Resulta sorprendente a lo que se ha reducido hoy en día la forma de comunicarse por escrito los seres humanos. Todavía en la última década del Siglo pasado sobrevivía las cartas como parte del servicio postal, aunque ya heridas de muerte, no tanto por la aparición en sus últimos años de la primera red social, concretamente en el año 1997, con el nombre de Six Degrees, sino, además, porque el leer estaba empezando a caer en desuso, relegado a las últimas cifras de la ocupación del ocio, por la TV y la telefonía móvil, esta última permitiendo enviar mensajes instantáneos por SMS, aunque limitados a 160 caracteres.
La limitación de caracteres indicada en la actualidad también existe, incluso más en una de las redes sociales más grandes como es twiter con más 320 millones de usuarios activos en un mes, donde existe un límite en los mensajes de 280 caracteres.
Quizá esta imposición en cuanto al número de caracteres, como también ocurre en instagran, aunque con una capacidad más amplia pudiendo alcanzar 2200 caracteres en los comentarios a píe de foto, ha llevado a que cada vez se haya reducido más nuestra capacidad de comunicación escrita haciéndose no sólo cada vez más breve, incluso aunque no exista limitación alguna como en el caso de los WhatsApp; también por el hecho de prevalencia en los gustos de los usuarios que se inclinan por la inmediatez lo que lleva inevitablemente a que los mensajes no puedan ser muy amplios.
Y, como siempre, debido a que la costumbre termina convirtiéndose en norma, la comunicación, reducida prácticamente a las redes sociales, cuya importancia es tal, que ha llegado a decirse que no existes si no estas en ellas, se limite a un pequeño comentario, intentando transmitir en el mismo la más pura esencia de lo que se pretende decir que, aunque al final no se diga nada, son tantos los artículos, pronombres, preposiciones omitidas que, además de dejar un tan amplio margen a la imaginación, exigen una auténtica labor de interpretación para descifrar su contenido.
“intentando transmitir en el mismo la más pura esencia de lo que se pretende decir que, aunque al final no se diga nada, faltando tantos artículos, pronombres, preposiciones, además de dejar un tan amplio margen a la imaginación que exigen una auténtica labor de interpretación para descifrar su contenido. “
Pues bien, la pregunta que se hace necesaria en este momento sería: ¿Es bueno esta forma de comunicarnos?. La respuesta, obviamente dependerá en qué cuestión queramos incidir para resaltar su bonanza o cuestionar su uso, así, por ejemplo, tal y como se ha apuntado anteriormente sería beneficioso en una comunicación en la que se quiere que predomine la inmediatez aún a riesgo de una pequeña distorsión del mensaje. Por el contrario, si lo que se pretende es conseguir un determinado contenido de relevancia cultural, se nos antoja no ser muy apropiado una comunicación tan breve en su contenido o extensión.
Tales razonamientos, inevitablemente, nos llevan a formularnos otra serie de preguntas relacionadas entre si, tales como:
¿Estaremos fomentando la desculturización?.
¿Guarda relación la inteligencia con un uso de un lenguaje o comunicación más breve?.
¿Qué se puede hacer para cambiar las cosas?.
Las respuestas no son nada fáciles y exigen en todo caso un estudio exhaustivo de esta conducta comunicativa, ahora bien, la lógica nos lleva a pensar que mucha cultura no se puede transmitir en mensajes tan breves, por lo que si la escritura/lectura ha sido un medio de transmisión del conocimiento, su reducción a pequeños mensajes hace pensar que, aunque el sujeto en si pueda ser inteligente sin embargo esta cualidad por la falta de uso puede terminar atrofiándose o al menos, entrar en la desidia de su desuso ante la falta de motivación respecto al desarrollo del intelecto. Y, en cuanto a la última pregunta, la respuesta no puede ser otra que esforzarnos, sin entrar en la pesadez, en comunicarnos un poquito mejor cuidando un poco más el mensaje, su forma y contenido. Recuerden esa frase que desconozco si tiene un autor concreto, que dice “las palabras pueden hacer más daño que cualquier bala”, con la que se pretende resaltar el poder de las palabras bien dichas.
Pero, sobre todo porque la lengua de Cervantes es tan rica que no sumergirse en su inmensidad es privarse del placer de comunicarse en toda su extensión.