Nos pasamos media vida queriendo engañar a los demás, y lo peor aún, engañándonos a nosotros mismos, y la otra media, deseando ser lo que no somos. En definitiva, se trata de una huida, hacia atrás, anclándonos irremediablemente a una de las fuerzas que más esclavizan al ser humano, la inercia.
Nos movemos por la inercia sin tener el control de nosotros mismos, lo que finalmente nos lleva a un conformismo existencial que desemboca en el auto convencimiento que no podemos cambiar, porque “somos así”. Y yo pregunto: ¿cómo somos?, porque, tal vez, si respondemos a esta pregunta, sería un buen principio para el cambio. Saber realmente lo que somos nos llevará a saber lo que necesitamos para ser felices.
La inercia nos lleva a acomodarnos en nuestra zona de confort, rechazando todo aquello que implica un cambio, precisamente por miedo a lo desconocido y al esfuerzo que es necesario hacer para lograrlo. Mientras no tengamos el control de nuestra inercia, seremos necesariamente unos seres insatisfechos, nos resignaremos a la situación en que vivimos, haciendo caso a esa voz interna, incluso social, que nos dice que ya somos mayores para cambiar, o que nuestra vida personal o familiar nos lo impide. Justificaciones, sólo son justificaciones.
Tener un propósito o una meta, o lo que es lo mismo, una ilusión, es una base necesaria para que el proceso de cambio se produzca.
Conozco bien esa situación, en la que la apatía, pero sobre todo una constante autocompasión, de nosotros mismos y de nuestras vidas, nos inmoviliza hasta el punto de no saber lo que queremos, viviendo dentro de una pobreza de espíritu que, hasta nos puede hacer creer que no valemos para nada, o lo que es peor, que nos merecemos lo que nos ocurre y, para qué cambiarlo; eso sin contar con los clichés familiares y sociales que provocan una sumisión o estigma dentro de la familia o del grupo social en el que nos movemos.
Mientras que no nos convenzamos de manera enérgica que somos nuestros peores enemigos no se producirá el cambio, así como que de nada sirve levantarse y empezar a arremeter contra todo y contra nosotros mismos, así seguiremos siendo esclavos de nuestra amarga existencia. Es necesario hacer un alto en el camino, interiorizar nuestro sufrimiento, nuestra insatisfacción, no para lamentarnos continuamente sino pensando en la inercia de nuestras acciones, pero también, teniendo en cuenta que todo cambio, aparte de la ilusión de alcanzar una meta, implica una esfuerzo, y que, muchas veces, no es tanto alcanzar la meta, sino disfrutar del camino hasta llegar a ella.
Existen dos tipos de conformismo, uno que nos lleva a la satisfacción y otro a la insatisfacción. El primero es el que resuelve nuestra vida, nuestro bienestar, no por lo que los demás hacen o tienen, sino por lo que nosotros somos o tenemos; mientras que el segundo el de la inercia.
Si controlamos nuestra inercia, será fácil oír aquello que nuestro yo interior necesita para ser feliz. Empecemos a partir de ahí, con ilusión, reflexionando sobre lo que somos y merecemos, sobre lo que nos está haciendo ser infelices, porque de esta manera conseguiremos una base sólida parra el cambio; un camino para lograr esa salud mental e incluso física de la que carecemos. Y, con ello, empezaremos a amarnos a nosotros mismos, a darnos cuenta que somos seres únicos e irrepetibles, que somos materia, pero también energía que debemos positivizar teniendo entusiasmo por la vida. A estar convencidos que nada de lo que viene de nosotros mismos es malo, sólo la inercia. Pero, sobre todo, lograremos querernos por encima de todo y de todos. Si no somos felices, mal vamos encaminados para hacer felices a los que nos rodean, si no nos amamos, mal vamos a amar a los demás.
Venga!!!! Espabila!!!! ROMPE CON LA INERCIA