Después de observar durante doce años, pareidolias en el grueso gotelé de mi cuarto: rostros amables de señoras mayores e insectos formidables volando sobre mi cama, una mañana abrí los ojos, y contemplé horrorizado, cómo las imágenes que me habían cuidado desde que ingresé en este psiquiátrico de mierda, desaparecían. Algún hijo de su madre, aprovechando el silencio vago de un descuido, pintó de verde manzana, mi celda: «un color relajante, Casimiro. Verás como dentro de nada estás encantado». «Píntate tú los cojones de verde, celador. A ver si este modo dejas de tirarte a la enfermera Sánchez y te centras en tu familia», le respondí. Me colocaron una camisa de fuerza y me inyectaron un sedante. Tumbado sobre el catre, sólo veo ese puto techo verde manzana. Me he quedado solo, con el miedo colgando del cuello. La verdadera locura ha colonizado mis sesos.