Cuando cierro los ojos para poder ver mi mundo a veces me pierdo en ese lugar en el que se mezcla todo lo imaginable. Como enlaces en 3D, en mi cabeza, o no se en que parte de mi yo, veo pasar a una velocidad vertiginosa, al final uno se cuela, no se el porqué ni lo necesito saber, y se detiene en un recuerdo del pasado o en un mundo paralelo atemporal. Este último es el que más me gusta porque no tengo arrugas en la cara.
Protagonista de mis fantasías, buenas, malas, espectaculares, placenteras, peligrosas… A veces unas se mezclan con las otras, otras se diluyen dejando paso a una nueva experiencia que nunca había tenido y que por eso todavía no puedo catalogar. Otras veces, la esquizofrenia me mantiene en el aire y allí, más adelante, dos caminos que confluyen: uno procedente de mis recuerdos del pasado y del presente, y el otro del mundo de lo imaginable. Todo se mezcla dando paso a nuevas formas, a nuevos planetas a partir de ese punto de confluencia.
Quiero salir, pero estoy atrapado en ese lugar en el que me escondo huyendo de la praxis de mi monotonía diaria del cumplimiento de mis obligaciones que, a veces me aprieta el cuello como una pitón a la que sólo venzo en el enlace en el que me he perdido hace un rato, donde los dragones no tienen alas ni echan fuego por la boca, son la mezcla de un hombre y un pájaro de grandes dimensiones, sus alas son sus brazos y que sólo atacan a la injusticia con unos rayos de luz que salen de sus ojos.
Empiezo el regreso. Poco a poco van apareciendo los ruidos de la vida. Al principio casi inaudibles van aumentando progresivamente su volumen hasta hacerse asquerosamente inaguantable. Empiezo a sentir el molesto efecto de la gravedad que me une al suelo, mientras que las imágenes de la fantasía de las 11,30 am., empiezan a desaparecer en un fundido en blanco. Abro los ojos aunque ya estaban abiertos y solo veo la pantalla de mi ordenador.
© Rodrigo Barcal
Y los sueños sueños son.