Nadie puede negar que todos tendemos a encasillar a la personas la primera vez que las conocemos, colocándoles una o varias etiquetas según la impresión que nos ha dado. La primera de ellas es categorizarla de buena o mala, seguidas de otras que van completando su identidad para nodoiris tales como guapa o fea, inteligente o torpe, generosa o egotista, gorda o flaca, y un sin fin más de adjetivos dependiendo del nivel de análisis, juicio o exigencia que cada uno tenga. Quien niegue que no analiza a las persona que acaba de aparecer en su entorno más inmediato miente.
Realmente este primer análisis no se suele corresponder en la mayoría de los casos con la imagen real de la persona que tenemos enfrente, en principio porque iniciada una relación social todos tendemos a dar una imagen que satisfaga a los demás pero también a uno mismo. Dicho de otra manera, pretendemos caer bien o al menos que se nos juzgue positivamente, para ello intentamos hacer un despliegue de nuestras actitudes, cualidades, habilidades, virtudes o aspectos que consideramos apropiados para causar una buena impresión. Cierto es, también, que no siempre es así debido al hecho de que hay personas menos sociables a las que le importa un bledo la imagen o idea que los demás se hagan de ellas, incluso se esfuerzan en dar una imagen negativa a modo de provocación, normalmente para hacerse resaltar como distinto del resto o hacerse la interesante.
Es suficiente con el paso del tiempo para que las relaciones sociales se conviertan en relaciones personales, para darnos cuenta que la imagen inicial que nos hicimos de la persona en cuestión no es la auténtica o, al menos, no en todo. Un ejemplo muy típico es el de las relaciones de pareja en las que inicialmente debido al flechazo o enamoramiento sólo vemos la parte más positiva siendo suficiente una relación de convivencia continuada en el tiempo para darnos cuenta que nuestro alter ego, nuestro enamorado o enamorada no es como Cupido nos la mostró, produciéndose la caída del ídolo y de esa manera encontrarse con una de las primera crisis en nuestra convivencia más íntima; lo que no quiere decir que el amor desaparezca -que también puede suceder al encontrarnos con una imagen totalmente distinta de él o de ella-, sino que ese amor ciego y loco se hace más real y menos imaginario.
Pero, dejando aparte las relaciones de pareja y la excepción de ciertos amores forjados de una manera más madura y menos explosiva a la que el ángel de la flecha nos mostró, hace que sean más sólidas y duraderas porque desde un principio hemos mantenido los ojos bien abiertos y con la alerta suficiente para ver la realidad; en este artículo nos interesa resaltar el peligro de las etiquetas sociales habida cuenta que nos puede llevar a ciertos perjuicios sociales cuando el juicio inicial no es tan bueno, entre otras cosas porque podemos excluir o limitar nuestra relación a determinadas personas a las que no le hemos dado la oportunidad de mostrarse tal y como son, aunque lo peor de todo llega cuando ese juicio inicial y personal lo convertimos en definitivo pasando a juzgar donde la etiqueta ya no solo forma parte de nuestro propio “yo” sino que la convertirmos en una etiqueta social intentando desprestigiar o influir en la valoración que puedan hacer terceras personas.
No hay nada peor que colgar a una persona un “San Benito” para que socialmente aparezca estigmatizada con lo que ello puede suponer para su integración en un determinado ambiente o colectivo de cualquier tipo. Nuestro precipitado juicio expandido a los cuatro vientos puede destruir la imagen social de esa persona, siendo lo peor, que la mayoría de las veces se hace forma gratuita sin valorar lss consecuencias de tal conducta. La única solución es la sensatez y la mesura, pero sobre todo ser más amplios de miras no yendo por la vida como un burro con orejeras que nada más nos permita ver lo que tenemos enfrente -propio de personas cuyo ego esta por encima de todo y de todos-.
“No hay nada peor que colgar a una persona un “San Benito” para que socialmente aparezca estigmatizada con lo que ello puede suponer para su integración en un determinado ambiente o colectivo de cualquier tipo. “
Esforcémonos un poco en ser mejores personas permitiendo a los demás también serlo. Sólo así nos haremos merecedores de ser seres sociales de buena reputación al que los demás admiraren y no en un chismoso alcahuete sin valía para quienes van por la vida sin prejuicios o al menos lo intentamos.
La generosidad y la condescendencia, pero sobre todo el ser capaces de calzarnos con las zapatillas de otros e internar andar su camino antes de juzgar nos convierte en mejores personas y, sobre todo, pensar que por ser más guapos, simpáticos y más buenos que los demás nos hace mejores a ellos, a tal caso diferentes y peores, porque no hay nada peor que juzgar sin querer ver cómo somos realmente nosotros.