Hace ya algunos años, a propósito de juntas vecinales y convivencias, que me hice el firme propósito de no discutir, de no volver a pasar por la insoportable experiencia de una discusión sin formato, sin respeto, sin capacidad de ser escuchado y sin un argumentario al que responder, más allá de un estado emocional, o de una cerrazón intelectual del oponente.
Cuando lo digo por primera vez en algún foro, la gente me mira como si me estuviera bajando de un platillo volante; “pero si tú te pasas la vida discutiendo”, suelen decir los menos avispados de los presentes, refiriéndose a mi pasión por el debate, por la visión alternativa, y en ese mismo instante, suelo recordar el famoso chiste del que estaba gordo por no discutir, y cuando el oponente contestaba que no sería por eso, el proponente consentía en que no sería por eso. Eso es un debate, si el proponente entrara a rebatir aseverando que si era por eso, ya sería una discusión.
Examinemos alguna diferencia entre debate y discusión:
- En un debate los oponentes defienden su propia razón con datos, con argumentos o con opiniones expertas que lo apoyen, y jamás se preocupan de negar, descalificar o menospreciar la opinión contraria. Si tengo razón, mi razón estará defendida por mis argumentos, no por la falacia de los argumentos del oponente, que es justo lo que sucede en una discusión.
- En un debate, los oponentes escuchan con atención lo que aporta el oponente, y contra argumentan de forma ordenada y respetuosa, jamás intentan acallar las palabras del oponente sobre hablando, interrumpiendo o intentando callar al otro, porque en ese caso, ya sería una discusión.
- En un debate, si se citan datos, si se aportan opiniones ajenas, se identifica la fuente a fin de que el oponente pueda verificar los datos o cuestionar la oportunidad de la fuente, aportando una fuente y resultados diferentes, de forma que el que asiste al debate pueda elegir entre una y otra. Decir que es mentira, sin otro argumento, sin otra consideración que una valoración personal, es propio de una discusión, de un enfrentamiento en el que no se valora al observador, en el que no se admite su capacidad para filtrar la información.
- En un debate es fundamental mantener el respeto Al oponente, aunque sea puramente formal, sopesando que faltarle al respeto al oponente es faltarle al respeto a todos los que opinan como él. En una discusión es más importante humillar al contrario que tener, o no tener, razón.
- En un debate se busca convencer, en una discusión solo importa imponerse.
- Un debate es un contraste intelectual de opiniones, una discusión es una contienda de convicciones sin argumento, una exhibición de cuñadismo.
Es conveniente, en este tema, y antes de enfangarse en buscar argumentos y contra argumentos, haber leído “El Arte de Tener Razón”, de Schopenhauer, porque al final, todo está escrito, y descrito, y, en este caso, magníficamente expuesto y argumentado.
Leo ahora, días después del supuesto debate de Antena 3, que Pedro Sánchez quiso convertir, convirtió, en una discusión, en la que sus únicos argumentos eran su valía y su opinión, sin documentar, sin exponer, sin respetar, sin otra aportación a los temas que su propia, y acostumbrada, soberbia, que su derrota, su absoluta y evidente derrota, vino dada por las mentiras del oponente, aunque ni entonces, ni ahora, se aportó otro dato, otro argumento, que la valoración, como mentira, del argumentario del Sr. Feijoo; que la convicción personal, sobre esa valoración, del Presidente y su entorno, cuyo historial de metiras, versus rectificaciones, versus “relatos”, versus post verdades, debería de tener sección aparte en las hemerotecas de esta época.
Las mentiras no se valoran, se desmontan, se destapan, se descubren. Las verdades se presentan, se argumentan, se justifican, y se someten al criterio de los que las comparten.
Me parece patética, aún más que la pataleta del Sr. Sánchez ante las cámaras, el guirigay. dígase ruido mediático, concertado y programado de los afines al aún Presidente, intentando, desde luego de una forma torpe, grosera, inaceptable, la campaña de ataque sin argumentos, sin datos, sin razones, al casi impecable debate del candidato, dominando el lenguaje gestual, manejando con solvencia los tiempos y los silencios, abrumando con una presencia formal la casi ausencia de un oponente.
Ya los prolegómenos lo apuntaban. De un lado un Sr. Feijoo concentrado, con papeles, sentado y repasando sus datos y estrategia. Del otro un Sr. Sánchez sin un solo papel, moviéndose de un lado para otro, con una actitud que parecía anunciar su convencimiento de que su sola presencia aseguraba una derrota humillante del oponente. Y claro, fue todo lo contrario.
El mantra esgrimido por los afines al Sr. Sanchez, al que me niego a identificar con un PSOE de ideas y compromisos, al que me niego a aceptar como persona comprometida con el ideario de una izquierda social, a la que dejará en estado de necesidad, al que me niego a reconocer como otra cosa que no sea un mediocre, narciso y “pibón” ( la definición, al menos la de pibón, no es mía), de “las mentiras de Feijoo”, no llega a otra cosa que el llanto del abusón cuando por primera vez le quitan la pelota. Si además al llanto se une un personaje tan lamentable, de recuerdo tan nocivo para nuestro país, como el Sr. Zapatero, apóstol de regímenes sudamericanos de corte totalitario, emisario de personajes de perfil literario ubicados en la historia del cacique con ínfulas, tan extendido en las grandes plumas del otro lado del Atlántico, apaga y vámonos, que parece ser que ya nos vamos, apagar, ya están ellos apagando estos últimos años.
Yo creo que lo único que quedó patente en la discusión del otro día es la, por otra parte abundantemente anunciada en mis cartas sin franqueo, mediocridad de un personaje que, si pasa a la historia, intención largamente anunciada, y posiblemente objetivo único de su periodo presidencial, será por su ridículo en la famosa discusión. Mediocridad que impregna, que define, que retrata, a toda la corte de palmeros, a toda la cla de arrobados y entregados a la figura de un soberbio sin otra trastienda que su capacidad de movilizar a adeptos y fanáticos. Ha quedado demostrado.
Ninguno de los dos debatientes, digo contrincantes, ha leído » El Arte de Tener Razón» y, desde luego, a ninguno de los dos, le asistió la razón por las razones, sino la torpeza de carecer de ellas.
Un artículo magníficamente argumentado. Da gusto leerlo
Muchas gracias.