LA GEOMETRÍA EN EL ARTE (8)

 Armonía, belleza y proporción en el Renacimiento

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Alberti, Palladio, Durero, Barbaro.

Para los teóricos y artistas del renacimiento, la armonía, que es la perfecta relación entre el todo y las partes y de estas entre sí, en términos de proporciones y razones matemáticas, es la esencia y fuente de la belleza, ya que ella ejemplifica las leyes de acuerdo a las que la razón divina ha creado el universo. Bajo estas concepciones, la geometría es la base esencial de la belleza y piedra filosofal de la estética. Por eso los artistas renacentistas, encabezados por Leon Battista Alberti, Leonardo da Vinci y Durero, jugaron un papel muy importante en la consolidación y popularización de la interpretación matemática de la realidad material.

El artista del Renacimiento fundamenta su filosofía de la belleza en la armonía de las proporciones, al redundar en el gran principio estético de la antigüedad, según el cual «la belleza consiste en la armonía de las partes entre sí y con el todo», lo que se llamó “harmonia» en griego, “symmetria” o “concinnitas”, en latín y “convenienza” en el italiano de L.B. Alberti. Durero lo designa con el polisémico término de “Vergleichung”:

► «lo mismo que cada parte en sí debe ser convenientemente dibujada también su reunión debe crear una armonía de conjunto,…, porque a los elementos armoniosos se les tiene por bellos».

Inspirándose en Vitrubio, L.B. Alberti escribe (De re Aedificatoria, IX.5):

► «La belleza es un acuerdo y si se puede decir una conspiración de las partes con el todo donde ellas se imbrican según un número (“numerus”), un orden cualitativo (“finitio”) y un lugar (“collocatio”) definido como lo requiere la armonía (“concinnitas”) principio absoluto y primero de la naturaleza».

Asimismo, Palladio se expresa en términos similares en su obra magna “Los cuatro libros de la arquitectura” publicado en Venecia en 1570. (I Quattro Libri della Architettura, I.1):

► «La belleza resulta de la correspondencia del todo con las partes, de las partes entre sí, y de nuevo de estas con el todo; las estructuras deben parecer, por tanto, un cuerpo entero y completo en cuyo interior cada miembro concuerda con el otro, siendo todos ellos necesarios para el buen funcionamiento del edificio».

¿Pero cómo llegar a una buena proporción? La solución, o al menos una aproximación a esta, está en la “geometria” (nombre griego latinizado). Según Durero:

► « …El error es consustancial con nuestra facultad de conocer, …, pero aquel que apoya su obra en una demostración geométrica y muestra una verdad bien fundada, todo el mundo debe creerlo, …, y es justo tener a ese hombre por un maestro que haya recibido un don de Dios. Y los principios de su demostración son deseables de oír y sus obras aún más agradables de ver,…».

El que entiende esta geometría, según Durero, la ha recibido como «don de Dios», el Dios geómetra que, en lenguaje del Libro de la Sabiduría (que cita en diversos pasajes), creó el mundo según «las leyes de la medida, del número y del peso». Al ser de esencia divina, esta geometría es con frecuencia un ideal fuera del alcance de las criaturas que por naturaleza no pueden llegar a tanta perfección. El saber geométrico de que dispone el hombre tiene un contenido cognitivo limitado. Pero cuanto más estudie mejor «porque uno se hace más semejante a la imagen de Dios que todo lo sabe» aumentando el poder creador del artista-geómetra. Además, «el que enseña a los otros lo que ha aprendido, obra bien, porque en ello sigue la voluntad de Dios, por quien nosotros sabemos».

Daniel Barbaro (1514−1570), gran mecenas de las artes, las matemáticas y las ciencias en la Venecia del siglo XVI, se hizo famoso por la traducción al italiano de los libros de las órdenes arquitectónicas de Vitrubio, a los que añadió sus propias observaciones.

La contribución substancial de Barbaro al entendimiento de Vitruvio se halla en el convencimiento con que cree que las reglas de Vitruvio deben ser incluidas en las edificaciones con las correspondientes correcciones ópticas para el diseño arquitectónico.

Daniel Barbaro escribe en su Comentario a Vitrubio:

► «El secreto del Arte consiste en la proporcionalidad. … La belleza no es más que el resultado de las proporciones adecuadas…. La proporción es algo general y universal en todas las cosas sometidas a medida, peso y número… Puede decirse que no hay nada, ni en la estructura de este mundo ni en el microcosmos, más generalizado y lleno de dignidad que la propiedad del peso, el número y la medida, a partir de la cual crecen y se perfeccionan el tiempo, el espacio, el movimiento, la virtud, el lenguaje, el arte, la naturaleza, la sabiduría y en definitiva todas las cosas divinas y humanas».

 «Así como la simetría es la belleza del orden, la “euritmia” es la belleza de la disposición».

«Así como el maestro de la proporción natural es el instinto de la naturaleza, el maestro de la proporción artificial es el hábito del arte. … La forma en sentido aristotélico de la materia espacial lo da la proporción. … En la proporción reside la gloria del arquitecto, la belleza de la obra y la maravilla del artificio. … La proporción encierra todos los secretos del arte».

La Armonía pitagórico-platónica en el arte

Las ideas apuntadas se van forjando en el Renacimiento bajo la imposición de la visión estética y filosófica del Neoplatonismo que concebía la imagen del universo como una construcción armónica en la que el hombre y el Arte venían a ser reflejos de un orden cósmico superior, descrito en las doctrinas pitagóricas recogidas en el Timeo de Platón.

Los artistas del Renacimiento adoptaron seriamente la sentencia pitagórica según la cual «Todo es número». Bajo el influjo de Platón y sus epígonos y apoyándose en una larga cadena de teólogos, empezando por San Agustín, reafirmaron la existencia de una estructura armónica y matemática del universo y de toda la creación. Si las leyes de los números armónicos regían todas las cosas, desde las esferas celestes hasta la más humilde forma de vida sobre la tierra, como proyección necesaria, nuestras propias almas debían ajustarse a esa armonía. L.B. Alberti cree en la existencia de un sentimiento innato que nos hace tomar conciencia de la armonía (De re Aedificatoria. IX.1):

► «…, es por un sentido innato del espíritu por el que puede ser percibida la armonía».

L.B. Alberti viene a decir que cuando una iglesia está construida según armonías matemáticas esenciales, nuestra reacción es instintiva, y un sexto sentido interno nos dice, sin necesidad de un análisis racional, que el edificio en el que nos encontramos participa de la fuerza vital que reside en toda materia y mantiene unido el universo. Sin esa simpatía entre el microcosmos del hombre y el macrocosmos de Dios, la plegaria no puede ser efectiva. Pacioli va aún más lejos cuando manifiesta en la Summa de aritmética… que los oficios divinos tienen poco valor si la iglesia no ha sido construida «con la debida proporción».

Ya que para Pitágoras, las matemáticas son el vehículo imprescindible para penetrar en la sabiduría divina, esbozos de la cual se alcanzan al recrear en una arquitectura matemática, al servicio de la religión, las proporciones universalmente válidas, como entidades puras y absolutas, componentes básicos de la armonía universal, las proporciones pitagóricas debían conformar la arquitectura, de modo que en la contemplación de una cúpula renacentista el espectador podía percibir metafóricamente el eco lejano de la inaudible música pitagórica de las esferas.

Para los arquitectos y artistas renacentistas beber en las fuentes pitagóricas, platónicas, euclídeas y vitrubianas era, en cierto modo, el equivalente a la actual formación universitaria de un joven arquitecto.

Cada parte de un edificio, tanto en el interior como en el exterior, tiene que ser integrada en un mismo sistema de relaciones matemáticas. No se puede aplicar un sistema arbitrario de proporciones, sino que estas deben responder a criterios de orden superior, en relación con la armonía, y en particular deben reflejar las proporciones del cuerpo humano, requisito ineludible sancionado por la autoridad de Vitrubio. Si el hombre fue creado a imagen de Dios de modo que las proporciones de su cuerpo son un acto de la voluntad divina, las proporciones de la Arquitectura tienen que adaptarse y ser una manifestación del orden y la armonía cósmica expresada por leyes que determinan la armonía del macrocosmos y el microcosmos y el reflejo reciproco de uno con el otro, mediante relaciones matemáticas que habían sido reveladas por Pitágoras y corroboradas por Platón, en un cúmulo de ideas que plasmadas en los diálogos platónicos sobrevivieron durante la Edad Media y cobraron nuevo impulso en el Renacimiento. F.Giorgi dio consistencia a estas ideas en su obra de 1525 De Harmonia Mundi totius, donde al combinar la doctrina cristiana con la filosofía pitagórico-platónica actualizaba la antigua creencia pitagórica en la misteriosa creencia de la eficacia de ciertos números y proporciones.

El aspecto teórico y especulativo de las concepciones pitagóricas sobre la armonía se concreta de forma práctica en la aplicación a la conformación de las proporciones artísticas en el Renacimiento de dos tipos de proporciones, las conmensurables relativas a las consonancias musicales y las inconmensurables vinculadas a la sección áurea (llamada la Divina Proporción). Ambas tienen su origen en el pensamiento geométrico pitagórico y las veremos sucesivamente en los dos siguientes artículos.

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