Ya estamos en la recta final de este maldito año, maldito por la perdida de vidas, maldito por tanto despropósito, y no sólo me refiero a la inutilidad de una clase política en gestionar la pandemia, entre otros muchos males que nos acechan por su culpa. Me refiero también a la de esta maldita sociedad, a la de la imprudencia de todos y cada uno de nosotros fruto de nuestra incontrolada verborrea que nos hace creernos sabios de lo que expresamos, depositarios de la verdad absoluta, catedráticos de todo lo opinamos, sin tener pajolera idea de lo que hablamos la mayoría de las veces, somos tan estúpidos, tan engreídos, tan manipuladores de las opiniones contrarias que hasta creemos saber lo que los demás piensan cuando ni siquiera nosotros ni pensamos lo que decimos, porque nos ciega la pasión y las pasiones, el orgullo, la soberbia. Maldita sea esta banda de locos, de incontinentes verbales, de fanáticos imbéciles porque ni siquiera somos capaces de valorar las consecuencias de tanta estupidez humana.
Un mundo divido, mejor dicho, fragmentado, a punto de romperse por tantas guerrillas de barrio, de ciudad, de estados que destrozan el planeta, guerrillas que desembocan en fragmentación social, en desconfianza hacia los demás, en luchas absurdas con munición y sin ella, con bombas de odio, de dominación y destrucción, pero también con pancartas hirientes muchas veces en demanda de derechos sin deberes que no dudamos en romper en la espalda de nuestro oponente, como no dudan de la misma manera los del casco y la porra, hasta crujir los huesos de los que claman justicia, con la absurda justificación de imponer el orden en un desorden que sus jefes, aquellos que se apoltronan en los despachitos oficiales de Madrid han propiciado jugando al monopoly con nuestros hogares, con nuestro trabajo, con nuestras familias, utilizando todos los resortes del poder a su disposición para manipularnos, dando de comer pienso a sus seguidores que se regocijan con ideologías sin ideas y se empoderan en tu nombre y el mío, cuando lo único que les importa es hacerse notar y obtener privilegios entre tanta gente gris incapaz de pensar por si mismos.
Oigo gritos y llantos, por tanta muerte, muerte de personas a causa de ese virus que unos niegan imprudentemente y que otros propagan con su imprudencia. Oigo gritos y llantos, por tanta muerte de ideales, de valores y principios, que están convirtiendo el mundo en un estercolero de basura humana.
No se si ese maldito virus lo tendré algún día en mi sangre, tampoco se cuáles serán sus efectos y consecuencias, pero tengo más miedo de morir asfixiado por ese hedor que desprenden las ciudades de la inmundicia, del odio y de la ignorancia, donde muchos han convertido el dolor en un negocio y la alegría en un burdel de vicios insaciables.
Quiero tirar los muros que nos dividen, eliminar las fronteras que nos separan, alzarme por encima de las nubes y ver el cielo azul, respirar el aire puro. Encontrar la luz que ilumine mi camino para leer en el interior de las apariencias.
Quiero encontrar esa verdad que nos hagas libres, cambiar el soy por el somos, el tener por haber, porque sólo si hay todos seremos iguales.
Quiero ser un obrero más en esa cantera donde se extraen las piedras para construir ese templo donde no haya dioses que nos dividan. El templo del Saber y del Ser.