LA IZQUIERDA CONFINADA (3). REPUBLICANISMO

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Estamos instalados ya en la tercera semana del prorrogado estado de alarma y un endurecimiento del confinamiento con el parón del sistema productivo de aquellas empresas que no sean prioritarias. Respaldo mayoritario del Congreso de los Diputados a la prórroga y a las medidas de Gobierno. Lo que no quiere decir que no se le haya criticado –y parece que duramente– por la derecha y por los nacionalistas.

Con independencia de lo acertado o no de las críticas, en el ámbito político ésta es la función propia de la oposición, y puede ser furibunda o comedida según interese al momento político. En una situación tan crítica como la actual sería de desear una actitud más constructiva de todos. Tanto en la moderación de las formas por parte la oposición como por parte del gobierno.

En el ámbito social los votantes tienden a la simplificación y al maniqueísmo: cuando los “suyos” están en la oposición todo lo que hace el Gobierno está mal y, al contrario, a defender acríticamente todo lo que hacen los “nuestros” cuando los que están en el Gobierno son ellos. Esto, que parece muy humano, a veces se lleva al extremo, sobre todo cuando hay visceralidad. Sería deseable más ecuanimidad por parte de todos, con lo que evitaríamos fanatismos.

Cuando la derecha critica al Gobierno de coalición lo hace en base a estereotipos anticomunistas despreciables, los aciertos del Gobierno son heredados y los fallos achacables exclusivamente a la gestión del Gobierno. Olvidando, por ejemplo, los grandes recortes en sanidad que la derecha ha llevado en los últimos años, en las comunidades de Madrid y Cataluña; derechas con identidades distintas, pero derechas neo-liberales, al fin y al cabo.

En el extremo contrario encontramos a una izquierda militante que disculpa los vergonzosos pactos con el secesionismo para conseguir formar gobierno. También pretende exculpar de responsabilidades a la reacción tardía ante la pandemia del coronavirus. El error no fue celebrar el 8 de marzo; fue retrasar por interés político algo que muchos veíamos, la asistencia masiva de españoles a un partido de fútbol en Italia, la llegada masiva de italianos a Valencia por el fútbol, la salida masiva de españoles a Perpiñán a un acto independentista, el congreso de Vox, las concentraciones del 8 de marzo, etc., eran peligrosos focos de expansión de la pandemia. La realidad ha demostrado que fue un grave error que pagaremos todos.

¿Quiere eso decir que un gobierno de la derecha lo hubiera hecho mejor? Me temo que la respuesta es que no. ¿Acaso la izquierda se hubiera comportado solícita y solidaria con un gobierno de la derecha en estas circunstancias? Temo que la respuesta es también negativa.

Tenemos una clase política muy preocupada por su propia supervivencia y siempre dispuesta a aprovechar los traspiés del contrario para sacar ventaja. Nos faltan estadistas en España. Como dijo Andreotti “manca finezza”. Aunque mirando hacia fuera no parecen contar tampoco con grandes dirigentes.

Estamos en un estado de alarma en la que se ha unificado jerárquicamente el mando en todos los ámbitos en España, suena angustioso escuchar a una alta representante del Gobierno decir que hay Comunidades Autónomas que no colaboran en tareas de información –transmisión de datos estadísticos–. La colaboración aquí y ahora es obligatoria. ¿Es posible que alguien incurra en delito de desobediencia y se le llame falta de colaboración? Puede ser una anécdota, pero refleja la actual falta de autoridad, por un lado, y un error estructural por otro: ¿tiene lógica la existencia de 17 sistemas sanitarios en España?

Esta última cuestión me permitiría entrar en el tercer punto que planteaba en el primer artículo de esta serie, La izquierda confinada, pero en aras de mantener un cierto orden y aprovechando que en breve será el aniversario de la proclamación de la Segunda República Española, creo que lo más lógico es entrar en el segundo punto:

¿Existe realmente en España un debate sobre la forma del Estado: Monarquía o República? Hablemos del Rey y hablemos de corrupción… la del emérito, y la de los partidos y las grandes corporaciones. El que la haga que la pague.

El movimiento republicano español, como tal, es reducido y además disperso. La desaparición de la Junta Estatal Republicana que mantuvo la llama encendida desde 2011 hasta el 2017/18, dejó huérfano al movimiento. Fue una apuesta del PCE para unificar a los distintos movimientos republicanos entorno a la reivindicación de la 3ª República, que con la reestructuración de la izquierda con la aparición de Podemos, parece que ha perdido interés.

De esa época viene, y se mantiene, la Coordinadora 14 de Abril, que sigue celebrando cada mes de abril en la Plaza de Sant Jaume de Barcelona un acto conmemorativo y reivindicativo de la Tercera República Española.

En noviembre de 2018, el Encuentro Estatal por la República toma el relevo a la JER pero carece de una línea política fuerte como su predecesora y se ve demasiado mediatizada por el Procés catalán. Existen también otras organizaciones republicanas como Iniciativa Republicana Española, asociación con proyecto de partido; Izquierda Republicana, partido político heredero del histórico de Manuel Azaña; Alternativa Republicana, partido que surge en 2013 de la confluencia de ex-militantes de IR y otros.

El momento cumbre en la historia del movimiento republicano español se produjo con la abdicación en 2014 de Juan Carlos I, con manifestaciones numerosas en Madrid. La manifestación de Barcelona, menor en número, estuvo contaminada con la presencia de secesionistas con banderas esteladas, lo que generó encontronazos entre manifestantes ya que era evidente que los conceptos de república de unos y otros no coincidían.

Decía en mi articulo de junio de 2014 que “Lo que deslegitima la monarquía para un republicano no es la corrupción; eso deslegitima a quien la practica, sea Jefe del Estado, diputado, ministro, empresario o simple ciudadano. La monarquía ni siquiera es aceptable en el caso de una honestidad sin tacha del receptor del supuesto derecho porque no existen tales derechos (privilegios) de sangre. Esta es la clave” y continuaba afirmando que “el republicanismo no puede quedarse en el simple cambio en la forma de designar el Jefe del Estado”.

Caminar hacia una república en la que solo sustituyamos un Rey por un Presidente de la República no parece un gran cambio, a tenor del poco poder que detenta el Rey u otros Presidentes de nuestro entorno. Si es cierto, podrá ser elegido por el pueblo… Bueno, depende. En Alemania y en Italia, lo elige el parlamento… como aquí se elige al Presidente del Gobierno. –No, no es cierto que el pueblo elija al Gobierno, es el Congreso de los Diputados; estos sí, elegidos por los ciudadanos con un sistema electoral tramposo–. En EEUU, el Presidente se elige indirectamente con los votos electorales de cada estado, en un sistema mayoritario que asigna todos los votos electorales al más votado y con una asignación no proporcional a la población de los estados… ¡Es el sumum de la democracia! Hillary Clinton obtuvo más votos directos que Donalt Trump.

¿Se imaginan a Aznar de Presidente de la 3ª República Española? ¿A que duele? O, para que duela a todos, a Zapatero, o a Sánchez o a Rajoy… Y eso nos lleva a la pregunta inicial: ¿Tiene la causa republicana suficientes seguidores para forzar el cambio en España? Pues yo creo honestamente que no. Y ¿por qué sucede eso?

La izquierda se reclama republicana pero con la boca pequeña, aunque no pierde oportunidad de acusar de corrupción a la monarquía –es indiscutible que la herencia que deja Juan Carlos a su hijo está envenenada por la corrupción–, pero en el día a día no es su prioridad, no ya la República, sino ni siquiera destronar al Rey.

Tras la Transición, la izquierda se acompleja y cede a la derecha la idea de España, y abraza, renunciando a su propia historia republicana, las reivindicaciones nacionalistas. De ahí, de esa renuncia, de ese complejo, sale la defensa de la idea de la España plurinacional, del derecho a decidir –una suerte de derecho a la secesión, disfrazado de derecho a la autodeterminación y en contradicción con lo defendido por el PCE, representado por Jordi Solé Tura, en la ponencia constitucional–. Es necesario recordar aquí que la Segunda República Española no reconoció nunca el derecho de autodeterminación de ningún territorio español y rechazó crear un estado federal, la denominación de “estado integral” de su artículo primero no es baladí, y las condiciones para acceder a la autonomía eran más rigurosas y limitativas que las acordadas en la Constitución Española del 78.

Hablando recientemente con una persona que ocupó un cargo de responsabilidad en el PCE tiempo ha, me comentaba que, cuando llegaba a las reuniones de las agrupaciones locales de su partido con el tema de la República, el tema era comprensiva pero elegantemente aparcado.

En el republicanismo español de la izquierda hay mucho de pose, mucha estética y oportunismo político, bien para diferenciarse de la derechona, bien para apoyar directamente las demandas secesionistas. El republicanismo, para Podemos, es un significante vacío a utilizar cuando conviene. Es llamativo que se organice una recogida de firmas de apoyo a un Gobierno que se constituye bajo el paraguas de una Constitución monárquica y a la que a la vez denigra… Si al menos estuviera planteando una reforma constitucional hacia la República… Otra cosa es que quiera, que pueda o que sea capaz.

La causa republicana es una causa honesta siempre que se pretenda ir más allá del simple cambio en la jefatura del estado: como decía en 2014, “Es preciso eliminar los derechos de sangre en todos los ámbitos de la sociedad en que esos “derechos” implican generación de desigualdad y privilegio. ¿Por qué los miembros de la Casa de Alba tienen derecho a heredar unas tierras que nunca han trabajado? ¿Por qué los hijos de Botín pueden recibir fortunas que no ha generado con su esfuerzo personal? ¿Qué tienen los Millet, los Montull, los Mas o los Pujol diferente del resto de ciudadanos para estar siempre en los puestos públicos que garanticen el constante incremento de sus posesiones?

Hoy en España tiene sentido caminar hacia una República que implique cambios en la democracia social, sobre todo si entendemos que la democracia política, con todos sus defectos, está garantizada. Afirmar que estamos en la continuación del franquismo es una barbaridad que no se lo cree ni quien lo dice y que genera rechazo en la mayoría de la ciudadanía. La nuestra es una sociedad con un sistema neo-liberal como la del resto de Europa, y tan poco o mucho democrática como ella.

Por otro lado, abrir un proceso constituyente con la configuración socio-política actual no nos garantiza ni llegar a una República ni, en el caso de que lo consiguiéramos, ésta supondría un cambio hacia un sistema económico, social y político más justo.

Tal vez asumir que España tiene un sistema democrático, con todas las reservas que se quieran, nos permitiría avanzar y situarnos en la realidad. Reclamar la aclaración y responsabilidades del emérito en actos no propios de su condición de Rey es un primer paso, pero no único.

El Art. 56.3 de la Constitución, aparte de declarar inviolable y no sujeta a responsabilidad la persona del Rey, aclara que sus actos no tendrán validez sin el debido refrendo, tal como estipula el art. 64; es decir, del Presidente del Gobierno, de los ministros o del Presidente del Congreso. Añade el artículo que los que refrenden los actos del Rey serán los responsables. ¿Refrendó algún gobierno el supuesto pago de comisiones de Arabia Saudí? Y si no fue un acto como persona Real, ¿qué impide que sea juzgado?

Sin renunciar a nuestro republicanismo, empecemos por desmontar la partitocracia corrupta que compartió responsabilidades con el Rey emérito, ya que todas estaban entrelazadas. Porque alguna responsabilidad tendrán los gobiernos que permitieron o incluso alentaron esa corrupción y otras.

Seguimos.

Nou Barris, Barcelona. Sábado, 4 de abril de 2020.

Vicente Serrano.

Miembro de la Junta Directiva de la asociación Alternativa Ciudadana Progresista.

Autor del ensayo EL VALOR REAL DEL VOTO. Editorial El Viejo Topo. 2016

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