Albert Soler es un genuino producto catalán, de marca gerundense, que va contra corriente y contra el poder establecido. Asombra su desenvuelto ejercicio de periodista independiente en la ‘zona cero del lacismo’ (así la denomina él mismo). Se trata de un libertario que nunca acude a las urnas y que jamás se apea de su sonrisa, aunque a veces sea la sonrisa amarga del gladiador.
Demoledor, esgrimiendo razones e inteligente mofa, Albert Soler gusta de incomodar al poder político que, en nombre de la democracia, ejerce de separatista y que -por sistema y porque sí- comete arbitrariedades y falta el respeto al conjunto de la ciudadanía. A Soler tanto le da que los políticos abusadores hagan caso omiso de cualquier argumento que se les plantee; les dan la vuelta y los distorsionan, son indiferentes a las contradicciones y a la vergüenza. Él se muestra igualmente combativo y descarado, con sátiras que no tienen odio, pero sí escuecen. Publica en el Diari de Girona, a pesar de las presiones de los sectarios totalitarios para que se le aparte de la redacción.
La libertad se toma sin pedir permiso y, cuando se tienen firmes convicciones, no se renuncia a ella por un rico soborno. Y él, que ha cogido renombre por su insolencia, dirá del procés que es una charlotada, ajena a toda ética y que apesta a cadáver (“un cadáver envuelto en papel moneda”). Sin miedo ni complejos, el humor de Albert Soler invoca la lucidez y la parte más sana y libre de sus lectores, les ofrece un surtido de espejos donde reconocerse y distinguir lo que es cuerdo de lo que es desvarío. Cada una de sus columnas es, por voluntad expresa suya, tanto una bofetada dirigida a los prepotentes como un refugio para un número incontable de catalanes, desatendidos y absolutamente ninguneados. El resto de España debería ser consciente de que cuando se habla de los catalanes como sinónimo de separatistas con una ideología hispanófoba, se comete un desatino muy desazonador para el resto de compatriotas.
En su nuevo libro, ‘Barretinas y estrellas’ (Península), Albert Soler lleva a sus lectores de visita guiada a un circo de esperpentos y de ridículos patéticos. Levanta las faldas a las mentiras que tapan demenciales delirios de superioridad. Por esta tragicomedia desfilan en tropa el Presidentmas, el Vivales, el Presidentorra y toda la pesca de aprovechados. Cualquiera sirve para ocupar un cargo público, con tal de que lleve el lacito amarillo, signo de distinción y de pertenencia de clase; “quien no lo lleva, no sirve para el puesto”.
Hoy día, afirma, en Cataluña “quien no comulga con el laicismo, calla por miedo al qué dirán o a las consecuencias que puede sufrir”. Si fuera posible arreglar Cataluña, señala, sería preciso que los no lacistas perdiesen el miedo y saliesen del armario; pasarían a ser “catalanes de pleno derecho de la misma forma que los maricones pasaron a ser gais”.
Albert Soler tiene un autor de referencia que murió hace 60 años, poco antes de que él naciera: Julio Camba; alguien que confesaba haber aprendido casi todo lo que sabía fuera de las aulas y apuntaba que lo malo de la escuela era que se saliera de ella con un odio terrible al estudio. El periodista gallego (a quien Unamuno denominó ‘filósofo celta’) detestaba de forma explícita el adoctrinamiento en el prejuicio y la falsa seguridad, rechazos que Soler comparte y sabe muy bien de qué se trata. “Se nos ha inculcado que el buen catalán no renuncia jamás a su lengua, así esté hablando con un recién llegado. ‘Es por su propio bien, así lo aprenderá más rápido’ se nos dice, a poder ser con una mueca de conmiseración”.
Camba era sensato y sabio al señalar que la felicidad es un subproducto: “no tiene realidad en sí misma y cuanto más directamente se la busca más difícil es dar con ella”. Hay quienes andan por la vida, escribía, buscando su felicidad igual que si buscaran un objeto perdido. Hacia esa senda se dirige la estrella de Soler. La felicidad hallada en su humilde y entrañable Vila-Roja, un barrio obrero de Gerona, donde la ley se cumple y donde además se entra bajo una gran pancarta con dos banderas que pone: “Som catalans y somos españoles”.
Es importante para la nación que estas cosas se conozcan y se tengan en consideración. Para que todos sepamos encaminarnos mejor en nuestra vida en común como ciudadanos de España.