Hay momentos en los que cabe preguntarse si algunos políticos hacen lo que piensan, piensan lo que hacen, o tanto el pensar como el hacer son parte de una absoluta indiferencia hacia lo que puedan pensar sus administrados al respecto de sus actitudes. Otras, sin embargo, me inclino a pensar que juegan con tiempos diferentes, que nuestro horizonte de una vida, sea de la duración que sea, tiene en ellos una duración específica de cuatro años, una legislatura, y que su única perspectiva temporal tiene ese limitado horizonte, lo que los lleva a actuar de cualquier manera, ética, social, políticamente, para mantenerse en el machito esos cuatro años y, si puede ser, que muchas veces es, otros cuatro, y, en caso de no conseguirlo, dejar una política llena de trampas, en forma de leyes sectarias, de resoluciones imposibles, de hechos consumados, que garanticen el fracaso, o al menos lo faciliten, del que venga a continuación.
Y no, no consigo llegar a una conclusión, en la misma medida que su incapacidad, su mediocridad, su desfachatez, no dan un solo respiro a los gobernados, a los desgobernados, que sumidos en la somnolencia de un sentido democrático permanentemente defraudado, esperan obedientemente los tiempos a transcurrir hasta la siguiente votación, hasta el siguiente fiasco.
Ya nadie, salvo los partidos políticos, los que ganan y tienen la sartén por el mango, porque nosotros se los damos, la sartén y su mango, creen en la ley electoral que rige en nuestro país, una ley perfectamente diseñada para el medraje de minorías nacionalistas, la mayoría de ellas separatistas, y para mantener el chiringuito ideológico-ademocrático hasta que los ciudadanos digan basta, o mientras no lo digan.
España es un país, su literatura lo sustenta, de sainete, de absurdo, de esperpento y de pícaros, y parece ser que nuestros electos han decidido representar fielmente, cual si de una creación literaria de Arniches, de Tono, de Mihura, de Cervantes, de Valle Inclán o de Muñoz Seca, se tratara, el papel de protagonistas en una trama con ingredientes sobreactuados de todas estas tendencias literarias. Día tras día, legislatura tras legislatura, el esperpento es la resultante de las reformas educativas, sociales, legislativas o sanitarias que dejan tras sus pasos. Día tras día, año tras año, los pícaros de toda suerte y color se lo llevan crudo a sus casas, y a las casas de los que los pusieron en situación de podérselo llevar (es de bien nacidos ser agradecidos). Día tras día, sesión tras sesión, declaración tras declaración, la chulería sainetera, la ocurrencia dialéctica sin trasfondo, el “chimpao”, o “chimpá”, de turno nos suelta sus mentirosas ocurrencias sin el más mínimo atisbo de conciencia, ni de consciencia, con absoluto desprecio hacia la verdad y hacia aquellos que lo escuchan. Día tras día el abismo entre lo que dicen hacer, y lo que hacen, entre lo que dicen pretender, y lo que evidentemente pretenden, entre lo que dicen representar, y lo que evidentemente no representan, configuran un absurdo abismo que se traga la credibilidad de los ciudadanos, la capacidad democrática de las instituciones y la moral de los que temeos que asistir al espectáculo como espectadores reos, forzados, forzosos.
Tal vez, el mejor cronista político de lo actual se llama Francisco Ibañez. No parece haber mucha distancia intelectual entre Pedro Sánchez y el Superintendente de la TIA, pero creo que ni a Ibáñez se le hubiera ocurrido una historieta, el equivalente en literatura de comic a una historia, en la que las operaciones de Mortadelo Y Filemón fueran supervisadas por Chapeau “El Esmirriau”, Magín “El Mago”, o cualquier otro componente de alguna de las bandas de villanos que pretendía combatir la TIA. Sería de chiste, es de chiste.
También me perdí el capítulo del Superagente 86 en el que, en aras de la calidad democrática del mundo, Maxwell Smart y su inseparable 99, declaran ante una comisión plagada de miembros de KAOS, tomando notas sobre los métodos, instalaciones y equipamiento de los agentes de CONTROL, que tienen la misión de combatir su sentido contrario, contrario al de los protagonistas, de cómo debe de ser el mundo.
No sé que opinaría el Blasillo, pero está claro que la realidad supera a la ficción, tan claro como que el esperpento de un espejo deformante no llega a poder deformar la realidad hasta el punto en el que el ciudadano de a pie no sepa distinguir entre el sentido común y la soflama, entre lo lógico y lo absurdo, entre la realidad y la irrealidad que ciertos discursos pretenden imponernos.
Puestos así, llegados a este punto, creo que debería de constituirse una comisión de partidos independentistas, partidos golpistas y partidos sin sentido de estado, que nos dijeran cuales son las reglas del juego que debemos acatar; acabaríamos antes, y sería más barato.
Sobre todo sería más barato, que, tal como se está poniendo la cosa, es lo único que va a acabar importando. Al tiempo.