Que los pactos entre partidos sean necesarios para asegurar una estabilidad en el gobierno, bien sea en el ámbito estatal, autonómico como local, pero cuando estos pactos son “contra natura” la cuestión se transforma de algo lícito o legítimo en algo que huele bastante mal.
Cuando las ciudadanas y ciudadanos de este país vamos a votar, lo normal es que lo hagamos conforme a nuestra ideología, es decir, votamos al partido que mejor puede dar respuesta a nuestras inquietudes, de manera que no me imagino a un votante de izquierdas votar a la derecha y viceversa. Ningún partido por más pragmático que sea o se considere, que esa es otra, que no responda a ideologías concretas viene a ser un partido sin personalidad, un partido que lo único que quiere es acaparar los votantes insatisfechos de un lado y del otro.
Dicho de otra manera, todas las personas necesitamos en nuestro fuero interno dar solución o al menos buscarla, a nuestras necesidades tanto materiales como ideales, apoyándonos en determinados modelos ideológicos que hemos hecho propios bien por nuestra educación o experiencia, quizá convertidos en estereotipos que hacen que nos sintamos mejor otorgándoles nuestra confianza.
Es por ello que, cuando depositamos nuestros votos en las urnas lo hacemos bajo el convencimiento que lo que debe imperar es la ideología sobre la necesidad que tienen algunos políticos o lo partidos a los que pertenecen de alcanzar el poder a cualquier precio. Así, encontramos pactos entre partidos que no responden a esa ideología que han vendido a sus votantes, frustrando de esta manera las expectativas depositadas en ellos, convirtiéndoles tal actitud en unos farsantes.
Cuando hace unos días hablaba el director-editor de este digital de la diferencia entre política y políticos con mayúsculas y con minúsculas, me da pie para afirmar que esos farsantes estarían entre los segundos, no solamente porque están traicionando al voto que se les ha otorgado, sino porque para ellos prevalece el aferrarse al sillón del poder que el dar respuesta a las demandas de sus votantes, confiando en la ideología que representa sus siglas, lo que hace que, al final, no les consideremos nuestros representantes, sino más bien en ratas de dos patas que se mueven con habilidad en las cloacas del poder.
Hemos dejado atrás hace unos días la constitución de nuestros Ayuntamientos y hemos podido ver que ésta ha sido la tónica habitual en muchos de ellos, aunque hay un partido que se lleva la palma por vender su posición de centro, su posición tibia, sin compromiso ideológico claro, pactando con la extrema derecha sin ningún tipo de escrúpulos, bajo la justificación de que la izquierda de Pedro Sánchez y mucho menos con la ayuda de la extrema izquierda de Podemos no debe gobernar bajo ninguna condición por ser los consentidores del independentismo catalán.
Este partido que no es otro que el de Albert Rivera ha demostrado, como ya lo hizo en las últimas Elecciones Andaluzas sus ansias de poder, pactando con quienes todavía añoran el franquismo. A quienes sólo les interesa la democracia para hacerse hueco en el poder para luego imponer su ideología fascista trasnochada, lo que convierte en un partido oportunista, en vendedores de falsas ideologías que colorean a su antojo, según de donde venga el viento, salvo la excepción de Valls en Cataluña para evitar el totalitarismo de los independentistas, lo que le ha supuesto la expulsión del partido.
Quien pacta con fascistas ser convierten en fascista, da lo mismo sean de izquierdas o de derechas, por mucho que intenten vender ciertos valores supremos, como ese patriotismo de saldo basado en UNA ESPAÑA, GRANDE Y LIBRE de épocas pasadas que tanto enarbola la derecha, o bien un socialismo totalitarista por algunos de izquierda basado en una confrontación continúa para mantenerse en el poder en vez de poner en marcha políticas económicas y sociales que terminen con la desigualdad social.
NOTA. modificado título el 22 de junio de 2019, 14,25 h., por un error en edición inicial