Decir que la familia es a la sociedad como la célula al órgano, hoy en día, es algo desacertado si por familia entendemos a la tradicional familia de occidente (con un matrimonio legalizado bajo contrato escrito y pasado por el registro civil, que procrean hijos para el bien de la sociedad). No obstante, si lo que pretendemos definir como familia es un conjunto de personas que comparten los mismos particulares intereses y se asocian para, a través de la convivencia, llegar a la consecución de esos intereses, ya no estamos tan desacertados.
En la actualidad cada vez más, quizás como consecuencia de la incorporación de la mujer a la vida laboral y quizás también como consecuencia de una mayor libertad de elección de vida y de nuevas ideologías emergentes, los individuos tienden a considerar modelos de familia que en otras épocas eran tildados de inapropiados y hasta ilegales en cuanto, por ejemplo, a la legitimación de los hijos. Esto último, como ya sabemos, hoy en día dados los avances en ingeniería genética, ha experimentado un cambio radical.
No intento hacer antropología bilógica, ni social, analizando el concepto de familia con el que comulga el ciudadano occidental del presente. Sólo reflexiono sobre cómo han cambiado los tiempos y, curiosamente, no en mucho tiempo. Cuando, hace unos sesenta años, un bebé nacía producto de una relación extramatrimonial o no matrimonial, se consideraba a esa personita un ilegítimo, lo que acarreaba una serie de perjuicios y prejuicios sociales de muchas índoles; en esencia la criatura era tildada de bastardo …curioso término para denominar al hijo de dos personas de distinto género biológico que por la razón “X” no habían contraído matrimonio para dar amparo legal a su vástago (me he molestado en buscar la etimología de bastardo y viene del francés “bâtard”, que a su vez proviene del alemán “bansti”, que significa granero; es decir el bastardo es el engendrado en granero…). Asimismo la denominación menos mala con la que se podía nombrar a este individuo era la de hijo natural…bueno, eso al menos era rigurosamente cierto.
Bien, dejando atrás los graneros y también las conveniencias sociales y particulares en relación al concepto de familia tradicional occidental desde que se institucionalizó el contrato matrimonial, voy a referirme ahora libremente a mi concepto particular y preferido de familia, que se corresponde precisamente con el que me inculcaron en la educación casera y desde esos otros estamentos como: enseñanza reglada, religión, sociedad…No obstante, respeto y defiendo cualquier otro concepto de familia que un individuo, libremente, escoja para sentirse “en casa”; porque qué es una familia sino el conjunto de seres, o el ser, con los que, o el que, te reúnas donde quiera que te reúnas te sientes en el hogar…en casa.
Lo idóneo para mí no tiene por qué ser lo idóneo para el otro o los otros. Tampoco lo que ellos prefieran o piensen debe primar sobre lo que yo piense o prefiera con respecto al tema que nos ocupa. Se puede tener una gran familia tradicional y también una gran familia según los parámetros que la sociedad y los individuos vayan adoptando como constructores de ese concepto. Pero hay que tener en cuenta algo fundamental y que no suele responder a esos parámetros, actualmente “libertarios” (que a veces esconden ideologías un tanto peligrosas persiguiendo la soledad del individuo para su mejor manejo) y tradicionalmente encasillados en un “contrato social-particular”. Ese algo fundamental al que me refería no es otra cosa que aquello que el corazón considere como cierto; me explico: familia, según mi percepción, es aquel ser con el que te une una afinidad de corazón tan exactamente igual o superior a la consanguinidad o a la afinidad legalmente establecida.
Aun así, y de todas formas, para mí la familia ideal es en la que me he educado: Un padre, una madre; legal y religiosamente casados, que procrearon en el seno de ese matrimonio. Yo en los mismos términos también creé mi propia familia. Pero lo “ideal” es sólo una idea y no tiene por qué corresponderse con lo real que se cierne al hecho, ni tampoco ser mejor o superior a ello.
En estas fiestas navideñas, no hay ser humano occidental, que por cultura, no se acuerde de la familia, sea ésta la que sea. Casi todos queremos esa mesa con calor humano llena de risas y nostalgias compartidas, de platos preparados para la celebración y de brindis por la espera de tiempos mejores o al menos iguales a los ya vividos en el tiempo elíptico que se finiquita. Pero también son cálidas esas otras mesas donde el comensal de al lado es tu perro o tu gato o tu propia alma, porque eres un ser elegidamente solitario o bien porque la vida te haya llevado a que los seas; es más, cuando hablamos de compañía, no debería tratarse de la cantidad, ni de la cualidad, sino de la calidad.
Pienses como pienses, estés en la situación que estés y hayas creado o no esa circunstancia, te deseo un feliz y cálido encuentro con lo más entrañable y también una ilusionada espera de la próxima elipse alrededor del Astro Rey; o lo que es lo mismo una feliz navidad o “nacencia” a algo nuevo e ilusionante.