Nota: este artículo por error debió publicarse el pasado domingo 13 de octubre, pedimos disculpas al autor y sus electores por un error en la programación.
Hay momentos en los que hacer un análisis es buscarse una depresión, by de face, que dicen los modernos. Entre otros motivos, porque los análisis tienen un cierto cariz de momento en una trayectoria, mientras que si lo que hacemos es un balance da la impresión de que se está cerrando un ciclo y estamos recogiendo lo acontecido, aunque vaya a haber un ciclo posterior.
A mí, al ponerme a pensar en las próximas elecciones, me cuadra más la palabra balance que la de análisis. Algo en el ambiente me quiere decir que nada va a ser exactamente igual después de celebradas, que los votantes, hartos ya de estar hartos, van a tomar algunas decisiones dolorosas para las necesidades del país, y otras que simplemente anticipan cambios hace unos meses impensables.
Hay sones de música funeraria en el ambiente. Mientras algunos líderes se frotan las manos y afilan los cuchillos para dar los últimos tajos a la competencia no deseada en su espectro político, otros empiezan a vislumbrar la necesidad de buscar un lugar de retiro. Posiblemente de esta contienda perfectamente buscada, orquestada y preparada con antelación, salgan un par de dolientes terminales directos, y, por supuesto, como siempre, la democracia de nuestro país seriamente lastimada.
El bipartidismo, esa lacra de la transición que arrastramos y que lastra nuestras ansias democráticas va ser la gran triunfadora de las elecciones. Era difícil equivocarse tanto y lo han logrado los llamados a regenerar la vida pública española. Era difícil mostrar la incapacidad para sustraerse a la atracción del poder y anteponer las ansias personales sobre las necesidades estratégicas del país.
Se equivocó, y no solo una vez, Pablo Iglesias y sus ansias de sentirse parte del sistema que denuncia. Eso sí, parte poderosa y dirigente. Se equivocó porque estaba tan ciego intentando conseguir lo que quería que no tuvo ni ojos, ni reflejos, para ver la trampa que le estaban tendiendo y cayó en ella sin pestañear. Y no una, dos veces.
El partido de Pedro Sánchez, ese que usa las siglas del PSOE, lo fue llevando por el camino de unas negociaciones en las que le iba mostrado una zanahoria de plástico, y ni siquiera necesitó que el cebo fuera realmente creíble. La consecuencia final es que Pablo Iglesias y su formación son los pardillos perfectos para justificar unas nuevas elecciones y ser mostrados como los villanos necesarios que lo han hecho inevitable. Ahora basta con agitar el fantasma de la abstención y el fantasma del voto útil, y tenemos la mesa del Sr. Sánchez perfectamente abastecida con parte de los votantes de Podemos entregados a la situación retratada.
Y encima, por si fueran pocos, parió la abuela, que dice el dicho, y le sale la competencia directa de su espacio, de su ya escaso espacio, con la irrupción de Errejón que viene con la lección aprendida en cabeza ajena, y una disposición a servir que, mientras no sea servil, le aportará votos y apoyos. El tiempo nos hablará de su recorrido, el mismo tiempo que en su transcurso nos hablará de la perdurabilidad del proyecto Podemos o de su pervivencia como fuerza residual.
Pero con ser lo de Podemos la crónica de un declive anunciado, puede que no sea la defenestración más evidente, ni la más perjudicial para los votantes, ni la de mayor rango de estupidez por ensimismamiento. Lo de Rivera y los suyos es de libro de los records, de manual de como cargarse un proyecto a conciencia, de juzgado de guardia, vamos.
Desde que UCD fue defenestrado por el empuje del PSOE de Felipe González, España lleva buscando un proyecto de centro que pueda reflejar las inquietudes de todos esos votantes no militantes que buscan un equilibrio en el gobierno, en la forma de gobernar, de legislar y de entender la sociedad real, que los dos partidos predominantes olvidan con rigor, casi con rabia. Y todos ellos se han estrellado en lo mismo, en priorizar la consecución de unos números que le permitan formar un gobierno sobre la utilidad de usar los que tenga para intervenir de forma decisiva en la toma de decisiones de gobiernos ajenos.
En una sociedad polarizada en izquierda y derecha, con una historia reciente tan sangrienta y frentista, la moderación de una formación de centro capaz de ser al tiempo árbitro, filtro y equilibrio entre posiciones distantes es una labor que una gran cantidad de votantes no ideologizados, o simplemente en posición de simpatizantes no conversos, echa en falta.
Desgraciadamente los proyectos de centro se han dado de dos en dos y se han declarado mutuamente incompatibles desde el primer momento. Sucedió con el CDS de Adolfo Suarez y el PRD de Miquel Roca. Este último muerto en las urnas en la primera convocatoria a la que concurrió. Y también ha sucedido recientemente con el UPYD de Rosa Díez y Ciudadanos de Albert Rivera, con los resultados, los desgraciados resultados que todos conocemos.
Parece ser que la ambición de los dirigentes de Ciudadanos les ha hecho perder el norte, versión más difundida, o, y yo estoy convencido, son tan malos estrategas que siempre toman la postura correcta cuando ya no es válida.
La cerrazón política a pactar con el PSOE en una aparente estrategia de suplantar al PP ha llevado a muchos de los votantes de esa opción política, y a no pocos dirigentes, a abandonar ese barco y buscar nuevas opciones y a identificar a Ciudadanos como uno de los mayores responsables de la repetición de elecciones.
El mayor valor de un partido de centro debe de ser su capacidad de pactar con ambos espectros políticos sin renunciar a sus convicciones, es más, aprovechar esa capacidad y su necesaria participación para arañar logros. Y esa es su gran baza, esa debe de ser su gran aportación a la sociedad.
Ahora el señor Rivera llega a acuerdos con lo que queda de UPYD, unos años tarde, y se declara dispuesto a llegar a acuerdos con la lista más votada, una convocatoria tarde. Una convocatoria tarde porque puede que en estas elecciones la mayoría de sus votantes les de la espalda en busca de una solución a la inestabilidad política y no vea otra salida que la vuelta mayoritaria al bipartidismo.
Tal vez alguien debería haberle explicado, a los estrategas de Ciudadanos, que los “votantes de toda la vida” no cambian su voto ni aunque su país les vaya en ello. Cuestión de fidelidad ciega que nada tiene que ver con las razones.
Supongo que toca esperar, a partir del día siguiente a las elecciones, por los nuevos proyectos de centro. A poder ser dos y que no lleguen a ningún acuerdo.