El sábado a las 13h. asistí a un concierto en directo en una sala “independiente” de Madrid. Me quedé maravillada, ¡qué huevos!
Polvorientos bares, escenarios oscuros y carteles de «estamos cerrados”.
Pero llegó mi primer concierto: todo vendido, con mascarilla, sentados, distancia de seguridad, 30% del aforo… A la hora del vermut en el Café de la Palma, alucinada, escuché a Johnny B Zero: brutal.
¿Cuántos pequeños locales de conciertos en directo han sobrevivido?
Lugares que obtienen el 100 % de sus beneficios de la venta de alcohol y de la asistencia, han estado clausurados durante meses y una vez reabiertos, el panorama normativo sigue empujándolos hacia el borde del precipicio: para que una sala sea rentable tiene que tener al menos el 80% de ocupación. La nueva realidad puede apuntillar este sector tan frágil pero imprescindible.
Teníamos escasez de clubes pequeños donde artistas no masificados o que comienzan pudieran actuar. Se han perdido gran parte de ellos en todo el Estado. De los que sobreviven, muchos tendrán que ser selectivos respecto a quién contratan. Después de dos años de poco o ningún negocio y de la caída de la asistencia, todo son incógnitas y números rojos.
Si la cosa sigue así alguno tendrá la tentación de pasar de los directos y optar por un software de DJ automatizado o listas de reproducción de Spotify en su lugar.

Los sectores culturales y creativos están compuestos en gran parte por microempresas, organizaciones con escaso lucro y profesionales creativos, que a menudo operan al margen de la sostenibilidad financiera. Las grandes instituciones y empresas culturales públicas y privadas dependen de este ecosistema cultural dinámico para la provisión de bienes y servicios creativos.
Tocar y escuchar música hecha en tiempo real y en público, desafía por su propia ambigüedad las fronteras entre las personas y elude la uniformidad de la influencia de la historia, el idioma y la cultura y las identidades concomitantes que estos factores inspiran. La música tiene un valor y un propósito transculturales.
¡Salvemos la música en directo de las salas pequeñas!
