LA CURISIDAD NO MATA

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Dicen que la curiosidad mató al gato, queriendo con ello decirnos el saber popular, o tal vez debería decir, advertirnos, que cuando uno mete las narices en asuntos  peligrosos que no son de nuestra incumbencia la cosa no va a terminar bien, o que no es adecuado ni prudente curiosear demasiado en algo

Sin embargo, no puedo estar más en desacuerdo con dichas acepciones, porque si bien, la prudencia es aconsejable ante ciertos acontecimientos o actividades con el fin de prevenir los posible riesgos y modificar, en consecuencia, nuestra conducta para evitarlos; ello no es óbice para considerar que la curiosidad no sólo es buena, sino necesaria como motor de la civilización, de la ciencia, del progreso, en definitiva, de la  humanidad. El ser humano y su calidad de vida es lo que hoy es gracias a la curiosidad, a la necesidad de buscar respuestas al porqué de las cosas.

Sólo la curiosidad mata cuando quien sujeta el puñal que provocará nuestra muerte es un ignorante, lo que engloba a los obtusos mentales, a los reaccionarios políticos, a los dogmáticos religiosos, a los inquisidores de causas que falsean el honor, la virtud y la justicia, a los idiotas, a los intolerantes con el pensamiento ajeno, a los violentos en todas sus manifestaciones, en general, a todo aquel que, en definitiva no es capaz de pensar por si mismo; cada vez más abundante en el mundo en el que vivimos, donde el hedonismo se ha impuesto frente al estoicismo, esto es, el placer frente a la sabiduría y el dominio del alma, valga también el domino del espíritu,  para librarlo de toda connotación religiosa, y de caos que provoca la oscuridad de la ignorancia.

Nadie puede negar que cuando sentimos curiosidad por algo es como una luz que se enciende en nuestra cabeza, que hace que nuestra mente se predisponga a estar alerta, concentrando la atención en aquello que la ha provocado, permitiéndonos anticipar ideas relacionadas con su objeto que, de otra manera, pasarían frente a nosotros sin darnos cuenta por no haber predispuesto nuestra mente para reconocerlas.

También, es indudable, que vivimos en una sociedad donde la educación es castradora, yo la llamaría educa-castración, donde a las personas  no se las enseña a pensar sino que se las pretende anular con la información externa, llevándolas a memorizar conceptos pero sin asimilarlos, donde la mayor representación no sólo la encontramos en el sistema de educativo, sino también en la religión con el concepto de pecado y la consiguiente venta de perdón, porque no se educa en responsabilidad sino en el castigo; también en los medios de comunicación que, en vez de informar, pretende adoctrinar según su línea editorial dependiente de quien les paga y, como  no, en la política, con consignas que pretenden la imposición de un patriotismo empaquetado, muy parecido a la venta de productos en la red,  donde predomina la ideología a las ideas y, donde no cabe el discrepante. Todos ellos con un mismo fin, crear seres dependientes, sin creatividad, sin ideas propias, al que se le dice como pensar, como sentir, sin conciencia propia, sino con una conciencia impuesta.

Así, el cerebro se ciñe a un raquitismo de influencia social, donde el librepensador no está bien visto porque puede poner en peligro el sistema, y dentro de él, cualquier estamento en que se reconvierte la curiosidad en una actitud imprudente, antisocial, anticlerical, antimoral, entre otros muchos antagonismos, donde el progreso se concibe como una larga cadena de seres alienados, enajenados por una devoción a algo o a alguien.

Si, aún a pesar de todo, seguimos pensando que la curiosidad mata, es porque tal vez seamos de los que empuñan el puñal de la mediocridad intelectual a la que me he referido antes, trogloditas que prefieren vivir en la cueva, aunque la realidad evidencia lo contrario, no por dejar de ser trogloditas, por supuesto no de los que pintaban escenas de caza en su deseo de comunicar, sino de beneficiarse de lo que nos beneficiamos todo, del avance de la ciencia, de la tecnología, de la cultura, sin perjuicio de una involucion en valores y principios desde la ética personal, no desde el dogma e ideología impuesta, sino en el convencimiento de que la conciencia recta y equitativa debe ser nuestro verdadero juez.

No se nos olvide que, como dijo James Stephens: “La curiosidad vece al miedo más fácilmente que el valor”.

 

2 COMENTARIOS

  1. Magnífico artículo que suscribo del primer al último renglón.
    Sí, la sana curiosidad es el ” prefijo” de la “raíz” del conocimiento y la sabiduría.
    Muchas gracias.

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  2. Efectivamente, la curiosidad no mata, y puesto que lo que no mata engorda, no me extraña nada lo que he llegado a pesar… 😊

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