Se habla a menudo de las emociones, quizá en exceso, todos las tenemos y a todos nos empujan o nos paralizan. Se habla de las que son ‘básicas’, como la alegría, el miedo, la tristeza, la ira, la sorpresa o el asco. Pero también de las que son corrosivas (mi amigo Ignacio Morgado les dedicó un libro, para que sepamos afrontar la envidia, la codicia, la culpabilidad, la vergüenza, el odio o la vanidad). Ante todas ellas, y tanto cuando vienen de dentro como cuando vienen de fuera, debemos reflexionar para prevenirlas y tratarlas del mejor modo para nuestro desarrollo personal.
Hay un concepto que se suele expresar mediante un término alemán; no tiene aún tres siglos de antigüedad y merece algún comentario. Me refiero a schadenfreude, compuesto por dos voces (daño y alegría) y recogido asimismo en el diccionario Webster de la lengua inglesa. Viene a significar lo contrario de la compasión e indica goce con la desgracia ajena; regocijarse, regodearse. Todo lo humano tiene grados, pero este sentimiento linda con el sadismo.
Me reencuentro con esta expresión en el libro ‘10 obstáculos que te impiden ser feliz’ (Alienta). Su autora es la psicóloga Irene López Assor, una comunicadora habitual en programas de radio que se propone orientarnos acerca de algunas pesadumbres concretas, para que no claudiquemos ante ellas de forma irremediable.
Pensemos en aquellos padres que se mueven ante sus hijos entre el victimismo y el narcisismo; formas tóxicas. De quienes se debe esperar protección se viene a encontrar el golpe bajo de la negligencia, o la indiferencia siempre cruel o el machaqueo con una visión cínica de la existencia y de las relaciones humanas. Podemos localizar en ellos la amenaza de la profecía autocumplida, a partir de un insistente ‘tú vas a ser así’ o ‘tú no sirves’ o ‘tú eres malo y no llegarás’ (la predicción que es motor de su cumplimiento); si una situación se presenta como real sin serlo, puede originar efectos reales. No sólo pasa en el interior de las familias y de las aulas, sino en el mundo del trabajo y de la política.
Hay grupos organizados que, desde distintas posiciones, deciden que interesa la desaparición de un partido o de una institución, por haber decaído y, acaso, por acumulación de serios errores. Hay que advertirlo con claridad y resolución. No les interesa tener razón en lo que dicen sino inculcar en la ciudadanía un lugar común, hacerlo indiscutible y sacar partido de ello; es uno de los efectos del partidismo: un evidente peligro para el buen funcionamiento de la democracia, un arma destructora de las libertades y del ecosistema político.
La satisfacción negativa de ver a otras personas agobiadas y abatidas (sin esperanza de alzar el vuelo), acaso hundidas por el sufrimiento, puede catalogarse de maldad o quizá de psicopatía; una frontera ésta difícil de distinguir, al haber solapamiento.
Cada cual necesita ser escuchado y mirado con atención. Cada uno de nosotros necesita, con todas las limitaciones y defectos que tengamos, recibir respeto; lo que conlleva, claro está, el deber de la reciprocidad. Una gran parte de los dolores personales y sociales que nos asolan proviene de estas perturbaciones a las que no se quiere hacer caso. No puede ser de otro modo cuando se es incapaz de pedir perdón, expresar alguna clase de culpa o responsabilidad, o hacer una sincera autocrítica. Por el contrario, a muchos les gusta manifestarse siempre enfadados, superiores y perdonavidas.
Demasiado a menudo se habla sin saber, sin comedimiento ni conocimiento, por esto pasma que no estemos aún peor. Hay gente a la que le repele guardar silencio y observar con interés y curiosidad todo aquello que pasa, o que no llega a pasar y que se echa en falta.
Hemos oído decir hace poco a un alto cargo político que no se arrepiente de nada, tras dimitir. Y a su jefe, concertado con él, decir que aquél siempre había sabido disculparse si estaba equivocado. ¿Ustedes lo entienden? ¿Se puede pasar por alto tal incoherencia?
Se habla del efecto Golem como de un fenómeno psicológico por el que se hace perder a alguien su autoestima: Te ponen un abanico de etiquetas negativas y llegas a creértelas, aprendes a someterte y te pierdes a ti mismo. El efecto Pigmalión, en cambio, es su opuesto. Pero a veces no es positivo, y se presenta a alguien como mucho mejor de lo que es, se elabora una gran expectativa a su alrededor que no responde a sus verdaderos méritos. Es el cultivo de un engaño, tanto más decepcionante cuanta más ilusión se deposita en él.