Vacío visceral. Paranoia. Algo inexplicable que necesita ser explicado para no estallar. Es el fondo, como un agujero negro.
Es ahora en la era de las comunicaciones masivas, donde el espacio y el tiempo son tan relativos que ya no sabemos ni dónde ni cuándo estamos. Lo que nos impide saber quiénes somos. Aunque podemos saber que no hay nada de nosotros mismos en nosotros, que somos la mezcla de todo lo que va, viene, se queda o nos atraviesa. Somos los restos de los restos de nuestros propios restos, lamiéndose las heridas en cada iluso abrir de ojos. Todo es una configuración mental que podemos modelar más o menos, depende de cada momento. No deja de ser difícil dar forma a algo con las manos heridas. Hoy me he levantado cansado, no he dormido bien, pero a nadie le importa. Y menos a mí, así que manos a la obra. Hoy es otra realidad nueva que se presenta entera para mí. Esperando mis decisiones que no son más que producto de otros, aunque las quiera hacer mi producto. Inútil.
Algo que sirva para algo, buscamos la utilidad. Incluso en una conversación. No hay nada fuera del capital, y del capitalismo nada escapa. Ni siquiera las emociones, sensaciones o el amor. El capitalismo ganó la partida. Lo máximo que uno puede hacer es darse cuenta. Lo mínimo, intentarlo. Qué buscas, amigo. Nada tuyo, lo sé. Aun así, no me importa, estoy pensando en lo mío. El día más solitario de mi vida es cada día y el siguiente, cada día y el siguiente, cada día y el siguiente. Estoy solo en un mar de necesidad de compartir de forma egoísta lo que quiero ser y a lo que ni siquiera me acerco. Kant, pobre. Ya no sé cuándo soy malo o cuándo quiero serlo. No sé si tengo que serlo. Tampoco sé si se puede ser malo cuando interactúas con restos de mediocridad encarnado en cuerpos. Zombies. Somos todos. Y todos estamos solos. El capitalismo venciendo de nuevo para que compremos compañía. O para que nos la inventemos y la compartamos, como si eso fuera a hacer realidad los deseos.
«No hay nada fuera del capital, y del capitalismo nada escapa. Ni siquiera las emociones, sensaciones o el amor. El capitalismo ganó la partida. Lo máximo que uno puede hacer es darse cuenta. Lo mínimo, intentarlo»
Escribir como terapia, qué risa. Modesta la psicología. No me la creo. No tiene nada que decir y se lo inventa. No hace superar. Hace ahondar, hundir, socavar y desenterrar para mostrar, no para enfrentar, acabar y seguir. Las egregias partículas de agua de la superficie del inmenso océano, las que son capaces de elevarse y viajar por el aire, siempre se precipitan en cualquier otro lugar y, siempre, acaban volviendo al mar, de donde nunca salieron en realidad. Así habló Zaratustra y nadie sabe cómo habló. Hablaba y hablaba para sí, de los demás, para mantener la distancia prudencial con los esputos ajenos. Darse cuenta de que somos este instante y que lo demás no es alcanzable, así nos consumimos. Como el fuego en el aire.
Lo que te preocupa ocupa tus instantes, lo más valioso se cierra en la mayor de las cerrazones. Corazones ahogados en sí mismos, de sí mismos, de nada, en realidad. Es como una peste, el aire pesado. No poder abrir del todo los párpados, por la paliza que te ha pegado tu propia mente. Somos simples fanáticos de lo que carecemos y carecemos de todo. Somos un simple instante, todo el tiempo. Nos pasamos el tiempo siendo un instante y lo ignoramos deliberadamente. Será ese el punto donde bailan la locura y la cordura. Esa cuerda floja.