LA CARROÑA SOCIAL

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Estoy harto y cansado del tono abrupto de la peña, de las voces como convicción que, quien más grita más tiene la razón, de banderas tricolores, de defensa a ultranza de lideres políticos que mienten más que hablan -todos sin excepción-, de la falta de coherencia entre lo que dicen y lo que se hacen.

Estoy harto y cansado, de jóvenes reaccionarios, da lo mismo el color de su ideología, machitos y mujercitas de medio pelo que quieren aparentar más que lo que son, donde la humildad por su corta experiencia brilla por su ausencia. De mayores disfrazados de moralistas con vocación de inquisidores que sufren de  incapacidad de razonar por ellos mismos, aprovechándose de frases acuñadas por sabios para convertir en gusanos a quienes no piensan lo mismo o tienen un sentido diferente de la ética y la moral, con el objeto de pisarlos con sus botas marciales, cuando no para hacer gala de  la superioridad moral que creen tener por llevar un alzacuellos o una cruz en el pecho sobre la que blasfeman con su conducta. Y es que…, es muy difícil hacer lo que se predica por las renuncias que ello implica, máxime cuando se utiliza la imagen de un dios cuyos ministros vestidos de purpura viven como príncipes en palacios que todos pagamos.

Cada vez existe más desilusión, falta de esperanza, porque se nos prometen cosas que no vemos por ningún lado, fruto de un materialismo ideológico salpicado de los intereses de una clase dominante cuyo poder sólo está basado en fortunas escandalosas, incluso difíciles de leer por los dígitos que las integran.

No existe una concepción de la suma de las individualidades para conseguir cambiar el mundo sino del borreguismo de las sociedades, del alineamiento político e ideológico, de la provocación a quien no piensa lo mismo, del dominio moral con programación de fabrica disfrazado de obra divina, de normas de conducta legitimadas en un pacto social basado en una representación maquiavélica que lejos de representar sirve para masacrar a los representados, llamándola eufemísticamente democracia.

La reflexión y el razonamiento no existe, al menos basado en una concepción individual fruto del conocimiento, del estudio, sin globalizaciones en las que cabe cualquier argumento sacado de un «totum revolutum» o revoltijo de ideas, descontextualizando conclusiones fruto de la experiencia.

Vivimos en un en un estercolero de ideologías caducas, donde el bien común y el bienestar social se basa en el tener y no en el ser, en el griterío de unos pocos que tratan de silenciar a los demás con la amenaza y el insulto.

Esta peña necesita ayuda, porque ha iniciado la cuenta atrás de la propia autodestrucción y, la única forma ha hacerlo, es reseteando esa programación impuesta por el dominio de hombres y mujeres carroñeros.

 

 

 

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