La libertad es el valor supremo del ser humano
Es la facultad -natural, según el diccionario de la RAE- que nos permite pensar, sentir u obrar de un modo genuino, sin sujeción o subordinación alguna; nuestra capacidad de autogobierno y realización.
El hombre occidental parece haber alcanzado la cúspide de su libertad. El futuro, sin embargo, está lleno de incertidumbres en este sentido, y hay profetas apocalípticos que describen una humanidad superada por el resultado de su propio desarrollo científico y tecnológico.
Justo ahora, que para la mujer la libertad empieza a ser una posibilidad verdadera, se plantea el interrogante de si seremos o no los últimos hombres libres.
Pero dejo a un lado la incógnita del futuro (mi cerebro femenino procura alejarme de toda distracción del aquí y el ahora), me interesa la libertad individual como desafío. Su carácter ambiguo, por lo que tiene a un tiempo de emancipación y de amenaza.
Los hombres y mujeres de hoy gozamos de un alto grado de libertad, podemos ser responsables de nosotros mismos y vivir a nuestra manera.
Los Estados seculares permiten en principio toda libertad de conciencia, religiosa, de expresión, reunión, y sexual. A pesar de ello, la libertad continúa cobrando sus tributos, y ser libre no es siempre lo mas rentable en términos sociales o existenciales, pues todo ejercicio de libertad supone un conflicto entre nuestra realización personal y el aislamiento relativo que conlleva cualquier desviación de los esquemas imperantes.
La libertad a menudo no es bien comprendida y se toma por un gesto radical de disidencia o rebeldía. Menos aún en el caso de una mujer, ¡Qué extravagancia¡. Una libertad solo puede ser entendida desde otra libertad.
La liberación del ser humano, en sentido político y social, se inició a finales de la Edad Media. Hasta entonces, la Iglesia y un rígido orden social de castas minimizaban el desarrollo de la libertad individual. El desenvolvimiento social y económico posterior indujo un proceso de individuación y humanización que ha culminado en el Estado democrático moderno, fundamentado en el principio de libertad e igualdad de todos los hombres.
Este progreso obvió a las mujeres, que desde mediados del siglo XVIII tuvieron que luchar con denuedo por conquistar la libertad civil y la dignidad como personas. Solo en 1952 Naciones Unidas reconoció su derecho a voto sin discriminación alguna. Fuera ya de rígidos esquemas políticos, religiosos, sociales o de género, hombres y mujeres se ven confrontados a la necesidad de reconocerse entre sí como seres humanos, y es esta circunstancia ontológica la que determina el verdadero y último desarrollo de nuestra libertad.
En el año 1941, Erich Fromm publicó su ensayo El Miedo a la Libertad. En él hace un análisis del desarrollo de la libertad humana, y distingue filosóficamente dos etapas. El proceso histórico de emancipación constituye una primera aproximación, lo que él denomina la libertad de (el hombre liberado de antiguas dependencias), gracias a la cual se han ido eliminado las servidumbres políticas, sociales y religiosas que impedían al individuo ser responsable de sí mismo. Esta libertad de es la conquista de un colectivo humano, y supone, sin embargo, un grave problema para el hombre, pues, al tiempo que rompe sus vínculos tradicionales y lo hace autónomo, lo deja relativamente aislado y sin referencias. Cuando la libertad se queda solo en libertad de, se produce en realidad una liberación incompleta y frustrante, que puede generar en el individuo un insoportable sentimiento de separación e impotencia, una duda que amenaza gravemente su bienestar.
Un estadio superior de la libertad humana es la que Fromm llama libertad positiva o libertad para (el hombre liberado para ser él mismo). Se trata de una libertad personal y creativa, conquistada solo por el ser humano realizado a través de un alto nivel de autoconciencia y dominio de sí. Esta realización de su ser individual le permite la expresión de su potencial intelectual y emocional y lo reconecta con la humanidad, con la naturaleza y consigo mismo. La verdadera libertad es el dominio absoluto de uno mismo, decía Montaigne.
Tras la incompleta liberación de la libertad de, el hombre emancipado-pero-aislado solo tiene dos caminos: progresar en el desarrollo de su libertad individual hacia la libertad positiva; o rendirse y retroceder, volver a un esquema fijo que le retorne la seguridad perdida, ya sea en forma de una ideología política, creencias religiosas, relaciones autoritarias o, lo mas habitual en nuestro tiempo: una vida automática.
La libertad positiva de Fromm es una hermosa teoría, casi un anhelo romántico en el sentido literal del término. La transición de la libertad ética, política y social a la auténtica y personal libertad positiva que plantea es, a mi entender, demasiado nítida para lo abierto, dudoso y claroscuro que tiene todo lo humano, excesivamente bonita para ser real.
El hombre occidental del siglo XXI, a caballo ente la libertad negativa/de y la libertad positiva/para, se debate entre el deseo y el temor a la libertad. Se siente algo extirpado del mundo líquido, aplastado por la tecnología, insignificante. Como describe Zygmunt Bauman, paga el tributo de su extrema libertad: un estado radical de soledad masificada. En este entorno hostil, agobiados con la tarea de ser nosotros mismos, preferimos a veces adormecernos y seguir el camino marcado por las pautas culturales; renunciar en mayor o menor medida a la libertad positiva.
La rutina, la agitación continua, el éxito y el entretenimiento son las claves de nuestro tiempo para mitigar el miedo a la libertad. Aun así, de forma engañosa nos sentimos libres, pues relacionamos la actividad exacerbada con la libertad. Sustituimos la verdadera libertad por una práctica automática en la cual la libertad participa poco, una pseudolibertad. Nadie es del todo libre, todos tenemos un grado de alienación. Por esto dice Emil Cioran: Siento que soy libre, pero sé que no lo soy.
¡Qué difícil ser verdaderamente libre! La libertad ensancha la vida y abre mil ventanas. Pero todas sus visiones se quedan en el ámbito de la posibilidad. ¿Quién de nosotros es capaz de vivir sin certezas?