LA MENTIRA MÁS GRANDE DEL MUNDO

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Una mentira es una declaración realizada por alguien con la intención que quien le escucha se la crea, a sabiendas, bajo la creencia o sospecha que puede ser falsa en todo o en parte. En definitiva, la mentira no es otra cosa que una forma de ocultar la realidad o la verdad de algo de forma parcial o total.

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El que la ensaladilla rusa no proceda de Rusia, ni la tordilla francesa de Francia, pone de manifiesto bulos o lo que es lo mismo, noticias falsas o mentiras que se van transmitiendo con la creencia que son ciertas, pero en realidad no lo son, pues el primero de los platos fue creado en 1860 por Lucien Olivier, un belga de origen francés afincado en Moscú. El chef elaboró por primera vez esta receta en Hermitage, el restaurante que regentaba en el centro de la ciudad rusa. El furor que causó la ensalada hizo que fuera conocida popularmente como ensalada rusa. En Rusia, sin embargo, se la llama ensalada Olivier.

Y, el apellido francés de la tortilla proviene del asedio de las tropas napoleónicas a la ciudad de Cádiz en 1810. La escasez de alimentos y de patatas con las que preparar la típica tortilla española provocó que los ciudadanos tuvieran que cocinar el huevo batido sin condimentos. Con el paso de los años siguió cocinándose esta tortilla a la que se llamaba “tortilla de cuando los franceses” en referencia a los asediadores galos. De ahí que hoy a esta tortilla se la llame tortilla francesa.

 

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Pero, aparte de poner de relieve las curiosidades históricas de la gastronomía no es a este tipo de mentiras el que más hace daño al individuo y a sus congéneres.

Como, casi siempre,  nuestro refranero es un recurso para entender bien ciertas actitudes o comportamientos, así, en el caso que nos ocupa la expresión `se coge antes a un mentiroso que a un cojo´, viene a indicar que la mentira suele tener muy poco alcance, de ahí que también se diga que: `la mentira tiene las patas muy cortas´, siendo el resultado final que, casi siempre, se descubren.

Desde nuestra tierna infancia parece que todos hemos nacido con el “chip” de la mentira, programados para mentir, sin duda como efecto de la genética, unas veces como forma de eludir un castigo y otras, todo lo contrario, para obtener un premio o reconocimiento por parte de los demás sobre algo que no nos corresponde. Sin olvidarnos, de las denominadas mentiras piadosas, fruto de nuestra piedad o compasión, que ocultan una verdad con la sana intención de no hacer daño a quien nos escucha o protegerlo frente a la cruda realidad, quizá la única disculpable, siempre que la verdad que se oculta no niegue determinados derechos a conocer la verdad por parte de quienes pretendemos proteger. Lo que exige siempre cierta prudencia.

De esta manera la mentira más grande del mundo, es negar que no mentimos.

Photo by Caleb Woods on Unsplash

De niños rápidamente aprendemos que las acciones buenas reportan resultados buenos, el cariño de los progenitores, la alabanza, o lo que es lo mismo, su reconocimiento como responsables de nuestra educación, de la misma manera que una acción negativa tiene el efecto contrario. Por lo tanto, la mentira se erige en un refugio o instrumento que puede causar daño tanto a quien la utiliza como a quien se trata de engañar.

Se trata pues de una conducta tóxica que suele ir en aumento al derivarse de ella una cadena de mentiras sucesivas con el fin de encubrir la mentira inicial, creándose el efecto de una bola de nieve en progresivo aumento que finalmente puede sepultarnos ante los demás al poner cada vez más en duda nuestra reputación y honestidad. Ello, sin olvidarnos, del continuo estrés y angustia que supone estar continuamente mintiendo.

Además la mentira no dejar de ser de una conducta humana bastante primaria, siempre como mecanismo de respuesta ante el efecto acción/reacción de nuestras acciones, aspecto que revela, entre otros elementos, una falta de confianza en uno mismo y en la valentía de asumir las consecuencias de nuestros propios actos.

Tras el autoengaño que supone actuar como Pinochos, existe, además, una continúa huida inconsciente respecto a una realidad dolorosa, dura o desagradable, creando finalmente una confusión entre la verdad y la mentira que, al final, hace que quedemos en evidencia ante los demás y, lo que es peor, que nos reporte un resultado peor que el que hubiésemos obtenido actuando con la verdad. Pudiendo revelar ciertos trastornos psicológicos como la mitomanía y la pseudología fantástica, asociada a trastornos de la personalidad como la personalidad narcisista y el histriónico al límite, que buscan el reconocimiento, admiración y atención por los demás.

Es por ello que, debemos protegernos ante la mentira, ante la nuestra y la de los demás. Primero actuando con honestidad ante nosotros mismos, única forma de combatir el desorden que supone la mentira en nuestra personalidad, pero también en nuestras relaciones con el mundo exterior.

Honestidad que nos exige ante la mentira de los demás actuar, en principio, de forma  asertiva, comunicando a nuestro interlocutor que conocemos la mentira, evidenciando tal conducta con las pruebas que dispongamos, además de expresar nuestro sentimiento ante tal forma de actuar, tal como tristeza, desconfianza, pena, etc.., siempre intentando favorecer la empatía, es decir, no como un medio de ataque sino de encuentro.

Si el desorden de nuestra personalidad a causa de la mentira toma tintes que no podemos controlar, no vendría mal hacer una terapia, eso sí, sin mentiras, no es bueno hacernos pasar por sanos cuando no lo estamos, sólo para dificultar la labor del terapeuta y para seguir auto engañándonos.

Pero, sobre todo, si quieres a alguien no le mientas, porque la mentira termina haciendo daño y generando desconfianza. Recuerda que, al final, siempre sale la verdad.. y que se `coge antes a un mentiroso que a un cojo´. 

 

 

 

 

 

 

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