Cleptocracia (del griego clepto, ‘robo’; y caria, ‘poder’ = dominio de los ladrones)
Clentelismo, nepotismo, testaferro, paraísos fiscales, plutocracia, prevaricación, blanqueo de capitales…La mayoría de los ciudadanos se han habituado a este diccionario de la corrupción. En nuestro país este conglomerado de actuaciones está presente en la vida cotidiana, una parte importante de la ciudadanía ha aceptado, más bien normalizado, que partidos políticos, instituciones, sea cuál sea el ámbito, líderes, tanto del sector público como del privado, hayan sido condenados por algunos de estos delitos o estén inmersos en procesos judiciales por promover presuntas actuaciones ilícitas contra el interés general. La corrupcion como ideario.
Sí hay alguna palabra que defina crudamente está realidad, es Cleptocracia, (del griego clepto, ‘robo’; y cracia, ‘poder’ = dominio de los ladrones)
Según la RAE 1. f. Sistema de gobierno en el que prima el interés por el enriquecimiento propio a costa de los bienes públicos.
No obstante, habría que distinguir entre lo moral y lo ético. La moral como frontera de la sociedad ante la corrupcion, el comportamiento en valores y tradiciones y la ética como principio individual de comportamiento. De lo que podría deducirse que la sociedad cada vez es más amoral y que los principios, que deben regir el proceder de los individuos en aras de una sociedad más justa, cada vez brillan más por su ausencia. Y es en estas circunstancias cuando el equilibrio entre la ética y las obligaciones sociales se rompe y entonces la justicia se fractura, siempre en perjuicio de los más vulnerables.
Si la ejemplaridad institucional se resquebraja y el Estado del bienestar hace aguas, la democracia está amenazada. Los cleptócratas corrompen, no tanto por sus actos en sí mismos, sino también porque prostituyen la moral , el derecho y las obligaciones civiles. Quizás estemos, sin saberlo aún, en un nuevo escenario, en el que la responsabilidad social, inherente al ser humano, se ha diluido en la globalización y en el que el diseño de las políticas públicas se alejan cada vez más de la realidad de los ciudadanos y se aproximan a las necesidades de las grandes multinacionales financieras, de ocio o tecnológicas.
Habitamos un tiempo de cambios, quizás un tiempo que nos está sobrepasando, los paradigmas en los que estábamos instalados, en el que veíamos reflejado nuestros principios y valores están siendo sustituidos por otros que no acertamos a identificar, solo visualizamos algunos de los efectos secundarios, pero aún desconocemos su recorrido.
Un nuevo orden en el que los ciudadanos tenemos que convivir con los fondos buitres, los populismos, los negacioncitas, el auge de la extrema derecha, los influencers y las fake news. Un orden donde el sistema democratico, no la democracia, propicia que el poder ejecutivo controle al legislativo e influya en el poder judicial, esto son factores que abonan la cleptocracia.
Los sectores progresistas deben ser consciente y estar alerta por la fragilidad social que está provocando estas políticas. El anclaje de la intolerancia como ideario político lleva a que la moral y la ética entren en conflicto, por una parte la ética del individuo frente a la moral del colectivo, un equilibrio, imprescindible en un estado de derecho.
No debemos banalizar la libertad esgrimiendo que los indignos han sido elegidos democráticamente, la corrupcion no es una consecuencia de la democracia, es que es incompatible con el estado de derecho, aunque a veces los garantes de ese derecho profanen las instituciones a las que sirven y que representan la voluntad popular.
Para entender está reflexión basta con remitirnos a la estrategia ultra de Ayuso en las pasadas elecciones de la comunidad de Madrid en plena pandemia.