¿Vemos, observamos y percibimos o, simplemente, sentimos?
Al contemplar por primera vez este Motherwell, en la Fundación Tapies de Barcelona, comprendí qué supone la abstracción como expresión artística: se trata de SENTIR y no de VER.
En realidad, es un proceso evolutivo. Me senté durante un largo rato enfrente de este cuadro, de grandísimo formato, titulado “Elegía a la República Española (1954)” y me dejé llevar por mis propios pensamientos, que no necesariamente tenían que ver con la propia obra, si no, más bien al contrario, eran pensamientos ajenos a lo que tenía enfrente de mis ojos. Miraba el cuadro de vez en cuando, como si fuera un elemento habitual en mi entorno. Después de más de una hora, lo volví a mirar, esta vez con mucho detenimiento y comprendí que durante esa hora larga que estuve enfrente de esa monumental obra, mi sentimiento sobre el arte había evolucionado de una manera, que podríamos decir, casi extravagante, fuera de lo común.
Robert Motherwell (1915-1991), fue uno de los artistas más jóvenes del llamado Expresionismo Abstracto, movimiento nacido en los Estados Unidos en la década de los 40 del siglo pasado. Este movimiento, en lo técnico, se caracteriza por pintar en gran formato, con colores limitados al negro, cian, amarillo y pocos más.
Desde el punto de vista conceptual, lo podemos incluir en lo que diversos foros han denominado “pintura instintiva”, saliendo del concepto recogido por algunos autores en su acepción como pintura espontanea. Según mi propio criterio, en este tipo de expresión plástica, el artista se deja llevar sola y exclusivamente por su instinto en estado puro, sin pasar por los filtros de la razón: la pintura es una expresión pura de un SENTIR.
Desde el punto de vista puramente técnico, es como que el propio lienzo fuera dirigiendo al artista, quien se va dejando llevar en un fluir sensorial en el cual, el tiempo y el espacio tienden a la desaparición. Son obras que, generalmente, se concluyen en una sola sesión.
Como artista, he vivido esa circunstancia en algunas ocasiones. Empiezo una obra, tengo una idea concreta de lo que pretendo hacer, elijo el tamaño del lienzo, estudio los colores que voy a utilizar, decido la técnica…etc, y cuando comienzo a realizar la obra, el propio lienzo me dirige. Bien es cierto que yo podría negarme a esa dirección, pero sin embargo, me dejo llevar como si fuera un bailarín que se deja mecer por la música que escucha. Me dejo llevar, dejo de pasar por el filtro de la razón las ideas preconcebidas y me sumerjo en una nueva dimensión plástica.
Este cuadro, pintado hace unos 5 años, es un ejemplo de pintura instintiva. Estuvo expuesto en la sala “El Carrusel del Louvre” en París.
En el otro extremo, se sitúa el cuadro de Velázquez pintado al rey Felipe IV, pintado entre 1631 y 1636. Supone un cambio de técnica del pintor, el cual dio una impresión visual del vestido del rey mediante manchas meticulosamente plasmadas. Esta obra muestra el gran dominio de la técnica que tenía Velázquez y su propia evolución. al observarlo, nos quedamos maravillados de la perfecta reproducción de la realidad que podía llevar a cabo este artista. Es decir, nos estamos impresionando visualmente. Los reyes, los políticos, los grandes magnates querían que su imagen perdurara en el tiempo, y para eso encargaban obras a los grandes pintores, quienes podían vivir holgadamente de su trabajo.
A mediados del siglo XIX se produce un hecho crucial en la posibilidad de reproducción de la realidad: nació la fotografía. Con este poderoso invento, ya se podía hacer duradera una imagen perfecta sin necesidad de recurrir a los costosos artistas.
En esta fotografía (1850), revelada con la técnica del daguerrotipo, en honor de su inventor, observamos la figura con una exactitud perfecta. Es una reproducción exacta de la realidad. Los precursores de la fotografía (Niepce, Daguerre entre otros) no se dieron cuenta del flaco favor que hicieron a los pintores reproductores de la realidad. Con un método, relativamente sencillo, conseguían el objetivo que muchos artistas se marcaban como prioridad absoluta: tener una gran técnica para poder reproducir la realidad de la manera más perfecta posible.
Resulta extremadamente curioso que el impresionismo en la pintura aparezca en las mismas fechas que el nacimiento de la fotografía, estamos hablando de la mitad del siglo XIX. Los pintores impresionistas ya no buscaban reproducir fielmente la realidad si no, más bien, buscar y experimentar con la luz.
En este cuadro de Caillebotte (Calle de París en un día lluvioso, 1887) la reproducción de la realidad ya no es tan importante, si no, más bien, el juego de la luz en un día nublado. El cielo está cubierto pero se expone sin matiz alguno. Los rostros de los dos principales personajes están pintados de una manera simple. El autor no buscaba una reproducción exacta de la realidad, buscaba otra cosa…el maravilloso reflejo de la luz sobre los paraguas o sobre el empedrado de la calle.
El cuadro de Degas, “El Ajenjo”, pintado en 1875 refleja la transformación de la realidad que realiza el autor. Los rostros sugieren. Los trajes insinúan el atuendo. La luz reflejada en las mesas o en la botella nos lleva más allá de la realidad perfecta. Es un paso más para buscar el lugar que la fotografía había sustraído a la pintura.
Si volvemos al principio, ahora podemos mirar a Motherwell y entender su pintura ausente radicalmente de la realidad. El artista deja de querer mostrar lo que VE e intenta que el espectador SIENTA. Podemos decir que los pintores que reproducen la realidad con una técnica consumada y perfecta, de alguna manera, nos obligan a ver lo que ellos quieren que veamos. La evolución de la pintura a partir del nacimiento de la fotografía lleva a la mayoría de los artistas a pretender que sintamos algo con su obra. Lo que siente el espectador es libre, tan libre como de no sentir nada.