LA INDEPENDENCIA DE CATALUÑA. UN DIVORCIO CON GRAVES CONSECUENCIAS

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El hartazgo sobre la independencia de Cataluña empieza a sentirse en la mayoría de los españoles, no sólo porque en la pantalla de nuestros televisores esta cuestión ocupa la mayor parte del tiempo en los informativos y debates, incluso en otros programas que sin estar dedicados a la información sino al entretenimiento también tocan, aunque sea de soslayo, lo que ya se denomina “el tema” o “la noticia” porque parece no haber otros que importen tanto a los medios.

 

La disección que se ha hecho de la consecución de la independencia por parte de la citada Comunidad Autónoma deja poco margen para el análisis desde cualquier óptica, tanto política, económica, histórica como sociológica, creo que ya se ha dicho todo, intentando cada cual llevar el agua a su molino, dependiendo del posicionamiento político del tertuliano, economista, periodista y demás “istas” que desde su oficio, hábito o actitud han analizado el tema, habiendo encontrado tanto los que se sitúan a un lado y al otro cobijo en sus teorías para justificar o no las acciones llevadas a cabo tanto por el Gobierno de España como por el Govern de Catalunya.

¿Dónde está por lo tanto la verdad?. Permítanme ustedes que les diga que, como en casi todo, la verdad absoluta no existe y, aunque en principio deben ser las leyes las que marquen la legitimidad de cualquier actuación llevada a cabo por los poderes públicos; sin embargo, no debemos olvidar que las leyes no son “palabra de Dios”, y que cuando hay voluntad política para solucionar un tema dichas leyes pueden ser modificadas, adaptadas al momento en el que, como en el que nos ocupa, se necesita buscar una solución a un tema que lleva dando guerra desde que esta Comunidad Autónoma se dio cuenta que era una de las mayores productivas del país y de las que menos fondos percibía del Estado en proporción a otras Autonomías, que por su lastre económico no aportaban tanto a la hucha común de todos los españoles.

Es cierto que en un principio me amparé en la legalidad para justificar que la actuación de los independentistas catalanes no era correcta, por eso de que cualquier democracia debe sustentarse en un estado de derecho, donde la supremacía de la ley hace posible que cualquier actuación arbitraria sea perseguida por los tribunales de justicia, porque así lo establece nuestra Norma suprema, la Constitución. Pero esta legalidad puede convertirse en un arma de doble filo cuando quien quiere hacerla cumplir desde un posicionamiento estrictamente jurídico, lo hace sin dar opciones al diálogo, o peor aún, cuando el que actúa como verdugo contra los incumplidores de la norma, ha sido el mismo quien las ha incumplido de manera reiterada, lo que le resta en cierto modo legitimidad para llevar a aquellos al patíbulo.

Esto es lo que le pasa al Partido Popular quien en reiteradas ocasiones no le ha importado en absoluto pasarse la Constitución por el arco del triunfo, valga a modo de ejemplo la declaración de inconstitucionalidad de la amnistía fiscal o la de las tasas judiciales, justicia gratuita y bajada salarial de los empleados públicos, entre otras; amen de más de una decena de recursos interpuestos ante el Tribunal Constitucional pendientes de resolución.

Resulta evidente que el incumplimiento de la Constitución podría graduarse según la Norma que se recurre, de manera que, no es lo mismo un recurso contra una Ley Orgánica como cuando lo es contra una Ley ordinaria, habida cuenta que la primeras  son las Leyes de desarrollo de los Derechos Fundamentales y de las Libertades Públicas recogidas en la sección primera del capítulo segundo del Título I de la Constitución, las que aprueban los Estatutos de Autonomía  y el régimen electoral general, además de otras previstas en la propia Constitución, y que requiere el voto favorable de la mayoría absoluta de los miembros del Congreso de los Diputados en una votación final sobre el conjunto del proyecto aprobado. Pero en el caso que analizamos, aunque es importante esta graduación, lo que realmente trasciende es que estamos ante dos incumplidores habituales de la Constitución, con la única diferencia que en el caso de Cataluña existe un artículo dentro del texto constitucional, el 155, que permite actuar frente a cualquier Comunidad Autónoma que no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España; mientras que en el caso del incumplimiento por parte del Gobierno del PP, se deja a su sentido de la responsabilidad política abandonar sus cargos por incompetentes en virtud de la declaración de inconstitucionalidad que haya tenido lugar, responsabilidad que el caso de Rajoy no hay por dónde cogerla porque nunca la ha tenido, desconociendo el sentido de la palabra dimisión.

Al final, en toda esta historia el que termina perdiendo es el ciudadano, bien porque no se le haga caso a sus pretensiones y demandas o bien porque las decisiones que se toman de una manera u otra repercuten sobre su propio bienestar, su economía o sobre sus derechos, incluso los consagrados como fundamentales en la Constitución que tanto unos como otros prostituyen a su antojo.

Pero volviendo a “el tema” nos encontramos realmente ante una bomba de relojería, ante un conflicto territorial, cuyas consecuencias políticas si no lo tratamos con la suficiente prudencia puede dar lugar a una confrontación sin precedentes mas que en la contienda de 1936; prudencia que en el momento actual no debería pasar por aplicar el precitado artículo 155 de la Constitución, porque si bien el Govern Catalán ha demostrado su temeridad en el tema de la independencia por las consecuencias tanto económicas como sociales que puede acarrear entre sus conciudadanos, totalmente enfrentados, en una proporción que me atrevería de calificar en empate técnico; igualmente la ha demostrado el Gobierno del PP, aplicando un artículo que no va a solventar el problema de fondo que, no es otro que el “catalanismo” o sentimiento catalán como nación, motivo por el cual la única solución plausible sería la convocatoria de elecciones tanto a nivel estatal como a nivel autonómico, pues nos encontramos ante posiciones irreconciliables que, necesariamente, para llegar a un principio de acuerdo, exige otros interlocutores, dada la incapacidad de los actuales.

“nos encontramos realmente ante una bomba de relojería, ante un conflicto territorial, cuyas consecuencias políticas si no lo tratamos con la suficiente prudencia puede dar lugar a una confrontación sin precedentes mas que en la contienda de 1936; prudencia que en el momento actual no debería pasar por aplicar el precitado artículo 155 de la Constitución”


Finalmente, sería de gran ayuda que tanto los españoles, dentro y fuera de Cataluña, y los catalanes independentistas, empezáramos a ver el tema más allá de nuestras propias narices y no como simple pollinos con orejeras, pues cuando se trata de un divorcio nadie puede apropiarse de la otra parte y mucho minusvalorar su sentir en el proceso de separación, de la misma manera que nadie en todo este lío puede apropiarse de la palabra patriotismo, porque como sentimiento de amor hacia la patria nadie tiene derecho a limitarlo a un determinado territorio. Por esto motivo imponer ideologías no sirve de mucho, porque simplemente con el amor no se paga el piso, ni el colegio de los niños, ni las letras del coche, ni la hipoteca, ni el salario de los trabajadores en una empresa, ni se sustenta una nación. Nos movemos en un entorno político y económico, que se puede ver resquebrajado simplemente por la insensatez de quienes lo han propiciado y quienes no saben dar otra respuesta más que a través de la fuerza, lo que no deja de ser pan para hoy y hambre para mañana.

2 COMENTARIOS

  1. Este tema de Cataluña ya es demasiado !!
    Es una pesadilla en los medios y en temas de conversación , no se habla de otra cosa.
    Ya tenían que haber terminado con esto.
    Pero lo que pasa que todos quieren sacar tajada de está situaciòn…..Pobre de nuestra España!!

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    • Yo creo que lo que pasa es todo lo contrario: que nunca se ha hablado con claridad, que nunca se quiere escuchar y mucho menos comprender al otro, que a los nacionalistas solo les gusta su correspondiente nación y que, además de muchas otras cosas, hay una tremenda falta de educación en todos los sentidos y a todos los niveles. Eso y que el sentimiento nacional me parece que está varios pasos más cerca del fanatismo que del uso de la razón. Porque, ¿cuál es la diferencia entre un nacionalista español y uno catalán?, ¿o uno francés o italiano? Cualquier nacionalista me vale para el ejemplo de las diferencias.

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