutó como una rutilante estrella en Muerte en la Vicaría. Era una mujer entrada en años, soltera, algo mordaz, todo lo sabía, todo lo oía; curiosa, intuitiva, muy inteligente y desconfiada, poseía excelentes cualidades detectivescas. Mantenía intactos los rasgos de la madre y la abuela de Ágatha, inclusive la autora la otorgó el excepcional don de su abuela, tenía sus dotes proféticas, veía venir las desgracias con mucha antelación.
Desde 1931, durante ocho años, recorrió junto a Max varias excavaciones, entre Siria e Irak, limpiando y catalogando cerámicas y vasijas. Y, mientras, en una improvisada mesa aguardaba pacientemente su turno la máquina de escribir. Mary Wesmacott le aportó la libertad literaria que ella necesitaba, fue la identidad anónima de la real Ágatha, la que volcaba bajo seudónimo sus experiencias más íntimas y dramáticas en forma de relatos autobiográficos; el primero de estos libros había sido publicado el año anterior, Un amor sin nombre.
Cuando estalló la segunda Guerra Mundial en 1939 la escritora volvió a ofrecerse al dispensario de Torquay. Al mismo tiempo se publicaba otro de sus mayores éxitos de ventas, Y no quedó ninguno (Diez negritos). Max, fue enviado con un cargo al Ministerio del Aire. Los dos ignoraban que Ágatha era “sospechosa” de ser espía. El M15 había conseguido desencriptar el código alemán de Enigma. Los analistas con sus máquinas criptográficas estaban en Bletchley Park, solo ellos y el presidente Churchill lo sabían. Empezaron a preocuparse al descubrir que el protagonista de El misterio de Sans Souci, novela publicada recientemente y ambientada en la 2ª G.M., era un espía llamado Bletchley que manejaba códigos secretos.
En el grupo del M15 cundió el pánico, creyeron que Ágatha había descubierto el secreto de Enigma y utilizaba su novela como “tapadera” enviando mensajes al enemigo a través de sus códigos. Dilly Knox, uno de los analistas que frecuentaba el círculo íntimo de los Mallowan, se propuso averiguar qué había detrás. Todo quedó en una inocente anécdota. Knox, mostró interés por el curioso nombre del personaje y Ágatha lo explicó con mucho gusto. En un viaje de Oxford a Londres el tren estuvo detenido largo tiempo sin un motivo justificado en una localidad llamada Bletchley, y ella, en su imaginario, lo había utilizado para su novela como “pequeña venganza”.
No debes juzgar a nadie sin haberlo escuchado antes (Ágatha Christie)
En 1943 Ágatha sostuvo a su único nieto en brazos, Matthew Prichard. Pero la tragedia golpeó de nuevo a su familia, su yerno, el joven Hubert Prichard perdió la vida durante el conflicto. Rosalind se había casado un año antes con el hombre que amaba y la guerra se lo arrebató. Tenía 25 años y un bebé al que apenas había conocido su padre. La escritora decidió hacer un testamento en el que dejaba dos libros inéditos, uno para su hija y otro para su nieto, quería asegurarles el futuro por si ella faltaba.
En 1947 la BBC solicitó su participación para narrar por la radio ella misma Tres ratones ciegos. La ferviente e ilustre admiradora reina Mary, madre del rey Jorge VI, había requerido la presencia de Ágatha, la cual donó las ganancias a una asociación infantil. En 1952 se estrenó en el teatro la adaptación de Tres ratones ciegos, con nuevo título: La ratonera. (La obra ha cumplido sesenta años ininterrumpidos en cartel desde su estreno). Mientras tanto, Ágatha y Max pasaban la mayor parte del tiempo en el campamento arqueológico de Nimrud, en Irak. En aquella década Max realizó importantísimos hallazgos en el yacimiento.
En 1971 Ágatha vio cumplido otro sueño de infancia, desde los tiempos memorables en los que aprendió a leer sola los cuentos de hadas y princesas, ser nombrada Dama del Imperio Británico. Lo consiguió por derecho propio de manos de la reina Isabel II.
En 1975 se publicó Telón, la novela que puso punto final al excéntrico detective Hércules Poirot.
Ágatha Christie Mallowan pudo despedirse del leal y eminente sir Max Mallowan, el arqueólogo que la enseñó los entresijos de su profesión, el compañero junto al que escribió cientos de novelas y relatos los últimos 35 años, el mismo que hizo instalar una cama en la planta baja para no separarse un instante de ella. De no haberse divorciado de Archibald Christie no le habría conocido y novelas insignes como Muerte en el Nilo o El asesinato en el Orient Express jamás habrían nacido. “La reina del crimen” dedicó una mirada de profundo amor a Max, al tiempo que le susurraba serena y dulcemente: “voy a ver a mi hacedor”. Era el 12 de enero de 1976.
La tristeza es la cuna de inspiración de todo escritor (Ágatha Christie)
Fin
Chulísimo artículo!! Lo he devorado con mucho gusto 🙂