Todas las personas están intensamente influenciadas por la atracción interpersonal y por la estética en su vida cotidiana; así ha sido a lo largo de la historia de la humanidad.
A pesar de los viejos dichos:”la belleza es solo superficial” y “no se puede juzgar un libro por la tapa”, tendemos a conducirnos subyugados de acuerdo con Aristóteles: la belleza dota de resplandor a la verdad”.
Oscar Wilde sostenía que sólo la gente superficial no juzga por las apariencias; Bookfacefriday (la tendencia literaria que arrasó en Instagram) aseveraba que si hay algo que podemos hacer sin temor a equivocarnos es juzgar un libro por su tapa.
La tapa es el arpón de un libro. Es la transmutación de palabras en imagen; a través del arte plástico se intenta cautivar, mostrar, sugerir o insinuar, lo que esconden sus páginas. La tapa es puro ingenio humano.
En sus inicios, la función de la cubierta de un libro era práctica, no estética. En la Mesopotamia de los sumerios, IV milenio a.C., las tablillas de arcilla eran resguardadas en cajas de cuero o madera.
Durante la Edad Media, los códices fueron preservados en madera, más tarde se recubrieron de cuero que se adornó, gracias al gofrado, con distintas representaciones.
En la alta Edad Media y el Renacimiento, se usaron pieles, se añadieron telas, bordados con aljófar, oro, plata y piedras preciosas: eran objetos de lujo.
A finales del Siglo XIX, llegaron las cubiertas impresas, con cierta homogeneidad. El diseño de portada de Aubrey Beardsley para la revista The Yellow Book se considera el primer ejemplo de arte de portada comercial y llamativo; fue una gran influencia en el diseño de libros a principios del siglo XX.
A algunos lectores nos encanta caer seducidos por la imagen de la tapa. Chip Kidd es el mago de moda en este arte, el gráfico.
Pero siempre hay otras opiniones: