“Vive Julio encerrado, deformando sus cuatro paredes con la libertad que no tiene.
De un lado para otro va y viene desquiciado, moviendo de rápido los ojos y abriendo grande, muy grande su boca, intentando gritar, o qué sé yo.
En las tardes de luz baja, su mundo se vuelve algo más hermoso y yo, yo me quedo mirándolo, con mi nariz pegada al universo que en ese momento nos une; lugar cristalino, desesperado.
Deseo.
A las seis y cuarto, mi nuevo cuerpo de pez, flota hinchado y muerto en la pecerita redonda del salón y Julio me mira mientras que, con su mano, saca delicadamente del agua lo que de mí queda.
-Gracias –dice mientras acaricia mi lomo púrpura-.
-Vamos…
Julio ha cruzado la calle y descalzándose, ha saltado a la playa, andando torpemente hasta la orilla del mar y allí se ha sentado, conmigo aún entre las manos, esperando que al fin la marea, llene de olas la realidad.”