LA CARA OCULTA DEL PREJUICIO

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Antes de emitir un juicio sobre cualquier cosa es inevitable que se prejuzgue, luego corresponde reflexionar y cuestionar el prejuicio. De modo que para acertar en lo que se opina hay que cruzar un camino de preguntas. Hay que superar una cordillera de atolondramiento masivo y de parloteo que todo lo confunde y desfigura. Hay que dejar de lado el miedo a pensar y, como decía Heidegger, “tener el coraje para un preguntar que pregunta para no saber qué responder”. Ya hemos entrado en juegos de palabras. Se trata de una valentía que “no conoce ni el arrojo ni lo heroico”. Para intentar avanzar hay que soportar las dudas metódicas y saber callar; en cualquier caso, toda esperanza en los frutos de la educación debe pasar por enfocar bien lo que importa y es significativo. Es una condición necesaria pero no suficiente, pues “la luz alumbra pero no aclara”.

La editorial Trotta ha publicado un nuevo volumen de las obras completas de Martin Heidegger. Se trata de ‘Cuadernos negros (1939-1941)’, unos escritos que el filósofo hermético del ser y lo ente entendía como puestos de avanzadilla y de retaguardia en el conjunto del intento de una meditación, todavía indecible. Cuesta transitar por sus páginas, pero contiene estímulos imprescindibles para individuarse, como son el conocer nuestras medidas básicas y el asumir “en el sí mismo la estancia fervorosa en el ahí”. Se trata de buscar y capturar una perspectiva ante la vida que nos aparte de la desoladora confusión y nos empuje a rehusar ser gregarios. Me interesa más este propósito, por supuesto, que analizar la incoherencia del apoyo de Heidegger a una organización totalitaria que se hizo criminal y condujo a la demencia social.

Con solo conocimientos no se alcanza la madurez propia de un inteligente cuestionar. Es cierto que hay que suscitar saberes bien lejos de la pedantería que bloquea, y rechazar, por tanto, el ejemplo de los sabihondos que adoctrinan en lo que se ha de decir.

Hay que abrirse al campar de la verdad, esto es, a un actuar de lo verdadero, sin ataduras. Y hacerlo desde un temple hecho de la voz del silencio: “No se trata de responder a una pregunta diciendo una frase, sino de ponerse a la escucha de la voz del silenciamiento”. Las desconocidas reminiscencias de las palabras.

Todas estas observaciones nos conducen a la repercusión oculta de la política. En medio de la guerra, Heidegger escribió: “En esta Segunda Guerra Mundial, la devastación invisible será mayor (más radical) que las destrucciones visibles”. En esto acertó, no hay duda. Las inmensas secuelas de todo tipo, algo sobre lo que nunca se piensa lo suficiente.

En otro contexto, el filósofo distinguía entre los combatientes que no necesitan enemigos, pues sólo están a favor de la razón por la que combaten, y aquellos que siempre necesitan un enemigo, del cual dependen, y que “caso que no lo tengan se lo inventan”. Esto es constante en el hacer de los extremistas de todo género, y explica muchas de las turbulencias que hoy nos acechan. Es fundamental tener claridad al respecto, y actuar en consecuencia.

Nuestras sociedades occidentales también están zarandeadas por la escasa presencia viva de la ‘cultura’, traducida y reconvertida por el poder establecido como gestión de la diversión. Y por la omnipotente presencia de la ‘propaganda’, traducida de hecho como el arte de mentir.

La lectura profana de un difícil texto filosófico da para observaciones no imaginadas ni pretendidas por su autor. Pero que hoy nos pueden servir más allá de una filosofía de terraza. ME

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