En mi último artículo sobre filosofía y aprender a vivir la vida, una querida amiga, gran pensadora y, por ende, filósofa, no solo de título sino también de sabiduría por los años vividos, argumentaba contra la opinon del posible abuso de poder de los reyes filósofos en “La Republica” de Platón, sobre los reproductores y guerreros, argumentando que sólo una élite bien preparada puede ejercer o está capacitada para ejercer el poder dentro de una sociedad.
Para poner en situación a los lectores que no hayan tenido la oportunidad de leer la citada obra de Platón, debe indicarse que los trabajos que hacían los reproductores en ese Estado ideal que él describe, eran responsables de procrear y criar a los hijos, mientras que los guerreros se encargaban de la defensa y protección de la ciudad. Los reproductores formaban la clase productora, mientras que los guerreros pertenecían a la clase defensora o guardiana.
Por encima de ellos, se encuentra en el organigrama estructural social los reyes-filosofos, a los que yo pongo en esa linea roja del posible ejercicio de un poder despótico, aunque esté basado en su sabiduría. Disyuntiva ética que el filósofo resuelve en que se trata de una clase destinada a gobernar, precisamente debido a su sabiduría, virtud y capacidad para discernir el bien común. Su misión debía ser guiar a la sociedad hacia la justicia y la excelencia moral, utilizando su conocimiento para tomar decisiones justas y benevolentes en beneficio de todos los ciudadanos, de manera que su relación con los reproductores y guerreros era de liderazgo y orientación, con el objetivo de mantener la armonía y el equilibrio en la ciudad ideal que él habia concebido, “La República”.
Pero, una cosa es el idealismo, y otra bien diferente la sociedad distópica en la que vivimos y, con independencia de que el saber no ocupa lugar, pero que pensar en exceso nos puede llevar a olvidarnos de vivir la vida o vivirla sólo desde la razón, la falta de etica de la clase poitica movida únicamente por la posesión y el ejercicio del poder a cualquier precio, me hace poner en cuestión un poder en manos de una élite, aunque su insignia distintiva sea la sabiduría. Porque, aunque la sabiduría en sí misma no es inherentemente buena ni mala, sin embargo depende de cómo se utilice y de los valores que guíen su aplicación. Lo que nos lleva a que, si bien la sabiduría puede ser una herramienta poderosa para el bien, ya que puede llevar a la comprensión, la compasión y la toma de decisiones justas; sin embargo, también puede ser mal utilizada o aplicada de manera egoísta o destructiva. Por lo tanto, la bondad o la maldad de la sabiduría depende de cómo se integra en el comportamiento y las acciones de una persona.
Llegados a este punto, la idea de que los cargos representativos sean ejercidos por una elite puede generar preocupaciones sobre la representatividad y la equidad en la toma de decisiones; porque, si bien, en un status quo ideal se puede considerar importante que una élite bien capacitada sea la que tome las decisiones más informadas y efectivas, no deja de preocuparme, la forma en que se maneje este poder.
Desde luego que, todo depende de los valores y prioridades de cada sociedad, dicen que todo país tiene lo que se merecen, pero una auténtica democracia no puede sustentarse más que en la diversidad de sus presentantes y que estos reflejen adecuadamente la sociedad a la que sirven; correspondiendo a la propia división de poderes el itercontrol y la manifestación de cada poder en la sociedad amparada en el interés público o general. En caso contrario, una élite gobernante nos puede llevar, como expresa el título de esta reflexión al peligro de una sociedad excluída y, peor aún, de una deemocracia amenazada.
En la esfera política, la idea de que una élite ejerza los cargos representativos ha sido objeto de intenso debate a lo largo de la historia. La noción de que individuos selectos, a menudo provenientes de círculos privilegiados, ocupen puestos de poder y tomen decisiones en nombre del pueblo plantea serios interrogantes, por lo menos a mi sí, sobre la verdadera naturaleza de la democracia y la representatividad
La noción de una élite gobernante evoca imágenes de una sociedad dividida en castas, donde una minoría privilegiada dicta los destinos de la mayoría. Este modelo de gobierno, lejos de promover la igualdad y la justicia, perpetúa la desigualdad y marginaliza a vastos segmentos de la población. Al concentrar el poder en manos de unos pocos, se crea una brecha insalvable entre gobernantes y gobernados, socavando los principios fundamentales de la democracia.
Así, una de las principales preocupaciones respecto a la elitización en la política es la falta de representatividad. Cuando los cargos representativos son ocupados exclusivamente por una élite, se corre el riesgo de que las voces y preocupaciones de la mayoría sean ignoradas o subestimadas. Además, las decisiones tomadas por una élite pueden no reflejar las verdaderas necesidades y aspiraciones de la sociedad en su conjunto, lo que lleva a políticas sesgadas y alienación ciudadana. Ello, sin olvidarnos, que la concentración del poder en manos de una élite política puede dar lugar a la corrupción y el abuso de poder, amen que la falta de transparencia y rendición de cuentas facilita la manipulación de las instituciones en beneficio propio, en detrimento del bienestar público; y lo que es peor, los intereses de la élite pueden chocar con los intereses del pueblo, con el resultado de políticas que perpetúan la desigualdad y la injusticia.
La elitización en la política también socava la movilidad social y el acceso equitativo a oportunidades. Cuando los líderes políticos provienen de círes más probable que promuevan políticas que favorezcan a los intereses de su clase, perpetuando así la brecha entre ricos y pobres. Esto crea un ciclo de desventaja para aquellos que no tienen acceso a los mismos recursos y oportunidades, obstaculizando su capacidad para ascender en la sociedad.
Otro problema, es que la elitización en la política puede minar la confianza en las instituciones democráticas. Cuando la población percibe que el sistema está dominado por una clase elitista y tecnócrata desconectada de sus realidades y preocupaciones, erosionándose los cimientos de la democracia, llevándonos finalmente a una falta de legitimidad de los líderes políticos por alimentar el descontento y la desafección ciudadana, abriendo la puerta a movimientos antidemocráticos y extremistas.
En última instancia, la elitización en la política es incompatible con los principios fundamentales de la democracia. Una verdadera democracia se basa en la participación igualitaria de todos los ciudadanos en el proceso político, garantizando que todas las voces sean escuchadas y consideradas. Cuando una élite gobierna en nombre del pueblo, se traiciona el principio de gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, haciendo necesario para contrarrestar los peligros de la elitización en la política promover la inclusión y la diversidad en todos los niveles de gobierno, implementando medidas para garantizar que los líderes políticos sean verdaderamente representativos de la sociedad a la que sirven, reflejando su diversidad en términos de género, etnia, clase social y experiencia, además de fortalecer la transparencia y la rendición de cuentas para prevenir la corrupción y el abuso de poder.
En defintiiva, la elitización en la política representa una amenaza para la democracia y la inclusión social. Al concentrar el poder en manos de unos pocos, se socava la representatividad, la equidad y la legitimidad de las instituciones democráticas. Es fundamental resistir esta tendencia y trabajar hacia un sistema político más inclusivo, equitativo y verdaderamente democrático.
Una brillante contrarréplica, que abre un interesante diálogo sobre el “filósofo Rey” platónico.
Muchas gracias.
Querido amigo Feliciano, me sorprende (aunque no tanto) leer un razonamiento y una postura ante la vida de tu parte con la que concuerdo absolutamente.
Reconozco que el tema es vidrioso, es decir, que puede transmitir imágenes poco claras o incluso distorsionadas, como por ejemplo contraargumentarte con el indiscutible hecho de que en Democracia todos y cada uno de los votos tienen el mismo valor (numérico), cuando su valor cualitativo pediría un ajuste más fino (y estaríamos ante un elitismo electoral).
El modelo de Platón es perfecto si se dan las condiciones de excelencia y virtud que el propone. Y todos sabemos que esas condiciones son más bien escasas y poco valoradas hoy en día (y por lo que he leído tampoco lo eran demasiado en su época).
A mi modo de ver (que no soy filósofo, ni siquiera de letras) rebatir a Platón para aplicar ese debate a nuestros días es más bien una cuestión de Ética que de filosofía. Por eso me ha gustado tu artículo, porque tras tus argumentos asoma la oreja de una postura ante la vida, que es la que te lleva a argumentar, y no al revés.
Esto, que podría ser tachad de prejuicio, es precisamente lo que más me atrae del artículo.
Un abrazo.